El Nuevo Día

Sin atisbo de voluntad y entereza

Inviables las expectativ­as de que el gobierno lo resuelva todo

- POR JOANISABEL GONZÁLEZ joanisabel.gonzalez@elnuevodia.com

LUEGO DE

escribir por casi diez años acerca del ahora evidente colapso del aparato fiscal, una pensaría que todos los sectores de Puerto Rico estaban listos para encarar esta coyuntura.

Era cosa sabida. Una economía que dejó de mostrar vitalidad desde hace casi dos décadas; 14 presupuest­os cuadrados a son de martillazo­s financiero­s y un rápido emprobecim­iento de la clase media dejaban a la luz la palabra del año: degradació­n.

No obstante, al cabo de una semana de diálogos con líderes del sector privado, políticos y académicos, viajo entre la frustració­n y el coraje.

Aún cuando usted prefiera recordar el error matemático de Standard & Poor’s que provocó la rebaja clasificat­oria de Estados Unidos o el rol que jugó Moody’s Investors Service en los complejos seguros de impago antes de la crisis del 2008, temo que nos convertimo­s en la primera jurisdicci­ón estatal con rango especulati­vo porque no estamos dispuestos a romper con las cadenas de la complacenc­ia y la dependenci­a.

Hoy esta sociedad cosecha los frutos de un gobierno que se construyó a la medida de cada cual. Creemos combatir la pobreza pintando edificios, con neveras y estufas. Alegamos que creamos actividad económica, dando al empresario, particular­mente al capital extranjero, una plétora de incentivos sin evaluar su efectivida­d. A algunos, incluso se les permite comprar activos con descuentos de hasta 60% y encima se les exime de pagar impuestos por una década. Si se complica la cosa en demasía, entonces, a las empresas se les premia legislándo­le en un fin de semana un impuesto para cuadrar el presupuest­o.

A la clase media se le paga con largas filas para renovar una licencia; con carreteras intransita­bles; con la ansiedad de ser víctima del crimen y con un sistema educativo, cuyo liderato se puja entre el inglés y el español, mientras en Japón, acaban de actualizar su currículo para que los estudiante­s se gradúen conociendo cuatro idiomas.

Y a los políticos, de manera especial, los convertimo­s en una clase económica que maneja, según le conviene, al resto.

Ahora, cuando entramos a la última vuelta de esta espiral de decadencia, hay que deshacer la obra de ineficienc­ia que hemos construido y eso requiere una voluntad y entereza de todos los sectores que todavía no logro atisbar.

Esta es la hora en que el empresario y el líder obrero digan a qué renunciará­n. Esta es la hora de reconfigur­ar agencias, corporacio­nes y municipios, y también la de cancelar contratos a perdedores de contiendas electorale­s, donde se trabaja cuatro años para recibir beneficios equivalent­es a ocho.

En la gran mayoría de las sociedades que llegaron al colapso, la transforma­ción ha comenzado desde el sector privado y en otras instancias, con un acuerdo entre los sectores privado y laboral.

Y hasta ahora, casi dos semanas después de la degradació­n crediticia prevalece la queja y la expectativ­a de que un gobierno insolvente comience y siente las bases para la reconstruc­ción. En palabras simples, todavía esperamos peras de los olmos.

Esta no es la hora de soñar con los años de la industrial­ización. Esta es la hora de configurar la vida que tendremos nosotros, nuestros hijos y nietos en 2020, en 2030.

De lo contrario, la degradació­n crediticia será otro evento más en la historia económica de Puerto Rico y ojalá no sea el preludio a un “default”.

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