Buscapié
CARTEL
Hace unos años una librería me ofreció trabajo como vendedor. A sabiendas de que en su juventud García Márquez se había ganado la vida vendiendo libros, quise emularlo, con la absurda idea de que siguiendo sus pasos podría tal vez impregnarme del aura mágica de sus textos y llegar a escribir así una de esas novelas grandes, trasposiciones poéticas de la realidad, con que el gran maestro hipnotizó al mundo.
Pero la realidad, seca y sin matices, tomó desprevenida a mi inocencia. Con aire de conspirador, el dueño de la librería me llevó a la trastienda, se sentó en un paraje sin libros, y estuvo un rato escudriñando mis ojos para ver la calidad de mi alma y la cantidad de valentía que tenía yo para hacer el mal. Los pobres solemos tener cara de malos, de manera que el librero se engañó al pensar que yo era un ordinario intermediario petrolero capaz de llenarme la panza a expensas de la quiebra del País. Lo que me explicó entonces conforma el esquema fraudulento más simple, y el más pertinaz, utilizado en el protocolo de compra del Estado Libre Asociado de Puerto Rico.
Se trataba de conseguir tres cotizaciones que superaran la cantidad acordada por la cotización de nuestra librería, con lo que, efectivamente, se aseguraba la obtención de la subasta y la ganancia absoluta de los dineros del Departamento de Educación, que en este trance se suponía comprador. ¿Cómo conseguir tres cotizaciones?, le pregunté yo. ¿Cómo saber cuál era la cuantía de sus números? El librero sonrió: ya estaban en sus manos, enviadas y firmadas por tres libreros amigos quienes habían establecido el sistema para beneficiarse mutuamente, un esquema imposible de subsistir si no fuera por el irresponsable funcionario del Departamento de Compra que se saltaba el riguroso protocolo de obtención de cotizaciones, sea por vagancia, sea por ser parte y beneficiario del inescrupuloso timo.
Así funcionan los carteles, el de los libros o el del petróleo.