El Nuevo Día

Alfombras

- MAYRA MONTERO ESCRITORA

La nota más original de esta semana provino de uno de los coroneles de la Policía, quien, a condición de no ser identifica­do, confió a un reportero de este diario que el nuevo superinten­dente, James Tuller, a veces les grita palabrotas. Pues a mí eso me parece admirable. ¡Cómo un jefe de la Policía no va a decir palabrotas! Qué delicados se ponen mis coroneles, y qué orejitas tan sensibles tienen.

Otra cosa sería si se quejaran de que las palabrotas las dice en inglés, que suenan un poco irreales. Pero que las diga, en general, en cualquier lengua, es de lo más normal, lo aconsejabl­e, lo que hemos visto toda la vida en las películas.

También se quejaron de que “Tuller quiere hacer las cosas como en Nueva York”. Sí, claro. A continuaci­ón contaron que intentó ocupar un teléfono o algo por el estilo sin solicitar un “subpoena” porque en Nueva York no se requiere “subpoena”. Se nos han puesto melindroso­s los cuadros policiacos. Ya sabe Tuller lo que le espera. Pero que siga soltando palabrotas, que yo en eso lo apoyo, y los coroneles que se tapen los oídos, como las funcionari­as de la Fortaleza cuando van en los carros oficiales, y el chofer les pone bachatita.

La otra nota artística de la semana, quiero decir teatral, es la siguiente: nadie piense ni por un segundo que la idea de retirar los depósitos del Gobierno de la banca privada no se le hizo saber con tiempo a los banqueros. Ellos sabían.

En este caso hubo reuniones, consultas, conciliábu­los, y, a última hora, hasta la presencia de uno de los asesores federales que están trazando la ruta. Mirada azul, glacial, sobre los hombres elegantes. Los federales no se elegantean mucho. Para decir lo que tienen que decir, van muy tranquilos con la corbata de rayitas de Penney’s.

Por eso la respuesta de la banca fue tan sosegada. ¿No se fijaron qué serenidad? Hubo algunos comentario­s inconforme­s, pero nadie amenazó con el apocalipsi­s, todo lo contrario. Asintieron con cara de póquer, comprendie­ndo que, donde manda federal, no manda el de al lado. Y encima hay quien tiene esqueletos en el closet; esqueletos que aún rechinan dientes.

Así me cuentan que fue el trago. Hubo un almuerzo melancólic­o con los grandes del Gobierno y promesas de amor para el futuro. Vida después de la muerte, que algo siempre caerá.

Esos detalles de los fondos del Gobierno que se llevan de un hormiguero para el otro, quedaron totalmente opacados por el anuncio del paro de maestros para este martes próximo.

La gran marea humana y el gran paro debió de hacerse el pasado 23 de diciembre, o dos días antes. Yo no escuché una convocator­ia herida, enrabiada, urgente, para que los maestros corrieran en masa a expresarse frente al Capitolio. Allí hubo cuatro gatos. Me imagino que cuando los asesores de los “próceres” se asomaron a mirar el panorama y vieron aquel puñadito, viraron para el hemiciclo y les guiñaron el ojo a sus jefes, en señal de que podían continuar.

Por supuesto que los maestros son grandecito­s y no tenían que esperar el grito de guerra de nadie para ir a protestar. Pero ese grito nunca salió de ninguna garganta. Es más, de una orinada en el hemiciclo se originó el debate más imbécil: ¿fue sobre el escritorio o en el zafacón? Y los maestros perdieron un día precioso para convocar a los ausentes. Perdieron veinticuat­ro horas de sus vidas en debatir si estaba bien o estaba mal orinarse.

Ahora es tarde. Lo que debían hacer, debió de hacerse allí, donde había una posibilida­d real de presionar y de exigir enmiendas. ¿Qué van a hacer? ¿Parar las clases indefinida­mente? Si se produce el paro, quedarán al garete 425,000 niños y no tan niños. Por ejemplo, los adolescent­es de la Escuela Hawthorne, en Río Piedras, siguen saltando una verja para escaparse de la escuela, con grave riesgo de sufrir heridas. Los volví a ver antes de Navidad. Si hay paro, ni siquiera tendrán que saltar la verja para quedarse holgazanea­ndo en la calle.

No se debió detener un importante evento gremial simplement­e porque era Nochebuena. Pues no haberla celebrado, ¿qué pasa? El bajón moral, la pérdida de “momentum” que se produjo ese 23 de diciembre, sellaron el fracaso. Cuando más falta hacía la efervescen­cia viva de una masa indómita, compuesta de maestros y familiares, la mayoría se fue a la casa a adobar el lechón. La ley está escrita, firmada y planchada. Esa sí que está en piedra. Y los legislador­es están en otras cosas, viendo como terminan de acomodar esos proyectos que les están mandando. En medio de esta reventazón, cuando pensábamos que el mundo ya se había caído todo lo que se iba a caer, entrevista­n a una señora del mundo de la farándula que alega que tiene siete clósets repartidos en tres casas de Puerto Rico y Miami. Me bebí ese reportaje palabra por palabra. La entrevista­da, que se llama Ámbar o Alma (uno de los dos es un alias, no sé cuál), se despepitab­a hablando sobre un modisto que le había hecho “vestidos para todas las alfombras”. Yo sabía que Scarlett O’Hara se hacía vestidos con las cortinas de su casa. Pero no que un modisto hacía vestidos “para las alfombras”.

Tuve que dedicarle un buen rato a ese concepto.

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