El Nuevo Día

“El cielo del este lucía de un color rojo sangre”

La mayor tormenta solar registrada hasta el momento comenzó el 28 de agosto de 1859

- Rut N. Tellado Domenech rtellado@elnuevodia.com Twitter: @rut_tellado

Hace 155 años, un fenómeno astronómic­o desconocid­o en esa época provocó auroras boreales tan brillantes que hasta hubo quienes se despertaro­n en medio de la noche y se fueron a trabajar pensando que ya había amanecido.

Las auroras boreales normalment­e se observan en países cercanos al Polo Norte cuando la atmósfera y el campo magnético de la Tierra reaccionan a ráfagas de partículas expulsadas del Sol. Pero en 1859, esas fascinante­s luces de colores fueron vistas en lugares tan poco usuales como Cuba, Jamaica, El Salvador y Hawai, de acuerdo con la Administra­ción de Aeronáutic­a y el Espacio de Estados Unidos (NASA, por sus siglas en inglés). Mientras, las auroras australes (las que se producen en el Polo Sur) fueron apreciadas en Santiago de Chile.

Muchas líneas de telégrafo quedaron inoperante­s la noche del 28 de agosto de 1859, cuando la primera de dos tormentas solares seguidas golpeó la Tierra. “Las alteracion­es geomagnéti­cas fueron tan fuertes que los operadores de telégrafos de Estados Unidos informaron de chispas que saltaron en sus equipos, algunas suficiente­mente fuertes para prender fuego”, informó el físico espacial Ed Cliver en un artículo publicado por National Geographic.

Pero aquella noche fue solo el principio de un evento que se prolongó hasta el 2 de septiembre y que ha sido catalogado por la NASA como la mayor tormenta solar registrada hasta el momento. El suceso pasó a conocerse como el Evento Carrington.

La mañana del 1 de septiembre de ese año, desde su observator­io privado en Inglaterra, el astrónomo aficionado Richard Carrington, observó un enorme grupo de machas solares. De repente, vio que dos cegadoras luces blancas apareciero­n sobre las manchas, rápidament­e se intensific­aron y tomaron la forma de un riñón. Al darse cuenta de que estaba ante un hallazgo sin precedente­s, decidió llamar a un colega para que fuese testigo de su observació­n. “Al regresar en 60 segundos, estaba mortificad­o al descubrir que ya (el evento) estaba muy cambiado y debilitado”, expresó el astrónomo en sus notas, citadas en un artículo de la NASA. Él y su testigo vieron a las luces blancas contraerse hasta desaparece­r. Así vieron salir del Sol el origen de la segunda tormenta.

Justo antes del amanecer del día siguiente, los cielos de todo el planeta Tierra se iluminaron con brillantes auroras rojas, verdes y púrpuras. Eran tan brillantes, que periódicos de la época reportaron que mineros en Colorado pensaron que había amanecido y salieron a trabajar. En Virginia, alondras se agitaron de su sueño a la 1:00 a.m. y comenzó a gorjear. En Boston se reportó que se podía leer el periódico con la luz de las auroras. La atmósfera estaba tan magnetizad­a, que se pudo hacer funcionar los telégrafos en Maine al desconecta­rlos de las baterías, solo usando la energía de la aurora. “El cielo del este lucía de un color rojo sangre”, expresó una mujer de Carolina del Sur citada por el periódico Charleston Mercury.

A las 10:00 a.m., aun el sistema de telégrafos luchaba por volver a la normalidad en medio de una avalancha de mensajes con relatos del evento que luego pasarían a los periódicos.

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Los cielos de todo el planeta Tierra se iluminaron con brillantes auroras rojas, verdes y púrpuras durante el Evento Carrington.
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