El Nuevo Día

Cuando las cosas no funcionan

- POR SAMADHI Y. VARGAS

Recuerdo el día en que finalmente abrí mi corazón y revelé mi propósito de vida.

No esperaba recibir una estocada de vuelta. Tan desmedido era mi miedo a decir lo que verdaderam­ente quería y tan enorme mi presagio de fracaso, que me escondí detrás de anhelar otros oficios. Hasta convencí a otras personas de que realmente me dedicaría a esas tareas cuando honestamen­te no las quería hacer.

Quien entonces era mi mentora espiritual confrontó mi conducta; me retó, casi a gritos, a que dejara de actuar desde la complacenc­ia y me atreviera a decir lo que yo realmente quería hacer con mi vida.

Mientras no lo hiciera, viviría en sufrimient­o y le haría perder el tiempo a aquellos que me ayudaban a convertirm­e en algo que no me tocaba hacer.

Así que, por primera vez en su presencia, me paré en mi centro de poder, me puse el corazón en las manos y lo acurruqué como sosteniend­o un frágil globo de vidrio azul. Estaba lista para decirle la verdad.

La emoción que se arremolinó en mí me puso los pies de puntitas y me atreví a revelar el secreto germinado en mí tras dos años de prácticas espiritual­es: mi pluma, que me había freído el cerebro años antes, estaba sanando. Había temido aceptarlo hasta ese momento: “Quiero volver a escribir. ¡Y me gustaría que fueras mi mentora literaria!”

La respuesta vino acompañada de un alarido de hastío, un jamaqueón de hombros y un reclamo de frustració­n por mi sensibilid­ad peliaguda. Y no, no habría ayuda. La ayuda consistía en que buscara a alguien más. Pero yo no quería alguien más.

Con la sacudida, se me cayó el globo de las manos, y aunque era imaginario, mi mente recuerda el instante en el que reventó en el suelo, tornándose en un ejército de astillas de resentimie­nto.

Durante años, me arrepentí de haber abierto mi corazón de aquella manera. ¿Por qué no había funcionado lo que tanto anhelaba para crecer?

Me tomó dos años volver a pronunciar que quería escribir a tiempo completo, y de nuevo, conseguí trabajo en otras cosas. Entendí que necesitaba una buena relación con el empleo que tenía para generar sentimient­os de gratitud que atrajeran el oficio que yo sí quería.

Poco a poco, me atreví a pedir tareas sencillas de redacción. Durante un año y nueve meses, cultivé paciencia y tolerancia con los ciclos de cierre para llevarlas a cabo.

Pasé de revisar y editar algunas cartas, a escribirla­s y a traducir. Crecía de nuevo la confianza en mí. Pregunté en mis meditacion­es y oraciones qué pasos podía tomar para crear el trabajo que anhelaba, y practiqué lo siguiente durante más de un año:

1. Le entregaba mi trabajo a Dios todas las mañanas con la siguiente oración: “Bendice todo lo que pase por mi escritorio y a todas las personas que atienda con diligencia por teléfono y correspond­encia”.

2. Al llegar a mi escritorio en la mañana, meditaba por cinco minutos agradecien­do el oficio que ya tenía, aunque no fuera exactament­e lo que anhelaba. Tomaba recesos de cinco minutos durante el día para dar gracias.

3. Definí en mi cabeza y en mis diarios qué tipo de trabajo quería y fui específica. Expuse que quería escribir a tiempo completo, qué tipo de temas quería desarrolla­r, cuánto dinero quería ganar y, quizás lo más importante, cómo quería sentirme.

4. En el empleo que ya tenía, practicaba tener un sentido de plenitud con las tareas que sí disfrutaba, y decía en mi mente: “Ésta es la plenitud que quiero sentir en mi nuevo empleo”.

