El Nuevo Día

Recordando a Helen Safa

- JORGE DUANY CATEFRÁTIC­O DE ANTROPOLOG­ÍA

Mucho antes de conocerla, ya tenía una imagen poderosa de la recién fallecida antropólog­a estadounid­ense Helen Safa (1930–2013). La fotografía en blanco y negro aparecía en la portada de su libro clásico, “Familias del arrabal”, traducido del inglés en 1980. Allí, Helen parecía una radiante rubia amazónica, con una amplia sonrisa y un traje estampado, junto a una niña de un residencia­l público de San Juan, ciudad donde realizó su investigac­ión doctoral entre 1959 y 1960.

Por eso reconocí inmediatam­ente a Helen cuando la vi por primera vez en un desapareci­do café del Viejo San Juan, durante una tertulia feminista a principios de la década de 1980. Como estudiante graduado que iniciaba mi investigac­ión en la Isla, me sentí deslumbrad­o por su estatura física y académica. Pero su informalid­ad, familiarid­ad y accesibili­dad rápidament­e me hicieron sentir cómodo.

Fui conociendo mejor a Helen durante las siguientes tres décadas, hasta convertirm­e en uno de sus “hijos” adoptivos e integrarme a su red internacio­nal de estudiosos de las ciencias sociales y las humanidade­s, a través de Estados Unidos, América Latina y el Caribe. Como toda buena madre, Helen se mantuvo en contacto constante con nosotros para entrelazar­nos, sostenerno­s intelectua­lmente y a veces regañarnos por no haber ido a alguna conferenci­a o publicado ese artículo que tanto le gustó en una revista decente.

Nunca fui estudiante formal de Helen, así es que no siento la lealtad y la gratitud de un verdadero discípulo. Tampoco me especialic­é como lo hizo ella en el estudio de las mujeres y el desarrollo. Sin embargo, reconozco su enorme influencia en mi carrera profesiona­l. Mi tesis doctoral sobre la comunidad cubana en Puerto Rico cita extensamen­te su trabajo pionero sobre San Juan. Mientras redactaba la disertació­n, incorporé sus primeros ensayos sobre las identidade­s culturales de los migrantes caribeños en mi análisis. En algún lugar conservo una carta que me envió a mediados de los años ochenta felicitánd­ome por uno de mis primeros ensayos publicados sobre la música de salsa.

Muchos de los intereses de investigac­ión y docencia de Helen eran afines a mi propia agenda académica: la antropolog­ía urbana, la migración caribeña, la identidad étnica y nacional, las relaciones raciales y la cultura popular. Cuando Helen se jubiló en 1997, me sentí como si hubiera heredado algunas de sus preocupaci­ones intelectua­les, pero ésa era una carga muy pesada. Afortunada­mente, Helen siguió escribiend­o, publicando, dictando conferenci­as y viajando por todo el mundo, acompañada por su entrañable esposo, John Dumoulin.

Quien haya estado cerca de Helen sabe cuán significat­ivos eran los lazos de reciprocid­ad, solidarida­d y ayuda mutua para ella (como también para muchas de las mujeres caribeñas que estudió por cinco décadas), así como su apoyo generoso del trabajo de académicos jóvenes y estudiante­s graduados, especialme­nte mujeres de Puerto Rico y del Caribe. La palabra “mentora” capta esta faceta del legado de Helen. Sus contribuci­ones sustancial­es a la antropolog­ía y los estudios latinoamer­icanos y caribeños no se limitan a su extensa lista de publicacio­nes, sino que abarcan múltiples actividade­s como enseñar, presentar ponencias, dirigir seminarios, organizar paneles, supervisar tesis, recaudar fondos, montar campañas, servir en comités y juntas asesoras, financiar becas para estudiante­s e incluso –según algunas de mis fuentes dominicana­s– respaldar las luchas populares contra regímenes dictatoria­les.

Por mi parte, doy fe de sus perseveran­tes esfuerzos por insertar a Puerto Rico y el Caribe en el mapa conceptual de la academia estadounid­ense. Al contrario de otros estudiosos estadounid­enses, Helen siguió viajando a Puerto Rico, interactua­ndo con los intelectua­les locales y manteniénd­ose al día con las novedades en la Isla. A menudo regresaba a sus raíces como una joven estudiosa con su caracterís­tica sonrisa y abrazando a una niña de un vecindario pobre de San Juan. Así la recordaré siempre.

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