Poesía prosaica… ¡dámela calle con tostones!
Q Nada más precario que un “tostón”, y quiero decir “problema difícil”, “mal rato”, “tropezón”. Lo superas o te alejas de él mientras canturreas (junto al gran filósofo Rubén Blades al ritmo de Ray Barreto), “lo que se, fue se fue”… Y nada más prosaico que un “tostón”, un plátano aporreado, sobre todo si es “calle”.
Y de esa “calle” trata esta compilación impecable que hace Melanie Pérez Ortiz de nuestra poesía más reciente: la calle “prosaica” de nuestros nuevos dioses que se plantan ante el poema como recipiente de esa torrencial “prosa del mundo”, como bien la llamó previsoramente Maurice Merleau-Ponty hace tantos años. La calle es prosa, y cuando invade la poesía, la vuelve pura calle.
Estamos ante poetas con “calle” que escriben desde una exterioridad ominosa, desde una intemperie huracanada, evitando el tsunami de una realidad cada vez más ajena. Deambulantes entre la barahúnda de objetos que nos ha legado un consumo febril propiciado por un capitalismo errático y asfixiante, los nuevos poetas bregan con lo que hay. Unos se elevan en una lírica sorprendida de sí misma, mientras otros se revuelcan en el detritus de las cosas y son, para citar a Octavio Paz, los nuevos “hijos del limo”.
Pero, como nos dice Marc Augé en la reseña que está aquí al ladito, y en ánimo bastante saturnal, “de la descomposición viene la inauguración”. Limo inaugurante podemos llamar al alimento que da vitalidad a los nuevos poetas puertorriqueños.
En su breve y estimulante introducción titulada “Estos tiempos que corren al origen”, Pérez Ortiz explora, de forma llana, los nuevos lineamientos ideológicos sobre los cuales se monta nuestra precaria y prosaica tardo modernidad. Nos coloca en un presente quebrado (como lo llama Giorgio Agamben), que no es otro que el origen. Estos escritores son los verda-
“Estamos ante poetas con 'calle' que escriben desde una exterioridad ominosa”
deros “primitivos”: al recurrir al mito, se posicionan ante una inauguración, ante el mundo como puro augurio.
Pérez Ortiz, quien ha hecho una labor sutil y arriesgada al seleccionar poetas y poemas, tuvo la elegancia crí- tica de enfrentar la apuesta desde el caos que embellece al que todo lo prueba: venenos y viáticos, frutas y piedras, lo digesto y lo indigesto. Fue valiente: otras antologías recientes se van con los poetas “jóvenes” ya requete-comentados junto a muestras extensas de cada cual, en ejercicios mucho más seguros que éste. Esto tiene su razón: Pérez Ortiz rebusca en las fisuras de lo que quizás aún no es poesía. Y la verdadera apuesta viene de la intuición abierta, no de la confirmación clausurante. Amig@s lector@s, pónganse a pensar: nuestra primera novela importante se titula Póstumo el transmigrado. (1872). Hay que decir que Pérez Ortiz advierte la fascinación de la literatura puertorriqueña por los fantasmas, por los muertos, por la exhumación prolija y a la vez falsificada de antepasados reales e imaginarios (Seva vs. La renuncia del héroe Baltasar; La charca vs. Osario de vivos). Por más de un siglo, nuestros proyectos de país se han venido abajo en sucesión vertiginosa dejando escombros confusos, malolientes, y le ha tocado a estos muchachos y muchachas saquear las ruinas indistintas y reinventar la rueda, es decir, la poesía.
¿Cuál es el saldo? La nómina de Pérez Ortiz — veintidós poetas de diverso estilo, temática y acercamiento a la literatura— recoge deliberadamente lo diverso, tanto en cuanto a quiénes, y también en cuanto a qué. Los cadacuales y las cadacualas están representad@s por su quehacer diverso, tan diverso como ell@s son al catarl@s en su individualidad. Se quiere esa dimensión de lo individual mientras se explora el contenido de ese corte de tiempo que opera el tomo: los últimos 14 años del nuevo siglo. El corte parece arbitrario —y quizás lo sea— pues gran parte de la nómina cabalga entre el siglo nuevo y el viejo.
Pero hay que decir que este tomo es, sobre todo, un goce enorme. Para eso es: para abrir la puerta gozosa de nuestra poesía más nueva.