Tiempo de monstruos
¿Qué nos dice el monstruo sobre nuestro mundo, sobre nosotros?
ESTO QUE NO LO DIGO YO. En la introducción de Jeffrey J. Cohen a su extraordinario libro— Monster Theory. Reading Culture (1996)— nos advierte que, si serfeamos la TV, chequeamos la cartelera de cine o visitamos los estantes de las tiendas de juguetes, por todas partes nos topamos con monstruos. Por eso, cuando leí el libro de Cohen fresquesito de la imprenta hace casi 20 años, quedé loca y con ideas.
¿Por qué, últimamente, nos interesan tanto los “pájaros raros”? ¿Por qué el monstruo parece ser, más que omnipresente, necesario? ¿Qué nos dice el monstruo sobre nuestro mundo, sobre nosotros? Lo inventamos, ciertamente, pero ¿para qué? Herramienta para excavar en la oscuridad de nuestras almas, amuleto contra nuestros miedos, vacuna contra la pesadilla… ¿qué es el monstruo y por qué nos fascina?
Oigan, hay un elenco de escritores y escritoras nuestros que se dedican al monstruo: Francisco Font Acevedo, Yolanda Arroyo Pizarro, José Liboy Herba, Ana María Fuster, Luis Negrón y, más reciente, Tere Dávila. ¿Qué le ven nuestros más distinguidos autores a los “pájaros raros”?
Me llama la atención Tere Dávila por varias cosas. Primero, porque recuerdo con admiración (y una buena dosis de eructos satisfechos) su bello libro Fondeando (2011), donde recorría nuestra isla para presentarnos el acervo gastronómico “autóctono”. En ese libro espectacularmente ilustrado y pormenorizado, la autora se recreaba en la extrañeza de nuestros platos, como una coleccionista entusiasta de aves raras, aunque digeribles. Las fotos de Paola Nogueras subrayaban lo que ya había ilustrado Francisco Oller en sus bodegones: nuestros frutos son raros y rara es la comida que ellos han provocado.
Lego es también un libro de rarezas: un cíclope famoso perseguido por una periodista que accede a su cueva por error; un caníbal tropical que asusta (y atrae) a turistas y periodistas; una esposa compulsiva que convierte a su marido en basura; dos seres que se encuentran en la playa, se descomponen para formar híbridos extraños y, finalmente, se recomponen en otra cosa; la tragedia de un turista ladrón en Disney World; una mujer despótica que vive de la muerte del marido; un hombre que, de su propio pus coagulado, va formando homúnculos asquerosos pero simpáticos; un macharrán monstruoso que toma lecciones de civilidad; dos rivales consumidos por su “mala leche”; un marido que intenta salvar los hermosos tatuajes de su esposa aquejada de cáncer en la piel y contrata a alguien para que la desuelle; un productor de espectáculos que depreda a sus empleadas; un hombre que padece de experiencias exo-corporales; una mujer masoquista que en otro tiempo fue una zorra.
¿Qué tienen en común estos personajes que viven en el límite de lo social, de lo mental y de su propio cuerpo? Pues de límites se trata este libro de “legos” (Lego es el nombre del personaje hecho de pus coagulado), pues estas aves raras son los “building blocks” de nuestros más recios temores: en cada uno de ellos la mente y el cuerpo operan por separado; sus cuerpos son incompatibles con la sociabilidad; viven dislocados de su tiempo; su espacio es hacinado, inhabitable incluso para ellos mismos; su conducta atenta contra sí mismos y contra los demás; tienen poca conciencia de sí… es decir, son “peligrosos” cada cual a su manera.
La fauna humana en este libro es, en general, asquerosa y antipática (aquí no hay monstruos “adorables”, como el pequeño cíclope del anuncio de Toyota titulado “Amigos”, http://www.youtube.com/watch?v=ilkMHsv_NaQ ), pero tiene que ver con nuestros miedos de forma imaginativa aunque directa: las trampas del matrimonio, la dislocación temporal debido a la velocidad del cambio, la forma en que la prensa deforma nuestra cotidianidad, la inestabilidad de un cuerpo humano que se descompone y recompone, la fascinación por la belleza superficial, la violencia de género…
Pero lo mejor del libro es el humor. Mientras leía estas horribles historias, me reí un montón por el lenguaje incisivo, elocuente, brillante.
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