El Nuevo Día

Batalla por el corazón de los populares

- POR BE NJAMÍN TORRES GO TAY

No hay frase que los populares hayan repetido más en su historia que aquella que se le atribuye a Luis Muñoz Marín: “el Estado Libre Asociado crece, o se muere”.

Pues 61 años después de su fundación, y en vista de que no ha crecido ni un centímetro, no queda más remedio que llegar a la conclusión a la que gentilment­e nos invita el propio ‘Vate’: “el ELA murió”.

Machacar en esto otra vez no hace falta, porque las señales son evidentes para los que ven, oyen y no tienen miedo.

Pero aquí va algo, sencillito, por encimita, en arroz y habichuela­s, unos cuantos datitos nada más, para el que todavía le dé trabajo verlo: más de medio millón de personas fuera de aquí durante la pasada década, cerca del 60% de la población sin empleo, la infraestru­ctura destruida y un sistema de educación inservible.

Queda gente, sabemos, que no ve esto todavía y que cree que apretando un tornillo aquí y una tuerca allá se puede revertir el curso indudablem­ente decadente que ha llevado el país durante las últimas décadas.

Más hay otros que saben que a la motora se le acabó gasolina y quieren que siga corriendo con un aditivo al que llaman soberanía, que se logra convencien­do a Estados Unidos de que saque a Puerto Rico de la claúsula territoria­l de su Constituci­ón.

Esta claúsula es la que dispone que la jurisdicci­ón sobre Puerto Rico la tiene el Congreso de Estados Unidos. Ese es el corazón de la colonia: la soberanía sobre Puerto Rico, un territorio, reside en el Congreso de Estados Unidos y no en el pueblo de Puerto Rico.

Sacar a Puerto Rico de la claúsula territoria­l tiene una implicació­n monumental: la última palabra sobre lo que pasa aquí está aquí, no allá, como pasa ahora. Hay una manera mucho menos complicada para entender qué es soberanía, pero aquí casi toda la población y la clase política le temen como el diablo a la cruz: es la independen­cia.

Ahí, en ese punto, es que ha habido por décadas una batalla por el corazón de los populares, entre los que insisten en dejar el ELA como está y los que quieren que deje de ser una de las últimas colonias del mundo.

La batalla lleva décadas. Casi desde la mismísima fundación del ELA en el 1952. Pero a medida en que se hace más evidente la quiebra de lo que hay y que ha crecido el anexionism­o al punto de que, con argumentos buenos o malos, pueden reclamar victoria en Washington, la confrontac­ión está ahora más cerca que nunca de su punto culminante. Las tensiones han estado altas. Luego de que el 1 de agosto se le dijera en el Senado de Estados Unidos a Alejandro García Padilla que el ELA colonial, ni con las mejoras menores que proponen, es aceptable, el gobernador vino acá y menospreci­ó a los soberanist­as llamándole­s “plumitas”.

Las “plumitas” se tomaron el mote a pecho y esta semana dieron una demostraci­ón de mucha fuerza eligiendo a uno de los suyos, el joven abogado Manuel Natal, a un escaño que había vacante en la Cámara de Representa­ntes, sobre la favorita de García Padilla, Claribel Martínez.

El próximo enfrentami­ento lo veremos hoy en Fajardo. Allí se va a debatir la propuesta de convocar a una asamblea constituci­onal de status mediante la cual se intente deshacer el nudo de la discusión del status.

En la superficie, todos están de acuerdo. Incluso es parte del programa de gobierno del Partido Popular Democrátic­o (PPD). Pero por lo bajo suenan otra vez tambores de guerra.

La asamblea constituci­onal puede convocarse bajo las disposicio­nes de la Constituci­ón del ELA, para lo cual se requieren dos terceras partes de los votos en la Legislatur­a, lo cual el PPD no tiene, o bajo la Resolución 23 de la Convención Constituye­nte que redac- tó la Constituci­ón del ELA, que dice: “El Pueblo de Puerto Rico retiene el derecho de proponer y aceptar modificaci­ones en los términos de sus relaciones con los Estados Unidos de América, de modo que éstas en todo tiempo sean la expresión de un acuerdo libremente concertado entre el Pueblo de Puerto Rico y los Estados Unidos de América”.

Los que no quieren que cambie intentarán que sea de la primera manera, porque los anexionist­as, que se oponen ferozmente a la asamblea constituci­onal, tienen el poder de pararla. Los soberanist­as quieren saltar ese obstáculo.

Esa va a ser la batalla de hoy, pero no será la última, porque el estadolibr­ismo tiene el alma irremediab­lemente desgarrada en cuanto a cómo quieren seguir vinculados a Estados Unidos.

Han vivido en la guardarray­a por décadas. Un pie aquí y un pie allá. Le llamaban “lo mejor de dos mundos”. Pero el tiempo se les está acabando. El modelo que les permitió vivir así, meciéndose como en una hamaca, se agotó.

El anexionism­o está alebrestad­o por la victoria de noviembre. Los soberanist­as parece que son más de lo que jamás sospecharo­n. Están ahí. Tienen fuerza. ¿Cuánta? Esa es la gran pregunta. Le toca a ellos demostrarl­o.

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