Encuentros y despedidas
Ante el límite, sentimos la debacle de lo que hay, y sentimos también la promesa de lo posible… y por eso necesitamos encuentros y despedidas.
CONFIESO que he regresado a Liboy Erba motivada por el recién estrenado film argentino-puertorriqueño Hugo, Paco y Luis y tres chicas de rosa (2013, Edmundo Rodríguez, director, y Sandra Teres, productora), una película extraña y hermosa sobre los límites de lo humano. Como Liboy, Rodríguez coloca su meditación fílmica en una serie de encuentros y despedidas.
Publicado hace más de 10 años, Cada vez te despides mejor y otros relatos elabora el tema sin el bálsamo simpático que nos protege un poco del fuerte argumento del film de Rodríguez, pero con una perplejidad ingenua que nos lleva por el laberinto de esas despedidas encontradas.
Parecido a Liboy, Rodríguez construye, en un desierto al borde del fin del mundo (con vistas espectaculares de nuestro Faro de Cabo Rojo), un motel-bar-cafetería donde las mujeres —quizás prostitutas, o brujas, o santurronas o camareras— provocan en los personajes una reflexión sobre vidas que a sus dueños les resultan ya incomprensibles. Estas mujeres son las parteras de un cambio de ruta en los hombres que se las encuentran y que, finalmente, se despiden de ellas. En el relato de Liboy, una de ellas dice: “Soy la bailarina que aparece al final de la noche.” Lo próximo, claro, es el fin del mundo.
Rodríguez y Liboy colocan a estas mujeres como guardianas del portal hacia lo otro, sabias intermediarias en el rito de paso de hombres cuya masculinidad está en crisis, y su mundo desmadejado. Y como en Liboy, estos hombres pueden ser cultos o incultos, jóvenes o viejos, hermosos o feos, valientes o cobardes, pero todos comparten un profundo sentido de inutilidad que nos habla sobre ese des- plazamiento de lo masculino hacia los márgenes de la pertinencia.
Si bien me refiero aquí al relato que lleva el título Cada vez te despides mejor, todos los cuentos del libro abordan el tema del hombre desplazado que nada entiende, y cuyas parpadeantes epifanías se deben a los actos o a las palabras de las mujeres que se relacionan con ellos. Como si, en un mundo devuelto al estadio primitivo de la magia animista, las mujeres fuesen la clave que llega quizás demasiado tarde a la vida del hombre que ha extraviado su ruta.
Sentirse extranjero es el estado de los hombres cuya errancia coyuntural forma la base de estas narraciones, pues las mujeres son el elemento fijo, inmóvil, en el umbral-límite. Tanto en el film como en los relatos de Liboy, sus palabras intermedian entre los lenguajes trillados de estos hombres y un lenguaje otro cuyo efecto principal es la extrañeza, que tanto los personajes masculinos como los lectores o los espectadores apenas comprendemos. Las palabras de estas mujeres no están ahí para ser comprendidas, sino para provocar en cada hombre un encuentro consigo mismo que lo lleve “fuera de sí”, que lo aloque, que lo obligue a “perderse”.
Vale señalar que el pensamiento del límite es un pensamiento desbocado, violento, difícil, porque oscila entre la certidumbre de lo consabido y lo aún sin explicar. Afirmativo de un territorio aún sin cartografiar, se funda en la negación perpleja del mundo como lo conocíamos. Propone, de hecho, “des-conocer” el mundo mediante un lenguaje que se vuelve suspicaz de sus propias palabras. Ante el límite, sentimos la debacle de lo que hay, y sentimos también la promesa de lo posible… y por eso necesitamos encuentros y despedidas.
Otros autores puertorriqueños también han explorado aspectos de este tema. Pienso en otro libro interesante, La belleza bruta, de Francisco Font, y quizás en la novela Documentados, de Yolanda Arroyo Pizarro. Ambos proponen, en un escenario casi expresionista (hay quien llamaría “kafkianas” a estas obras). Se trata de obras narrativas —film, novela, cuento— que exploran mundos dislocados, quizás utopías al revés.
Últimamente he hablado de monstruos en estas páginas. Quizás eso ocurre con Liboy y con Rodríguez, pero en ellos lo monstruoso no son los personajes, sino sus narraciones mismas. ¡Bravo!