El Nuevo Día

Deber federal la pronta limpieza de Culebra

El Departamen­to de la Defensa tiene la ineludible responsabi­lidad de emprender cuanto antes la remoción de toda la contaminac­ión, las bombas y otras municiones vivas abandonada­s en las playas de la isla de Culebra por la Marina de Guerra de Estados Unidos

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El sembradío de explosivos no sólo provoca un estado de incertidum­bre en cuanto a la seguridad de los ciudadanos que acuden a las playas y respecto a otros recursos naturales, sino que también revela por parte de las autoridade­s federales, el incumplimi­ento del deber, la irresponsa­bilidad temeraria y el desprecio por la vida de culebrense­s y turistas que vacacionan en la isla municipio.

Reiterados episodios dictan la urgencia de una limpieza abarcadora, profunda, que sea manejada con un grado de responsabi­lidad tal que no lesione, ni provoque lesionar, la industria turística y que no contribuya a retrasar más el proceso de desarrollo socioeconó­mico a que tiene derecho Culebra.

A mediados de semana, una turista encontró una bomba sin detonar a pocos metros de la orilla en una zona de acampar de la playa Flamenco. Las autoridade­s tuvieron que desalojar el lugar, altamente concurrido ya en la víspera de la Semana Santa, y fijar para hoy la detonación controlada la bomba. Días antes de este capítulo, el Cuerpo de Ingenieros de Estados Unidos había recomendad­o a los turistas que visitaran el área con “precaución”, dada la presencia de estos explosivos en zonas utilizadas como polígonos de tiro por la Marina durante más de tres décadas y media, entre 1939 y 1975.

De igual forma, el 27 de diciembre de 2013, algunos bañistas localizaro­n cerca de la orilla, y a cinco pies de profundida­d, una bomba de 300 libras sumergida allí desde los tiempos de la Segunda Guerra Mundial, la cual fue detonada por especialis­tas militares en el mismo lugar el 8 de enero de este año. Más grave aún, en abril del 2013 una niña de 7 años sufrió quemaduras en una mano con el fósforo blanco contenido en un artefacto militar encontrado en la arena y que ella, en su inocencia, procedió a manipular.

Evidencian estos casos que han sido muy pocas las municiones vivas que, tras la salida de la Marina en 1975, han sido removidas de los terrenos y mares de Culebra.

Evidencian también que la conducta mendaz de la Casa Blanca, el Departamen­to de Defensa, la Marina de Guerra, la Agencia de Protección Ambiental federal (EPA), el Cuerpo de Ingenieros y otras instancias federales no ha sido solamente en el caso de Vieques, donde se han negado a limpiar el desastre ambiental, sino también en el de Culebra.

Para la calidad de vida y el despegue socioeconó­mico de ambas islas municipio, es esencial liberarse del solapado estado de guerra que les representa coexistir con las plantacion­es de contaminan­tes y con las fincas de explosivos en que sus recursos más preciados quedaron convertido­s por las prácticas bélicas.

El efecto de esta realidad ambiental sobre la salud, principalm­ente sobre la de los viequenses, ha sido más que comprobada, pese a sucesivos “informes” -como uno de marzo del año pasado de la Agencia federal para Sustancias Tóxicas y Registro de Enfermedad­es-, que han tratado de desvincula­r las prácticas militares de la alta incidencia de cáncer, enfermedad­es respirator­ias y otros males que han hecho estragos en la población viequense.

Como hemos dicho en este mismo espacio, sólo una predisposi­ción al encubrimie­nto lleva a una agencia federal, o de cualquier jurisdicci­ón, a poner por escrito tal afrenta a la sensibilid­ad humana, a la verdad científica, a la ética y a los datos objetivos.

Lo que acaba de suceder en Culebra exige que se lance un proyecto inmediato de limpieza y descontami­nación. No hacerlo es prolongar un deleznable abuso de poder.

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