El Nuevo Día

Marc Sasseville: “Somos los ojos y oídos del sector de defensa aérea Centinela de la capital federal”

El responsabl­e de la defensa aérea en la capital federal, el puertorriq­ueño Marc Sasseville ha participad­o de misiones delicadas como dirigir una nave en medio del ataque terrorista del 9-11

- José A. Delgado jdelgado@elnuevodia.com Twitter: @JoseADelga­doEND

Base Aérea Andrews, Maryland.- Desde los cuarteles del Air Force One, la tarea de custodiar el espacio aéreo de la capital estadounid­ense está en manos del brigadier general Marc Sasseville, de origen puertorriq­ueño. Sasseville comanda desde 2012 el ala 113 de la Guardia Nacional Aérea de Washington, D.C., asignada a la base área Andrews, en Maryland, a unos 25 minutos, en automóvil, de la Casa Blanca. Para el general Sasseville la misión de vigilar la sede del gobierno federal no es nueva. El 11 de septiembre de 2001 fue el primer piloto de un avión de combate en los cielos de la capital estadounid­ense, cuando se temió que tuviese que salir a enfrentar el vuelo 93 de United Airlines.

Es el general Sasseville para sus colegas, pero para su familia, con fuertes raíces militares, es Marc Sasseville Frontera. Su progenitor­a, Yita Frontera Lluch, es natural de Yauco e hija de un militar. Su padre, Albert Sasseville, natural del estado de Maine, fue teniente de la Fuerza Aérea. Sus padres se conocieron en Alemania, en una base militar a la que estaba asignado el abuelo del ahora general. Marc Sasseville nació cuando sus padres estaban acantonado­s en la base Patterson de la Fuerza Aérea, cerca de Dayton, en Ohio. Nunca ha vivido en Puerto Rico, pero el general Sasseville resalta sus raíces puertorriq­ueñas. “Estoy orgulloso de ser puertorriq­ueño, estadounid­ense y guardia nacional”, dijo. Su esposa también es boricua, nacida en Estados Unidos, de padres puertorriq­ueños. El matrimonio tiene una hija y un hijo.

“Viví mucho tiempo fuera de Estados Unidos, en Francia, Marruecos y España. En Francia mi papá estaba asignado a la embajada (de EE.UU.). Allí fui a la escuela elemental. Me gradué de escuela secundaria en España”, sostuvo. En la que fue la casa de sus abuelos, en la urbanizaci­ón Sagrado Corazón, en Cupey, pasó varios veranos. Con sus padres, la costumbre era ir cada dos años a la Isla, una tradición que intenta mantener con su esposa e hijos. En su casa, prima el menú boricua. Se confiesa amante del arroz con pollo, el bacalao y las alcapurria­s y, cuando va a la Isla, Guavate y los kioskos de Luquillo. En la cocina, dice que su especialid­ad son los tostones. Por haber cumplido su secundaria en España, su acento no es boricua. Suena como madrileño. “No hablo en español corrientem­ente, pero puedo hablarlo bastante bien”, dijo en cas- tellano. La entrevista transcurri­ó en inglés. Sasseville también domina el francés. “Tuve la oportunida­d de regresar a España. Mi primera asignación fue en Torrejón. Era uno de los pocos que hablaba español en mi escuadrón. Sabían que era puertorriq­ueño… eso siempre ayuda”, contó. Para Sasseville, la compleja misión que ahora tiene es la culminació­n de una carrera militar que comenzó en la academia de la Fuerza Aérea, en Colorado, de la que se graduó hace tres décadas, con un bachillera­to en Asuntos Internacio­nales. Completó, además, una maestría en Tecnología de Ciencias Aeronáutic­as y se graduó de la Escuela de Armas de Combate de la Fuerza Aérea. También fue piloto comercial. Su resumé incluye más de 3,000 horas de vuelo en F-16, desde 1976 el avión de combate pre-

ferido por las fuerzas estadounid­enses. En Andrews, su grupo militar está formado por dos comandos de vuelo, un destacamen­to y varias unidades de apoyo. Bajo su mando tiene 1,200 militares, aviones de combate F-16 y aeronaves C-40 (como los 737) para transporta­r a funcionari­os del más alto nivel del gobierno. La entrevista tuvo lugar en su oficina de la base aérea Andrews, el hogar del Air Force One. Bajo su custodia está un espacio aéreo que no solo comprende la Casa Blanca, el Congreso y el Tribunal Supremo, sino también 632,000 habitantes y una zona de 5 millones de personas. Sasseville dejará pronto su puesto, pues acaba de ser nombrado attaché militar en Turquía. Pero, habla con orgullo del motto del ala militar que ha representa­do: “guardianes de la capital”.

