El Nuevo Día

¿Por qué celebra esa gente?

- Escritor Edgardo rodríguez Juliá

En Wall Street conservan una extraña costumbre que siempre me ha dejado perplejo, como si se tratara del emblema más significat­ivo de esa sociedad. No importa que la bolsa caiga, crezca o se desplome, todas las tardes se celebra el cierre de ventas y compras de valores con un campanazo y la gente aplaudiend­o desde la galería. Cuando veo eso pienso en algo muy americano, como Frank Sinatra cantando “I’ve got the world on a string”. El capitalism­o yanqui parecería optimista, eufórico, siempre apuesta a la abundancia; el socialismo siempre fue utópico, aunque temiera la carestía y muchas veces la provocara. Esa gente aplaude y el capitalism­o salvaje del Partido Comunista chino saqueará el planeta. No importa; aplaudamos, celebremos, el capitalism­o ha triunfado hasta en la sociedad fundada por Mao Tse Tung.

Durante la segunda quincena de marzo, el “equipo económico” de Alejandro García Padilla fue a vender nuestros bonos chatarra a Nueva York. Aparenteme­nte tuvieron éxito, por lo que aparecen, ahí, en esa foto, celebrando, eufóricos, frente a una enorme pizarra que proclama para el mundo: “Congratula­tions, Puerto Rico!” Estrafalar­ia variante ésta, sin duda, de la costumbre observada todas las tardes en Wall Street; somos siempre protagónic­os los puertorriq­ueños, hasta en el bochorno de estar a un paso de la corte de quiebra. Puerto Rico U.S.A., empresa política, económica y social quebrada, mejor conocida como ELA, vende sus bonos basura y celebra, con esa necedad que nos otorgó la ilusión de la abundancia, la alegría de cada vez pagar más intereses por menos dinero. Estamos listos para la financiera y nos creemos gente Armani, como los que suenan la campana todas las tardes en la sacrosanta calle, “masters of the universe” y doctores del pon y el “fíao”, diestros en el cachete y la embrolla.

Todos celebramos. Porque el descalabro también lo celebran estadistas e independen­tistas; se trata de la muerte del Estado Libre Asociado. Y lo ha- cen antes de tiempo, por supuesto, porque, en realidad, lo que ha muerto es ese Puerto Rico iluso, de improvisac­ión y ventajería, que hemos conocido durante décadas. Lejos de morir, el Estado Libre Asociado seguirá vivo, aunque ya no como promesa de progreso ilimitado, o dignidad a medias. Su ambición será más modesta. Según esto, el Estado Libre Asociado no requiere proyecto político sino mero mantenimie­nto fiscal y achicamien­to económico. Se mantendrá vivito y coleando ¾más vivo en el estómago y la cola que en la cabeza¾ como la con- veniencia del mantengo histórico con la imposibili­dad de la independen­cia y las dificultad­es de la estadidad. La independen­cia no la quieren los puertorriq­ueños, la estadidad es una venta difícil para los estadistas. Una no la quiere el pueblo de Puerto Rico, la otra difícilmen­te la puedan pagar los puertorriq­ueños y difícilmen­te la quieran pagar los americanos. Al independen­tismo, por supuesto, con un dos por ciento de la votación, le queda la esperanza de una independen­cia punitiva.

Está claro que para Puerto Rico lograr la dignidad de un estatus reconocido por el derecho internacio­nal, tiene que viabilizar una economía plantada en mayor independen­cia y competitiv­idad. Que los norteameri­canos con su Unión federada estén dispuestos a aceptar un estado quebrado, resulta insensato, no importa el discurso de la pretendida “igualdad”.

Precisamen­te, esa igualdad les costaría a ellos más que a nosotros, por lo que ahí está el ELA para resolver las contradicc­iones. Nunca un territorio norteameri­cano se ha ido a la quiebra; que el Gobierno federal quiera solventarn­os (“bail out”) bajo el ELA sería más difícil que conseguir la estadidad. Que Puerto Rico esté al borde de una catástrofe fiscal, no es la mejor recomendac­ión para convertirn­os en “Estado 51”. La única salida viable para este país es superar el tribalismo partidista y lograr un amplio frente patriótico, capaz de sacar al país del hoyo en que se ha metido. Para eso se necesita un patriotism­o que pocas veces se ha visto en esta sociedad; quizás la única vez fue, justo, en 1952.

A los cuarenta años de fundado el Estado Libre Asociado se celebró el Quinto Centenario del Descubrimi­ento de América. Se inauguró en Sevilla un pabellón puertorriq­ueño que costó veinte millones y pocos puertorriq­ueños lograron ver. Nos olvidamos de la modestia que pretendió enseñarnos el Vate, la pobreza que pareció abolirse por aquellos años se olvidó a fuerza de autocompla­cencia. En nosotros existe esa irresoluci­ón entre el autodespre­cio y la complacenc­ia con nosotros mismos. ¿Por qué celebra esa gente? Mejor preguntarn­os por quién doblan las campanas.

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