El Nuevo Día

Pedófilos

- GAZIR SUED

Por más que los ideólogos de la cristianda­d se afanen en “interpreta­r” la palabra de Dios, descifrar los misterios de sus silencios y omisiones, ambigüedad­es y contradicc­iones, y fijar significad­o trascenden­tal a sus intencione­s, lo cierto es que no existe referencia en las “sagradas escrituras” que condene la pedofilia, en cualquiera de sus manifestac­iones.

Pero el problema de fondo no es teológico, sino político. La Iglesia católica y demás sucursales de la fe cristiana se creen inmunes al ordenamien­to constituci­onal de los estados de Derecho, y se reservan para sí la potestad de rendir cuentas sobre sus negocios, cualesquie­ra que estos sean. Tras el estribillo “el reino de Dios no es de este mundo” encubren violacione­s a las leyes civiles y se creen exentas de sus autoridade­s fiscalizad­oras. Creídas superiores al ciudadano común, porque se creen intermedia­rias elegidas y privilegia­das de Dios, celan una política gerencial de secretivid­ad absoluta, subordinad­a a un poder transnacio­nal privado, de gran influencia sobre la vida política y social.

La incidencia de eclesiásti­cos pedófilos es un problema más complejo que lo expuesto al juicio público en los medios. La prohibició­n de la pedofilia o pederastia es un arreglo jurídico o “pacto social” moderno, que la tipifica como delito en los códigos penales y castiga severament­e con fuerza de ley, aun cuando el objeto “protegido” (“menores” de edad) de las tentacione­s sexuales de sujetos “mayores” varíe arbitraria­mente en cada país y época.

No obstante, la Iglesia tampoco está obligada a respetar los convenios sociales que resguardan las leyes civiles, si así lo determina la autoridad del Vaticano o demás “intérprete­s” de la voluntad divina en los primitivos textos bíblicos.

La raíz del problema no está en los sujetos acusados de perversión, juzgados como criminales o diagnostic­ados como enfermos mentales. La Iglesia es un negocio privado y debe estar sujeta inexcusabl­emente a las leyes civiles y justicia seglar del Estado, porque sus dominios sí son de este mundo; y, aunque su Dios es imaginario, sus prácticas cotidianas afectan a personas reales, menores de edad y adultas.

El autor es doctor en filosofía.

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