Sin atisbo de voluntad y entereza
Inviables las expectativas de que el gobierno lo resuelva todo
LUEGO DE
escribir por casi diez años acerca del ahora evidente colapso del aparato fiscal, una pensaría que todos los sectores de Puerto Rico estaban listos para encarar esta coyuntura.
Era cosa sabida. Una economía que dejó de mostrar vitalidad desde hace casi dos décadas; 14 presupuestos cuadrados a son de martillazos financieros y un rápido emprobecimiento de la clase media dejaban a la luz la palabra del año: degradación.
No obstante, al cabo de una semana de diálogos con líderes del sector privado, políticos y académicos, viajo entre la frustración y el coraje.
Aún cuando usted prefiera recordar el error matemático de Standard & Poor’s que provocó la rebaja clasificatoria de Estados Unidos o el rol que jugó Moody’s Investors Service en los complejos seguros de impago antes de la crisis del 2008, temo que nos convertimos en la primera jurisdicción estatal con rango especulativo porque no estamos dispuestos a romper con las cadenas de la complacencia y la dependencia.
Hoy esta sociedad cosecha los frutos de un gobierno que se construyó a la medida de cada cual. Creemos combatir la pobreza pintando edificios, con neveras y estufas. Alegamos que creamos actividad económica, dando al empresario, particularmente al capital extranjero, una plétora de incentivos sin evaluar su efectividad. A algunos, incluso se les permite comprar activos con descuentos de hasta 60% y encima se les exime de pagar impuestos por una década. Si se complica la cosa en demasía, entonces, a las empresas se les premia legislándole en un fin de semana un impuesto para cuadrar el presupuesto.
A la clase media se le paga con largas filas para renovar una licencia; con carreteras intransitables; con la ansiedad de ser víctima del crimen y con un sistema educativo, cuyo liderato se puja entre el inglés y el español, mientras en Japón, acaban de actualizar su currículo para que los estudiantes se gradúen conociendo cuatro idiomas.
Y a los políticos, de manera especial, los convertimos en una clase económica que maneja, según le conviene, al resto.
Ahora, cuando entramos a la última vuelta de esta espiral de decadencia, hay que deshacer la obra de ineficiencia que hemos construido y eso requiere una voluntad y entereza de todos los sectores que todavía no logro atisbar.
Esta es la hora en que el empresario y el líder obrero digan a qué renunciarán. Esta es la hora de reconfigurar agencias, corporaciones y municipios, y también la de cancelar contratos a perdedores de contiendas electorales, donde se trabaja cuatro años para recibir beneficios equivalentes a ocho.
En la gran mayoría de las sociedades que llegaron al colapso, la transformación ha comenzado desde el sector privado y en otras instancias, con un acuerdo entre los sectores privado y laboral.
Y hasta ahora, casi dos semanas después de la degradación crediticia prevalece la queja y la expectativa de que un gobierno insolvente comience y siente las bases para la reconstrucción. En palabras simples, todavía esperamos peras de los olmos.
Esta no es la hora de soñar con los años de la industrialización. Esta es la hora de configurar la vida que tendremos nosotros, nuestros hijos y nietos en 2020, en 2030.
De lo contrario, la degradación crediticia será otro evento más en la historia económica de Puerto Rico y ojalá no sea el preludio a un “default”.