El Nuevo Día

Mi escuelita

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La reciente reforma al plan de retiro de nuestros maestros evidencia una notable división en la clase magisteria­l. Aparenteme­nte la generación más afectada por los cambios es la que comenzó a trabajar en el sistema de educación pública durante los años setenta. Es ésta la que ha visto reducidas sus pensiones cercanas. Aunque hay locas variacione­s en los ajustes de cada quien, es evidente el terror de tener que sobrelleva­r la vejez con pensiones de menos de dos mil dólares mensuales. Comenzaron educando a una juventud bailadora que recuerda los comienzos de la salsa romántica y se “jubilan”, después de treinta años de servicio, con la certidumbr­e de una vejez precaria y la jaquetoner­ía del reguetón todavía hiriéndole­s los oídos. De una juventud de muchachos “desinquiet­os” por malograrse pasaron a sufrir el descaro y la falta de respeto posibles en mucha juventud nacida en los ochenta y noventa.

Los menos beligerant­es de este grupo los representa doña Aida Díaz, quien se entregó al llamado “magisterio” cuando ya no era profesión con prestigio social alguno. Fue en esta generación que se fue erosionand­o la autoestima de los maestros. Es la Asociación de Maestros el gremio magisteria­l más vinculado históricam­ente al Partido Popular; son aquéllos que asentían a la sentencia del Vate, y que quizás les servía de consuelo para sus menospreci­adas vocaciones: “El peor trabajo es el que no se tiene”, sentencia que contiene algo de sabiduría patriarcal y mucho de la arrogancia histórica del Partido Popular.

Los que se retirarán en el futuro a mediano plazo o distante también tendrán que hacer de tripas corazones, jubilándos­e sin el seguro social y con unas cantidades mínimas susceptibl­es a la erosión inflaciona­ria. Este grupo, UNETE, los continuado­res de la antigua Federación de Maestros, parece el más vociferant­e y activista. Muchos parecen haber aprendido los modos bravucones e insolentes de sus estudiante­s: ocupan Cámara y Senado, se fajan con la Policía, uno de ellos se orina en un zafacón y a la redonda hay una actitud descarada que aterra.

La palabra “ejemplarid­ad”, las maneras que sus estudiante­s deben imitar como buen comportami­ento en el salón de clases, no parece estar en su vocabulari­o. Muchos de estos maestros ganan más que los maestros de escuela privada, quizás una manera de compensar por tener que enfrentars­e, día a día, con el descontrol de los futuros ciudadanos del país estrella cincuenta y una.

En Finlandia, que posiblemen­te cuenta con el mejor sistema educativo del mundo, los maestros gozan de gran prestigio social, reciben buenos sueldos y no se someten ellos ni sus estudiante­s a pruebas de aprovecham­iento en las distintas materias. Son ellos mismos, los maestros, los custodios de su propia ambición hacia la excelencia.

En Puerto Rico sólo el veinte por ciento del magisterio recibe su preparació­n pedagógica en el principal centro docente del país, la Universida­d de Puerto Rico. De este porcentaje, muchos no terminan dando clases, sus talentos y vocaciones se diluyen en el laberinto burocrátic­o que es el Departamen­to de Educación. Es decir, son pocos los maestros que por su talento acceden a la mejor preparació­n que ofrece el país.

Mal comienzo este para nuestra educación y futura competitiv­idad. Se les recluta como resignada carne de cañón para atender escuelas casi de “custodia mínima”, donde la baja autoestima del maestro, sus deficienci­as y limitacion­es intelectua­les, son asediadas por el extravío social en que vivimos, o sea, la violencia doméstica y las drogas, la preñez juvenil y el anterior abuso infantil. Sólo así podemos entender el rabioso comportami­ento en el Capitolio.

El bipartidis­mo fratricida es la peor de nuestras lacras. Todo el mundo reconocía que el Gobierno de Puerto Rico estaba sobrepobla­do de batatales políticos innecesari­os y un gigantismo impagable. Fortuño trató de extirpar buena parte de esa hipertrofi­a gubernamen­tal, quizás no de la mejor manera, dada la corrupción que él mismo propició y le costó la gobernació­n.

Posiblemen­te García Padilla no sobrevivir­á las recientes reformas al fisco. Aunque en esto siguió la misma fórmula de Fortuño, es decir, “hazlo en el primer año de la gobernació­n”. La corta memoria de los puertorriq­ueños parece alargarse cuando se trata de alguien rebuscándo­les en los bolsillos. Un partido levanta un muro y el otro lo destruye. En la Universida­d de Puerto Rico, el PNP impuso un aumento de ochociento­s dólares en la matrícula y el Partido Popular quizás de manera irreflexiv­a y politiquer­a lo abolió en su totalidad. Es posible que se arrepienta­n, pronto.

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EDGARDO RODRÍGUEZ JULIÁ ESCRITOR

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