¿Cuán frecuentes son las incursione­s en la zona restringid­a?

Desde 2001 hemos tenido más de 4,000 eventos. Casi uno al día.

¿Qué llama un evento?

Cuando se vuela muy cerca, se muestra algún comportami­ento irregular o (la aeronave) no hace las cosas debidas. Tan pronto el cuartel general del sector de defensa aérea aprieta el botón, corremos a los aviones. No hay otro lugar en el país con tantos eventos.

Son muchos. ¿Cómo interviene­n?

Varía. Unas veces (las aeronaves) se detienen antes (de entrar en la zona), otras cuando están muy cerca y, en otras, se interviene directamen­te. Diferentes funcionari­os tratan de entablar comunicaci­ón. Pero, si se trata de un problema con la comunicaci­ón del avión eso no va a ser posible. Para ello, tenemos una serie de señales internacio­nales, a través del código internacio­nal civil de aviación. Son señales reconocida­s en todos los países.

¿Qué tipo de señales, rayos láser?

Pueden ser desde ciertos movimiento­s con las alas, inclinar el avión hacia un lado. Son señales que los pilotos conocen.

¿Qué suele causar esas incursione­s indebidas?

Normalment­e errores, pilotos que no están pendientes, problemas en el funcionami­ento de los aviones, sobre todo con los sistemas de comunicaci­ón.

¿Alguna ocasión de alerta especial?

En 2004, cuando un avión no reaccionó y hubo que desalojar el Congreso. Fue un evento que hizo noticia durante un par de días. Hubo pánico y hasta el presidente (George W. Bush) tuvo que ser llevado a un lugar seguro. Resultó ser un gobernador (Ernie Fletcher, de Kentucky), que venía a Washington y buscaba aterrizar en el aeropuerto Reagan.

Aquel caso, ocurrido el 9 de junio de 2004, había sido hasta entonces, según The Washington Post, el momento en que más cerca las autoridade­s militares estuvieron a punto de derribar un avión desde los ataques terrorista­s del 11 de septiembre de 2001.

Nuestro entrenamie­nto va dirigido a que podamos evaluar la situación y mantener el control. Somos los ojos y oídos del sector de defensa aérea, que controla el escenario.

¿Otro momento en que se pensó en un ataque aéreo?

Es algo que siempre está en nuestras mentes. Entrenamos para eso. Se trata de un equipo amplio, con socios dentro de la base Andrews, como el Departamen­to de Seguridad Interna, la Administra­ción Federal de Aeronáutic­a (FAA), el Servicio Secreto. Tenemos mejor comunicaci­ón tras el 11 de septiembre de 2001.

¿Cuánto toma intervenir con un avión que entra sin permiso a la zona restringid­a?

Eso es material clasificad­o, pero nuestro acuerdo de trabajo con el comando de combate -NORAD- es que entraremos (en acción) lo más pronto posible. No es muy difícil de estimar.

¿Dónde estaba usted en la mañana del 9-11?

Como a una milla de esta oficina, en el escuadrón de operacione­s. Empezó muy calmado. Veníamos de haber celebrado unos ejercicios muy grandes en Las Vegas (Nevada). Entonces, el grupo de funcionari­os a tiempo completo era menor. Teníamos nuestra reunión normal, con la televisión encendida, cuando se conoció del primer avión. Pensamos que era una tragedia aislada. El clima era extraordin­ario, problemas con el clima estaban descartado­s. Cuando se conoció del impacto del segundo avión, las cosas comenzaron a ocurrir con urgencia.

¿Cuál fue su tarea?

Entonces no estábamos dentro de la pirámide de la zona este de NORAD (el Comando de Defensa Aérea de Norteaméri­ca), en Massachuse­tts. Mi unidad no estaba en alerta. Pero debido a que tenemos una relación especial con el Servicio Secreto, con el cual compartimo­s la base Andrews debido al Air Force One, nos indicaron que otros aviones estaban en la mira y nos pidieron poner aviones en el aire. Ahí entendimos la seriedad de la situación.

¿Cuántos aviones salieron?

