El Nuevo Día

Llamen la ambulancia

- POR BE NJAMÍN TORRES GO TAY

Es el cénit para los que gustan del boxeo. Ese momento en que el púgil conecta al rival un gancho sólido a la sien, la cabeza del contrincan­te se sacude de un lado a otro como si la sostuviera­n resortes, pierde de súbito el contacto con la realidad y cae aturdido. Tarda minutos, horas, a veces hasta días, en recobrar la plena conciencia, el dominio absoluto de sus facultades.

Cae en ese trance gelatinoso en que el derrotado balbucea incoherenc­ias. Se le atora la lengua. A la vista le cuesta enfocar. La persona parece no poder encontrars­e a sí misma.

Esa dolorosa dinámica puede aplicarse a muchas experienci­as de la vida. Al que, sin esperarlo, pierde un amor, un empleo, se le muere alguien cercano. Es un

shock. Cuesta levantarse, plantarse en los pies, recuperar el control del entorno y seguir hacia adelante.

Así quedó el Gobierno de Puerto Rico tras la degradació­n a chatarra de sus bonos. No deja de tener cierta propiedad de insólita la reacción, porque el golpe no fue inesperado. Las señales eran clarísimas de que a pesar de todos los es- fuerzos, no se logró complacer a las casas acreditora­s en cuyas manos pusimos nuestro destino.

Aun así, a más de una semana de haber recibido el gancho a la cabeza, el Gobierno sigue de rodillas, aturdido por el golpe, sin dar señales de que haya entendido la magnitud del hoyo en que cayó y sin que se vea un plan claro y ordenado para hacer que el país vuelva a pararse sobre sus pies.

Las acciones del Ejecutivo se han limitado a intentar manejar las consecuenc­ias inmediatas de la degradació­n. Han hablado de los recortes que hay que hacer ante las dificultad­es que de seguro tendrán para ir a los mercados. Tratarán a toda costa de colocar una emisión de bonos de entre $1,000 y $3,500 millones para hacer a los acreedores los pagos que se aceleran por la degradació­n, porque, de lo contrario, pueden quedarse sin dinero para operar el Gobierno.

Aparte de eso, ha hecho lo que normalment­e hace todo gobernante en tiempos de crisis o de abundancia: tratar de traer industrias, anunciar algunos empleos aquí y otro allá, inaugurar obras, inversione­s, cosas así.

El resto ha sido el discurso de la motivación, diciéndono­s que Puerto Rico vencerá, que somos grandes, que nos levantarem­os y que estamos unidos, lo cual no estaría mal si nos hubiesen mostrado también una ruta clara para alcanzar esas aspiracion­es.

El gobernador Alejandro García Padilla no ha dicho cuál es su plan para sacar permanente­mente al país de esta situación desgraciad­a, cómo va a lograrlo, la cooperació­n que pide de otros sectores de la sociedad, ni cuanto espera que pueda tardar en dar resultados. Muchos dicen que es que dicho plan no existe y las acciones del gobernador parecen estarle dando la razón.

Al gobernador García Padilla le han sobrado las oportunida­des para plantarse ante el país, reconocer la gravedad de la situación, esbozar su plan y pedir la cooperació­n del resto de la sociedad. Pero no lo ha hecho. Decir que es muy pronto no es excusa. Hace mucho que se oía a lo lejos el tropel de bestias de la degradació­n.

En la Legislatur­a, el panorama no es distinto.

Allá andan como carritos de feria cho- cando unos con otros, proponiend­o grandilocu­encias sin ningún estudio o base que las sustente, disparando a lo loco por las redes, diciendo “hay que hacer esto o hay que hacer lo otro” sin haber comprendid­o, al parecer, que ellos también son gobierno y pueden hacerlo o tirándole sus asesores a los que, con mucha razón, critican la profunda inercia en que la degradació­n dejó al país.

Junte esto con la actitud de una oposición que no reconoce ninguna cuota de responsabi­lidad en la crisis, que lo único que propone es la estadidad, la cual depende de que otros la quieran dar por más que la querramos, si de verdad la quisiéramo­s, o con un sector privado ahogado por los costos de operar aquí y que cada vez que se le pregunta cómo va a aportar lo que hace es pedir incentivos a un estado que ya no tiene de dónde dar. Júntelo y verá: es fácil comprender la desesperan­za que arropa al país y hasta se le sacude a uno en el pecho la tentación de contagiars­e.

El referí hace rato que paró de contar. El púgil, en este caso el país, sigue en el piso ‘achocao’ . Alguien, por favor, llame una ambulancia.

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