El Nuevo Día

Menor de gatillo suelto

El prófugo está acusado de tres asesinatos en hechos separados entre 2011 y 2012

- POR DANIEL RIVERA VARGAS drivera2@elnuevodia.com

BARCELONET­A - Para Wanda Reyes Arroyo, la madrugada del 26 de agosto de 2012 fue terrible, según describe la propia ama de casa. A eso de la 1:25 a.m., su hijo Emmanuel Enrique “Kikito” Quiñones Reyes, de 23 años, fue asesinado a pasos de su residencia, mientras corría bicicleta al lado de una escuela.

“Yo escuché los tiros aquí”, dijo llorosa Reyes Arroyo desde una sala repleta de fotos de su hijo asesinado. “La pérdida más grande es perder a un hijo, es un dolor que aunque Dios te fortalezca y te ayude a seguir hacia adelante, ese dolor siempre está ahí”, aseveró la madre de otros dos hijos.

Este es uno de tres asesinatos ocurridos -en hechos separados- por los que está acusado Luis E. Torres Flores, alias Menor, y quien figura entre los prófugos más buscados de la región policiaca de Arecibo. Por estos diversos casos, aunque la policía sospecha que el sujeto está relacionad­o a dos o cuatro asesinatos adicionale­s, el fugitivo encara una fianza de $5.4 millones.

El primer asesinato que se le imputa es la muerte de José Antonio Kortright Molina, abatido a tiros en la marquesina de su hogar con rifles AK-47 y AR-15 el 23 de noviembre de 2011. El segundo homicidio fue el de Edwin Francisco Feliciano Ruiz, apodado “Tatato”, llevado a un sector rural donde fue baleado el 13 de julio de 2012. La tercera víctima fatal fue Quiñones Reyes.

“ESTABA TIRADO EN LA ACERA”

Kikito murió en la acera al lado norte de la escuela pública Eaton, en el barrio Tiburones de Barcelonet­a, y la casa de sus padres está ubicada al lado sur del plantel, detrás de un parque de pelota en el que jugó su hijo asesinado .

A días de cumplirse el primer aniversari­o del crimen, la madre describió a su hijo menor como un joven tan inteligent­e que desde niño leía periódicos y tan talentoso en béisbol que a los 10 años era interesado por un reclutador de los Filis de Filadelfia en Grandes Ligas. Además, escribía canciones.

“Dios lo bendijo con muchas habilidade­s”, señaló la jubilada de una empresa farmacéuti­ca.

La madre recordó que Kikito le gustaba su lasaña y el pastelón, aunque también “hot dogs” con chili. Además, le pedía alimentos particular­es como fideos hervidos con 'ketchup' y queso.

“Es una mogolla. Yo me decía cómo podía comer eso'”, dijo con una de sus pocas sonrisas durante la entrevista.

Al fondo, Enrique Quiñones Aguilar, de 57 años, escuchaba en silencio y con ojos llorosos. Se negó a dar declaracio­nes y a veces se alejaba de su esposa mientras ésta hablaba. Sin embargo, mostró una foto de él con su fallecido hijo, ambos vestidos de amarillo, en juegos del equipo favorito de ambos, los Capitanes de Arecibo.

UN JOVEN CARIÑOSO

La dama agregó que Kikito era muy cariñoso con ella, quien lo esperaba despierto cuando llegaba tarde, que era frecuente. “Mami, te amo”, le decía el joven acariciánd­ole la cabeza, relató.

Según la madre, los talentos en el deporte del joven no impidieron que al llegar a la escuela superior se desviara por la senda del mal. La familia intentó alejarlo de “la calle” con sus dos hermanos policías, su tío y su primo, insistiend­o en que dejara el vicio, e incluso hospitaliz­ándolo cuando se le diagnostic­ó depresión.

Según la mujer, poco antes de morir, su hijo “estaba más tranquilo” e incluso planeaba mudarse del país, a vivir con una hermana en Estados Unidos y así

encaminar su vida.

La noche del crimen, una madrugada de domingo, el joven salió de la casa porque -según le dijo a su mamá- deseaba devolver una bicicleta. Salió, fue a un negocio y allí, según la Policía, sujetos desde una guagua blanca lo tirotearon.

La madre oyó, a corta distancia, los tiros y poco después recibió una llamada telefónica que le dejó saber que su hijo recibió esos disparos.

“Yo fui y él estaba tirado en la acera. Yo lo miré, llegaron los policías y paramédico­s, llegaron rapidito... mire los casquillos, miré al paramédico y le pregunté si él estaba muerto. No me respondió”, contó la madre.

“Me cuentan, yo no acuerdo, que me tuvieron que aguantar cinco mujeres y cuatro hombres”, dijo la dama.

Contó también lo que pasó cuándo llegó Josué, uno de sus hijos policías, quien no dejó que nadie se acercara al cadáver de su hermano: “Cuando llegó la gente de (el Instituto de) Ciencias Forenses, él (Josúe) lo cogió, le sacó las manchas, le pasó un pañito, lo abrazó y lo montó en la guagua de Forense”.

EL PRIMO SOÑÓ EL CRIMEN

Randy Garnett Reyes, de 22 años, era bien apegado a su primo Kikito. Tanto que la madrugada de su muerte no lo dejaron ir a la escena del crimen y, para protegerlo de posibles represalia­s, tampoco lo dejaron ir a su entierro.

Garnett Reyes aseguró que soñó con el asesinato. Cuenta que, en su sueño, estaba en un sector de Manatí y allí escuchó a lo lejos que alguien lo llamaba por su nombre. Cuando se acercó vio el cadáver de su primo.

“Y una guagua blanca se iba, como pasó cuando lo mataron”, dijo.

“Entonces me levantó y mi esposa me lo dice ‘mataron a Kikito’ y yo le dije ‘¿como va a ser, si yo lo acabo de soñar?’”, relató este mecánico desemplead­o.

También lo recordó como alguien con temperamen­to y excelente pelotero, que compitió internacio­nalmente. “Lo iban a firmar (en Grandes Ligas) pero prefirió la calle... Él era 'pitcher' (lanzador), la bajaba a 90 (millas)”, dijo.

A OTRO LO MATAN EN SU CASA

El Nuevo Día no pudo conseguir a familiares cercanos a Feliciano Ruiz, mientras la viuda de Kortright Molina recordó que ella y dos hijas de su entonces esposo estaban en su hogar en Arecibo cuando “Menor” y dos cómplices llegaron al lugar y lo mataron en la marquesina.

“Las dos nenas están recibiendo ayu- das sicológica, una todavía está bastante afectadita”, dijo la mujer sobre las niñas de 10 años, con las que aún mantiene contacto. “Yo las amo”, comentó.

La dama, quien pidió no ser identifica­da, dijo que su esposo de 38 años jugaba dominó a diario con sus vecinos y no le gustaba perder. Cocinaba de vez en cuando platos como arroz con tocineta y habichuela­s, agregó.

“Era bien alegre, le gustaba bailar, y era bien trabajador, lo mismo mecánica que carpinterí­a, lo que fuera, yo le decía mi multi-uso”, recordó con nostalgia.

Sobre sus expectativ­as con la investigac­ión policiaca, la mujer fue cautelosa. “Yo dejo todo en las manos de Dios”, indicó. Si usted tiene informació­n que conduzca al arresto de Torres Flores puede llamar al 787-878-4000, al 879-0585, al 787-3434-2020 o a la página web www.3432020.com.

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WANDA Reyes, madre de Emmanuel Enrique “Kikito” Quiñones, recuerda cómo escuchó los tiros que resultaron ser para su hijo, la noche que murió.

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