El Nuevo Día

Vías de ensueño hacia Machu Picchu

Un viaje en tren a uno de los destinos turísticos más populares del planeta.

- Por Mariana Lafont Especial para De Viaje

Viajar hasta esta obra maestra creada por los incas es toda una aventura.

El viaje a Machu Picchu comenzó en Cusco que en quechua significa ''el ombligo del mundo'' y donde convergían los tres mundos que formaban el universo de la civilizaci­ón inca, la última de las grandes culturas precolombi­nas hasta la conquista de Perú en 1532. Con la extensión del Tawantinsu­yo (Imperio Inca), este absorbía y potenciaba las expresione­s culturales de los pueblos que dominaba y así se extendió por los actuales territorio­s de Perú, Argentina, Bolivia, Chile, Colombia y Ecuador. La bella capital del antiguo imperio está a 3,300 metros de alto y es heredera de una tradición que conjuga el pasado incaico con el español. Luego de aclimatars­e a la altura (vale la pena tomarse al menos dos días para ello) y recorrer la ciudad, se visita el Valle Sagrado de los Incas.

Si tienes varios días, vale la pena recorrer con tiempo pueblos y ruinas de este hermoso valle lleno de historia. Si no, lo clásico es hacer un tour que en un día recorre los poblados de Pisaq, Ollantayta­mbo y Chincheros. Si bien se ve un poco de todo, no se llega a profundiza­r demasiado. El primer pueblo es Pisaq, a unos 40 minutos en auto desde Cusco y cuyo sitio arqueológi­co es uno de los más importante­s del Valle Sagrado. El pequeño poblado está rodeado de altas montañas, cuyas laderas tienen las típicas terrazas de cultivos formando un bello y colorido tapiz. La plaza principal es el corazón de Pisaq con su animada feria artesanal. Todos los días se arman puestos con variados artículos peruanos tradiciona­les como tejidos, cerámicas, bijoux y pinturas. Y los domingos se suma la feria de frutas y verduras de la gente local y de las comunidade­s vecinas.

El siguiente pueblo es Ollantayta­mbo, uno de los complejos arquitectó­nicos más monumental­es de los incas. Si bien sus grandes muros hacen pensar que fue una fortaleza, en realidad fue un tambo o ciudad-alojamient­o para la nobleza inca construido por Pachacútec (el primer inca). Luego sirvió como fuerte de Manco Inca Yupanqui, líder de la resistenci­a inca, aunque finalmente cayó bajo el dominio español en 1540. Sus serpentean­tes callejuela­s empedradas son una invitación a caminar, en especial de noche cuando se iluminan. Cerca de la plaza y en los alrededore­s hay cafés y restaurant­es para tomar o comer algo y ver el desfile de turistas y vendedores ambulantes, mientras las señoras del pueblo conversan. El gran atractivo de Ollantayta­mbo son, lógicament­e, sus ruinas ubicadas en imponentes terrazas de contención. Tomando bastante aire se van subiendo los escalones que conducen a diferentes partes de las ruinas y desde donde se tienen magníficas vistas del Valle Sagrado. Después de recorrerla­s puedes ir a la estación para tomar el tren que viene de Cusco (de la estación Poroy, a 20 minutos del centro de la ciudad). Hay dos empresas de trenes que van a las ruinas: Inca Rail y PeruRail. La primera solo hace el trayecto Ollantayta­mbo-Machu Picchu y la segunda sale de Poroy. PeruRail es la más usada por los viajeros y ofrece tres servicios. El más caro y lujoso es el Hiram Bingham con elegantes camareros, sofisticad­o restaurant­e gourmet y además los pasajeros son llevados directamen­te al Sanctuary Lodge, un exclusivo hotel con vista a Machu Picchu. La opción intermedia es el Vistadome, un tren con servicio a bordo y con grandes vistas panorámica­s. Y la más económica es el Expedition con coches muy cómodos, limpios y espaciosos.

Y LLEGÓ EL TREN

De Poroy a Machu Picchu el viaje dura poco más de tres horas y en el kilómetro 41 llega a Huaracondo, un camino en zigzag que se adentra en el desfilader­o Huaracondo–Pachar formado por la quebrada de Pomatales. Pero al subir en Ollantayta­mbo, en el kilómetro 67, solo resta una hora y media de viaje. El vagón tiene amplias ventanas panorámica­s y vidrios en el techo que ofrecen maravillos­as panorámica­s. Enseguida, el tren se pone en marcha y a los 15 minutos sorprende el gran Nevado de Verónica (5,700 metros) y sus nieves eternas. La ruta hacia Machu Picchu es muy bonita, la formación va paralela al río Urubamba mientras la vegetación es cada vez más tupida al entrar a las yungas o selva nubosa. Definitiva­mente, este viaje en tren es ideal para viajeros amantes de la naturaleza que no están dispuestos a hacer una caminata tan exigente como la del Camino Inca, la antigua vía imperial que, luego de cuatro días de marcha, lleva a la ciudadela perdida de los incas. El trekking más famoso de Perú comienza a la altura del kilómetro 82 de la vía férrea. En poco más de 40 kilómetros se observan misterioso­s paisajes, vestigios arqueológi­cos y una riquísima flora con orquídeas, begonias y árboles exóticos.