5. Tras saber que estaban cortos de personal, hice trabajo voluntario en el departamen­to en el que quería trabajar.

Me enfoqué en los atributos positivos del oficio que ya tenía, de manera que eso se expandiera en mi vida. Se abrió una plaza de redactor en línea y la solicité a manera de práctica. Pero, le dije a Dios: “Si tú no vas conmigo, yo no quiero ir”. No me ofrecieron el puesto.

Recuerdo que sentí alivio, pero a la misma vez me cuestionab­a con tristeza por qué no había funcionado.

Meses después me desesperé porque el trabajo de mis sueños no se manifestab­a. También necesitaba un mejor salario. Observé que me había aferrado a mi idea de un oficio, tanto así que no dejé margen para algo mejor.

Decidí ir en la dirección contraria, y dejé ir lo que quería para mí. “Voy a soltar lo que quiero para mí para que llegue

La fuerza más poderosa que he sentido en mi vida es encontrar ese momento exacto, sublime e insuperabl­e en el que el propósito de mi corazón pareó con la misión que el Universo tenía para mí”.

lo que tú quieres para mí”, dije en mis oraciones. Durante dos o tres semanas, lloré mi sueño y lo vi morir.

Entonces supe que quizás se abriría una plaza en el departamen­to en el que quería laborar. Quise llamar y enviar una solicitud de inmediato, pero sentía que me estaba parando sobre los talones de alguien que se acababa de ir, y no era un sentimient­o agradable. Una vez más, presté atención a mi intuición: aún no era tiempo de solicitar. Y de nuevo, lo dejé ir.

El día en que menos lo esperaba, estacionad­a frente a un supermerca­do y mientras jugaba con mi teléfono inteligent­e, recibí un correo electrónic­o: había una plaza nueva en la publicació­n para la cual ya escribía por contrato sobre temas espiritual­es y estaban interesado­s en que la solicitara.

El Universo entero se detuvo con ese e-mail. Una fuerza giratoria se movía y se expandía a mi alrededor con velocidad.

La película de mi vida se proyectó frente a mí: absolutame­nte todo lo que había vivido desde el momento en el que supe que quería escribir, hace 23 años, me preparó para ese instante.

Cada lección académica y profesiona­l, cada pequeña tarea “freelance”, los no y las burlas que viví y hasta la intensidad y el sufrimient­o de una jornada espiritual que me enseñó humildad: todo tuvo sentido. La oferta y todo lo que ocurrió después ha sido mejor de lo que pedí. Ese momento explicó por qué lo demás no había funcionado. Cuando atardece en un lugar, amanece en otro lado.

La fuerza más poderosa que he sentido en mi vida es encontrar ese momento exacto, sublime e insuperabl­e en el que el propósito de mi corazón pareó con la misión que el Universo tenía para mí.

El cosmos entero se abrió en un remolino de éxtasis, y me sentí en el centro de una celebració­n embriagant­e por varios segundos que parecieron horas. Yo no sé si a eso es que le llaman “dharma”.

Como dice Jack Kornfield, maestro de meditación Vipassana: tras el éxtasis, lavar la ropa. Hago tareas rutinarias, llego todos los días a una oficina, prendo la luz y uso una computador­a, pero el contenido de lo que hago, y mi estado interior, son diferentes. El oficio que tengo el privilegio de ejercer utiliza todos y cada uno de mis talentos y aprendizaj­es: todos.

A mí no me gustó la experienci­a amarga que viví, todavía no me gusta cuando la recuerdo, y eso es honesto. Pero los humanos tenemos la capacidad de apropiarno­s de nuestras experienci­as y utilizarla­s para crecer. Duele hasta el origen de una misma, pero es posible sanar un latido a la vez.

Mi práctica de meditación me enseña a vivir con esas ambigüedad­es. Como escuché en una charla cuando llegué a Unity Village: “Lo que quiebra tu corazón, también lo abre a la bondad”. Quizás un corazón en pedazos no es un precio tan alto a pagar si es que una decide aprovechar la oportunida­d para abrirse a recibir la Existencia entera. En Facebook, 90 días: una jornada para sanar

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