El Nuevo Día

PPP: Pedri, patriarca pirata

- Chu García

Han tenido que pasar poco más de tres décadas para que se le reconozca su valía como apoderado rey en la Era Dorada del baloncesto, que para mi fue en los setenta, cuando sólo tres equipos coparon todos los cetros: cinco de Bayamón, cuatro de Quebradill­as, y uno de Río Piedras, y todos con dirigentes estadounid­enses, aunque en 1972 los Vaqueros de Tom Nissalke lo tuvieron que compartir con Fufi Santori. Por decisión de Carlos Beltrán, presidente del BSN, se le ha quitado el chaleco de la injusticia a Pedro Hernández, el querido y respetado Pedri que hizo del basket el pan con mantequill­a de un pueblo que además hace del Atlántico su agua bendita y de la camaraderí­a su comunión diaria. Aunque los Piratas son los campeones defensores, tras una sequía de 34 años, por razones que ahora no valen la pena ahondar, a Pedri, de 78 años y casado felizmente con Silvita, se le tenía empacado-al-vacío en el olvido, descartánd­ose que todo pasado es prólogo y que cada mañana es un ayer renovado si no se traiciona a los héroes verdaderos como él, que sacrificó su carrera de abogado y tiempo valioso de esposo para darle a su ciudad su mejor bálsamo social: 11 series finales y tres campeonato­s, ya que era coapoderad­o de Rufino Curbelo en 1970, pese a que sí llevaba el control administra­tivo. Después que llegaran Raymond Dalmau y Neftalí Rivera a fines de los sesenta como neoyorrica­ns-de-luxe, con Pochy Padilla como dueño, Pedri ele- vó aún más la contrataci­ón de hijos de Nueva York con el pívot y pitcher John Candelaria, Chiqui Burgos, Néstor Cora, Alex Vega en su debut en 1975: Steven Dalmau, Manny Figueroa, César Fantauzzi, Hanky Ortiz, uniéndose asimismo Tony Babín, Carlos Hernández, el centro calvo de pelos en los pechos, y Kiliki Marichal, transformá­ndose en una escuadra aguerrida y en un maquinaria ofensiva con coaches del talante de Doug Moe, Del Harris, Larry Brown de forma temporal; el legendario Phil Jackson, despedido y anclado en Isabela por insistir en un sistema de ataque en que RD casi no tocaba el balón; y Ray Amalbet, que obtuvo tres títulos en 1977, 1978 y 1979 con Cardenales, Mets de Guaynabo y Gigantes de Carolina como víctimas. Pedri, que trabajó de croupier en casinos para costearse sus estudios de leyes, le dio el valor añadido de que los jugadores sé relacionar­an con los ciudadanos, compartien­do en la plaza de recreo como cualquier hijo de vecino y viviendo la mayoría en hogares locales durante las temporadas. Él, pues, fue el artífice de una unión social que revirtió en triunfos deportivos porque promulgaba la cohesión y la lealtad, de lo que se carece actualment­e porque impera el poder del dólar. Viva Pedri en cuerpo y en alma, y que su legado no se borde solamente de nostalgia, sino de enseñanza para todas las épocas...

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