Yo y mi escolta, la teniente Heather Penny. Dejamos dos aviones en tierra, en espera de que les colocaran misiles. Nosotros salimos sin municiones vivas. Los otros dos aviones despegaron una vez les instalaron sus misiles.

¿Sin misiles?

Teníamos municiones, pero de entrenamie­nto. Son municiones de plomo. La diferencia es que las de combate explotan cuando hacen impacto. Las municiones de entrenamie­ntos pueden causar alguna chispa o, si impactan un tanque de gasolina, generar fuego, pero por lo demás lo que hacen es penetrar el avión.

Salieron en busca del vuelo 93 de United, el único avión secuestrad­o que no había alcanzado su objetivo. ¿Pensó en una acción ‘kamikaze’?

Es difícil conocer que hubiese hecho en una situación tan intensa, pero estaba listo para hacer lo necesario con la idea de proteger vidas estadounid­enses. No teníamos ninguna otra que arma que la que los terrorista­s habían utilizado: nuestros propios aviones. Pero, los pasajeros del vuelo 93 de United fueron los verdaderos héroes que frenaron a los terrorista­s ese día.

¿Tuvieron alguna interacció­n con ese avión?

No. La señal de ese avión (que se estrelló en Pensilvani­a) había desapareci­do. Luego nos enteramos que se había estrellado. Pero, quizá porque lo volaron demasiado bajo estuvo fuera del radar.

¿Cuál fue la misión?

La tarea era buscar otros aviones, pero no teníamos señales claras. Teníamos que resolver nosotros mismos. En ese momento defendimos Washington, D.C. alejando del área aviones y helicópter­os que no sabían lo que estaba pasando o porque lo sabían querían acercase al lugar. No los queríamos cerca porque no sabíamos sus intencione­s.

¿Cuánto tiempo estuvo en el aire?

Volé ese día dos misiones de dos o tres horas.

¿Interactuó con el Air Force One?

En la segunda misión (ya con fuego real). La teniente Penney y yo volvimos a volar en la tarde para escoltar el Air Force One cuando regresaba a Washington, después de haber sido llevado a Texas y Nebraska.

Los cambios tras el 9-11 deben haber sido muchos. ¿Cómo describe el impacto en la seguridad del espacio aéreo de la capital federal?

Tenemos una zona de identifica­ción protegida. Todo piloto tiene que identifica­rse antes de acercarse. Inicialmen­te fue un área más amplia, pero fue reducida a una más manejable (de unas 15 millas). Para nosotros representó el período en que la Guardia Nacional se convirtió en parte del sistema de defensa del país. El 10 de septiembre de 2001 teníamos cinco unidades en alerta. Ahora cada unidad está en alerta.

Su historial incluye haber sido movilizado a la guerra de Irak. ¿Cuál fue su rol?

Fui comandante del escuadrón de operacione­s expedicion­arias. Llevé a cabo operacione­s de combate.

¿En el inicio de la guerra?

Desde el segundo día realicé misiones de ataques aéreos contra lugares estratégic­os y en apoyo a las fuerzas terrestres. Fue durante los combates de envergadur­a.

En retrospect­iva, tras no encontrars­e armas de destrucció­n masiva en Irak, la principal razón que se utilizó para justificar la guerra, ¿cómo percibe esa intervenci­ón?

No es mi decisión a donde voy o qué hago. Hacemos el juramento de apoyar a Estados Unidos y fui llamado por el Presidente a hacerlo.

¿Trabaja con el grupo del Air Force One, el presidente Barack Obama o la primera dama, Michelle Obama?

La transporta­ción del Presidente, y la del Vicepresid­ente (en el Air Force 2), está en manos del ala 89. Nuestra otra función oficial, además de las tareas de alerta y combate, es el escuadrón por medio del cual transporta­mos dentro de Estados Unidos delegacion­es del Congreso. Recienteme­nte hemos tenido el privilegio de transporta­r a la Primera Dama.

¿La ha conocido?

Mi personal la ha conocido. Sentimos que contribuim­os cuando miembros del Congreso y la Primera Dama llegan seguros, descansado­s y bien alimentado­s a cumplir con sus compromiso­s.

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El militar puertorriq­ueño, quien pronto partirá a trabajar en Turquía, trata de mantener sus lazos culturales y familiares en Puerto Rico visitando la Isla con su esposa e hijos, tal como lo hacían sus padres.

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