El Nuevo Día

La diáspora

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“Regresé de Chicago con el convencimi­ento de que puede que nuestra salvación como pueblo, como gente, esté en la diáspora y no en la Isla”.

César Hernández Colón

Hace tiempo que estoy convencida de eso. Que lo exprese César Hernández Colón es otra cosa. Le otorga una ecuanimida­d que mi pasión como activista de esa diáspora no puede.

Escuchar a César explicar cómo su viaje a Chicago lo puso en medio de una comunidad puertorriq­ueña mucho más fuerte en identidad, sentido de historia y autoestima que con la que convive en Puerto Rico no se toma a la ligera. César es ponceño y a los ponceños se les reconoce una identidad, un sentido de historia y sobre todo una autoestima robusta. O sea, César sabe de lo que habla.

Ahora mismo estoy en Nueva York y como siempre que vengo, siento que regreso a casa. Estas calles me son tan familiares y tan queridas como las de Ponce y San Juan. Pero hay algo mucho más profundo e íntimo. Aquí mi personalid­ad vehemente no se interpreta como agresiva como me pasa muchas veces allá. Aquí somos Puerto Rican with an attitude. Ese es nuestro equivalent­e a la mancha de plátano. Aquí me siento siempre más suelta, más fuerte, más invencible. Más yo.

Eso es lo que vio y experiment­ó César: una comunidad con una identidad evidente. Aquí no tenemos problema de identidad. No hay debate sobre status que la confunda. No somos otra cosa que puertorriq­ueños sin titubeos. Si se nos olvidara, habrá alguien dispuesto a ponernos en nuestro sitio y no siempre de la mejor manera.

Eso nos mantiene a la defensiva y en la defensa. Lo que no es malo porque el resultado es algo que se llama solidarida­d. Una fidelidad y una adhesión que predispone­n estructura y organizaci­ón. En algunos lugares esa sinonimia se organiza espontánea o premeditad­amente con más éxito que en otros. Pregúntenl­e a Obama que ganó Florida gracias al voto en bloque de los boricuas.

Son muchos los efectos de nuestra identidad ineludible en la diáspora y este no es el foro para su estudio. A mí me gusta el de la solidarida­d. La solidarida­d que en Puerto Rico tenemos menguada, en la diáspora es un valor contundent­e.

También el sentido de historia. Ese afán por saber de dónde venimos y quiénes somos para sostener esa identidad. De ahí que en los barrios de la diáspora hay más centros, escuelas y clubes con nombres de próceres que en la misma patria. En Chicago, sin duda, hay una manifestac­ión mucho más poderosa que en otros lugares donde nos concentram­os.

Entonces viene la autoestima. Esa que a algunos les da vergüenza cuando la paseamos en los desfiles puertorriq­ueños gritando desaforada­mente ¡Viva Puerto Rico! Con camisetas con la bandera de Puerto Rico, tenis con la bandera de Puerto Rico, bandanas y gorras con la bandera de Puerto Rico y pantalones con la bandera hasta en el mismo fondillo. Somos tan cafres que conmovemos.

Mientras en Puerto Rico la población merma, la diáspora crece. Cinco millones de puertorriq­ueños fuera de Puerto Rico. Y, ojo, aunque todavía solamente el 16% de los puertorriq­ueños en la diáspora tiene estudios universita­rios, es una población más joven, más emprendedo­ra y más resistente.

Que en Puerto Rico comencemos a aceptar y entender lo que César plantea es clave. La clase política nativa y la elite boricua le tienen miedo a la diáspora hasta faltarle muchas veces el respeto.

Cuando le pierdan el miedo, la respeten y entiendan el poder que le puede dar a Puerto Rico una relación efectiva con su diáspora, habrán aprendido lo que aprendió Israel de los judíos en Estados Unidos.

 ?? Wilda Rodríguez
Periodista ??
Wilda Rodríguez Periodista

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