PERFIL CULTURAL EN EL DESFILE BORICUA
La reorganización de la junta directiva del Desfile Puertorriqueño neoyorquino presenta una excelente oportunidad para que el evento vuelva a ser el más grande acto de afirmación cultural de la diáspora boricua y plataforma para concienciar sobre los reto
Coincidimos con líderes de la diáspora boricua en que, para revivir su imagen tras el escándalo relacionado con el manejo indebido de $1.4 millones que se le atribuye al gerente de mercadeo del evento, Carlos Velásquez, -obligado a dimitir junto a cinco miembros de la junta firectiva del desfile, incluida la presidenta Madelyn Lugo, como parte de un acuerdo con el fiscal general del estado de Nueva York, Eric Schneiderman-, el desfile debe regresar a sus raíces culturales.
Como también favorecemos que el evento, pautado para el 8 de julio, se dedique al prisionero político puertorriqueño Oscar López Rivera.
Cuando este evento fue concebido en El Barrio Latino de Harlem, en Manhattan, en 1957, fue para hacer muestra de las raíces culturales que hilvanaban a los miles de puertorriqueños que emigraron a la ciudad de Nueva York, entre 1950 y 1960.
Raíces que aún son el hilo conector de las cuatro millones de personas en el continente que se identifican como boricuas y que exigen que se les reconozca una identidad nacional que no está definida por el lugar de nacimiento ni por aspectos culturales fundamentales como el idioma.
Desafortunadamente, y como se desprende de la investigación de la fiscalía de Nueva York, el evento se convirtió en una manifestación en que la comercialización de la cultura pasó a ser el eje principal. Con este giro y al amparo de la falta de controles administrativos para manejar cientos de miles de dólares en donativos, identificados en la investigación de la fiscalía, Velásquez y su empresa Galos ocultaron a la junta de directores del desfile $1.4 millones otorgados por aus- piciadores, según reza el informe.
Ahora corresponde a la nueva junta reenfocar el evento en la comunidad y presentarse ante los coauspiciadores tradicionales con garantías de que el sistema administrativo del desfile se fortalece.
En este esfuerzo para encauzar el evento hacia los propósitos de su origen, se hace necesario también verter el impacto mediático del desfile hacia los retos a los que todavía se enfrenta la comunidad boricua en Estados Unidos.
Porque pese a que ha habido gran progreso, seis décadas después del comienzo de la emigración masiva a Estados Unidos el cuadro socioeconómico de los boricuas es de desventaja ante otros grupos latinos y la población blanca no hispana, sin que hayan podido solidificar su fuerza política para propiciar efectivamente el desarrollo de políticas públicas en su beneficio en los estados y en Puerto Rico.
En Nueva York, por ejemplo, donde ha cumplido ya un siglo, los puertorriqueños son la comunidad más pobre de la ciudad, sobre todo su población de la tercera edad. Asimismo, el alto nivel de deserción escolar de los boricuas en Estados Unidos, que alcanza un tercio de la población, es alarmante, y la discriminación no es cosa del pasado.
Y aunque ha habido mejoras de una generación a otra en todas las variables socioeconómicas, el progreso de la diáspora ha sido lento y las razones que explican este fenómeno son complejas. Es por ello que la atención que genera el desfile debe utilizarse para discutir estos asuntos y promover estrategias para atender tales retos, no sólo en la Gran Manzana, sino a lo largo y ancho del continente donde más de cuatro millones de personas reclaman su derecho a definirse como puertorriqueños.