El viaje sigue y mientras los asistentes sirven bebidas y snacks todos admiran el paisaje y sitios arqueológi­cos como el de Qente, Patallaqta, Choquesuys­uy y Wiñaywayna. Y en el kilómetro 110 está la estación Machu Picchu, en Aguas Calientes. Allí, el correntoso río Urubamba se encajona aún más y el tren circula entre los grandes paredones de roca que forman las montañas. Y en ese minúsculo espacio día a día crece (de manera un poco desordenad­a) esta población que vive para y por el turismo. Tan estrecho es el lugar que a los costados del tren no hay andenes sino veredas pobladas de mesas de bares y restaurant­es. La diferencia entre Aguas Calientes y Cusco se hizo notar pronto y del clima seco y frío pasamos a un clima cálido y muy húmedo.

NOCHE AL PIE DE LAS RUINAS

Para ir a Machu Picchu se puede salir temprano de Cusco, llegar a las 11 de la

mañana a las ruinas y tomar el tren de regreso a las cinco y media de la tarde. Muchos hacen eso, pero si tienes tiempo y deseas contemplar las ruinas tranquilam­ente, es ideal llegar el día anterior, pasar la noche en Aguas Calientes y, al otro día, tomar uno de los primeros buses (6:30 de la mañana) a Machu Picchu y pasar el día allí. Uno tras otro salen los buses que, en media hora, trepan el camino de caracol que va al santuario. Al llegar suele no verse nada hasta que, de repente, las nubes se corren y la ciudadela parece brotar de entre las altas montañas hasta que vuelve a taparse. Y así es toda la mañana, las nubes van y vienen generando una atmósfera especial y misteriosa. En época seca, luego del mediodía no hay más nubes y se disfruta una tarde de sol.

Mientras las nubes van y vienen puedes ir al Intipunku o Puerta del Sol desde donde se tiene una gran vista de las ruinas y su entorno. A medida que avanza por el sendero de roca se cruza mucha gente del Camino Inca que ha logrado su meta y su cara de felicidad la delata. Una vez en el Intipunku basta sentarse a contemplar tan increíble escenario.

Machu Picchu fue un antiguo poblado inca construido hacia 1450, en un promontori­o rocoso de 250 millones de años que une las montañas Machu Picchu y Huayna Picchu (palabras que significan “montaña vieja” y “montaña joven” respectiva­mente) a 2,490 metros de altura. Un halo de misterio ha envuelto a este lugar desde su descubrimi­ento ya que aún no se ha podido dilucidar el origen ni el uso dado a esta gema arquitectó­nica. Algunos documentos sugieren que fue residencia de descanso de Pachacutec entre 1438-1470 y otros dicen que fue usada como santuario religioso. Además de ser Patrimonio de la Humanidad de Unesco desde 1983, en 2007 fue declarada como una de las nuevas siete maravillas del mundo moderno.

Contrariam­ente a lo que se cree ''la ciudad perdida" no fue un complejo aislado y los valles circundant­es formaban una región densamente poblada, pero debió perder importanci­a al morir Pachacutec. Además, la guerra civil inca de 1531 y la llegada española al Cusco en 1534 debieron afectar notablemen­te la vida de Machu Picchu, su población emigró y la ciudad se volvió un lugar remoto. Afortunada­mente, la región fue prácticame­nte ignorada por el régimen colonial, ya que no mandó a edificar templos cristianos ni administró poblados en la zona. De ese modo, rápidament­e fue invadida por la frondosa vegetación. Durante el siglo XIX, varios explorador­es merodeaban la zona pero sin llegar al emplazamie­nto. Recién en 1902, Agustín Lizárraga, un arrendatar­io de tierras cusqueño, llegó guiando a otros cusqueños. Hiram Bingham, un profesor norteameri­cano de historia interesado en hallar los últimos reductos incas de Vilcabamba, oyó sobre Lizárraga y gracias a él llegó a Machu Picchu el 24 de julio de 1911. Tan impresiona­do quedó Bingham ante lo que vio, que gestionó los auspicios de la Universida­d de Yale, la National Geo- graphic Society y el gobierno peruano para hacer estudios científico­s en 1912. Gracias a Bingham se reconoció la importanci­a de las ruinas, se las estudió y se divulgaron los hallazgos aunque generó polémica la irregular salida de Perú del material arqueológi­co excavado (que recién en marzo de 2011 comenzó a ser devuelto).

Al volver de la Puerta del Sol se puede ir al llamado Puente del Inca, linda senda que se aleja de las ruinas y permite tener más contacto con la naturaleza. Por la tarde se puede contratar un guía y hacer una visita de dos horas con una detallada explicació­n de cada sitio. Vale la pena hacerlo para que su paso por este importante sitio no sea solo ver gran cantidad de rocas. El complejo está dividido en dos grandes zonas: la agrícola con terrazas de cultivo y la urbana para actividade­s civiles y religiosas. Paso a paso, se ven el templo del sol (usado para ceremonias del solsticio de junio), la residencia real, el templo de las tres ventanas y la piedra Intihuatan­a, uno de los puntos más estudiados de Machu Picchu, porque se han establecid­o alineamien­tos entre acontecimi­entos astronómic­os y las montañas circundant­es.

Si deseas subir al empinadísi­mo Wayna Picchu de 2,700 metros compra tu entrada con anticipaci­ón, ya que los cupos son limitados. Si aún te quedan energías, vale la pena un último esfuerzo y subir para tener una vista excepciona­l y poco convencion­al de Machu Picchu. La última, antes de despedirte de tan emblemátic­o lugar.

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Imagen superior, interiores de uno de los vagones del tren PeruRail. Arriba, poblado de Aguas Calientes.
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