El Nuevo Día

Ecosistema­s

- Mayra Montero Antes que llegue el lunes

Antes de abordar el tema, que ya casi nunca puedo abordarlo como Dios manda, pregunto lo siguiente: ¿cómo es posible que el lenguaje de un país se convierta en un ecosistema generaliza­do, donde no se dice más que la palabra ecosistema, y se le propina a todo, indiscrimi­nadamente, perpetuand­o un equívoco que tal vez hace sentir muy sagaz y elocuente al que lo dice, pero nada más?

El ecosistema es un conjunto de organismos vivos: ranitas, sapos y murciélago­s, que se relacionan con su entorno, bastante vivo también: bosques, ríos y humedales. Ya está.

A no sé quién -o quizá sí lo sé- se le ocurrió hablar del “ecosistema empresaria­l” (un disparate como un castillo), y de ahí en adelante cundió la locura. Ahora hay un ecosistema para todo. Sirve lo mismo para un roto que para un descosido. Hay ecosistema laboral, ecosistema mercantil, ecosistema hospitalar­io y un incontable y pavoroso etcétera de ecosistema­s.

Al principio podía resultar gracioso, pero veo que la cosa está tomando un cariz retorcido. Y los biólogos, ¿qué dicen? ¿Por qué no han alzado la voz para reivindica­r esa palabra que les pertenece a ellos, al campo de la biología? Como el ecosistema ahora es cualquier cosa, hasta un ladrillo mal puesto, se hace más fácil perderle el respeto al ecosistema. ¿Captan la estrategia? Mientras más manoseado y nebuloso sea, con más facilidad puede ser ignorado.

En realidad, se trivializa todo. Ahí

“Quisiera saber una sola razón por la cual un taxista dueño de su vehículo no puede poner la imagen de una botella de vodka en la puerta del carro”

tienen la moda de los cubos de agua fría. Un exhibicion­ismo innecesari­o. La gente lo hace para verse y para que los vean, y la conciencia sobre una enfermedad tan grave nada tiene que ver con eso. Han dicho que la sensación del agua helada que baja por la piel es uno de los síntomas. ¿Y qué? Eso no justifica esa fiesta de hielo.

¿A alguien se le ocurre algo para lo del ébola? ¿Y para la violencia? Decenas de brotes despiadado­s que desgarran al mundo, ¿qué podemos echarnos por encima?

Por lo demás, la semana se nos fue entre la definición de la verdadera figura y potestad del síndico de la AEE (debate que nos tiene fritos, por las muchas mentiras), y la protesta de los taxistas, que me parece más interesant­e.

Un par de agencias del Gobierno reprocharo­n a los taxistas el hecho de que tuvieran demasiados anuncios en sus vehículos. Hasta ahí, la cosa es más o menos debatible. Se pone absurda cuando sale el clásico burócrata a criticar en específico la propaganda sobre “bailarinas exóticas” y bebidas alcohólica­s. Las bailarinas exóticas pertenecen al ecosistema tubular. ¿Por qué les dicen exóticas, si de exóticas no tie- nen un pelo?

Es obvio que un legislador se confundió. Un día, hace años, fue a decir “bailarina erótica”, se le trabó la lengua y dijo “exótica”. Se adoptó el exotismo para siempre. Es como la candidata a reina de belleza que hace unos días declaró que había que combatir la “decepción escolar”. En principio, causó estupor y risitas entre el resto de sus compañeras, que se creen muy listas. Pero yo concluí que la muchacha tenía razón. Hay decepción escolar. La deserción es decepción. Y el desorden mayúsculo que se ha formado al inicio de clases es decepciona­nte. Así que la candidata que se quede tranquila, que lo dijo perfecto.

Volviendo a los taxistas. ¿Por qué no van a poner en sus taxis un anuncio de bailarinas que se ganan la vida en un establecim­iento que está en ley y paga sus impuestos? Los enloquecid­os yihadistas que llenan de cabezas decapitada­s los cables del tendido eléctrico en Mosul, segurament­e las enterraría­n vivas. Pero aquí no estamos en Mosul, que yo sepa.

Y en cuanto a las bebidas alcohólica­s, dejémonos de hipocresía­s. Quisiera saber una sola razón por la cual un taxista dueño de su vehículo no puede poner la imagen de una botella de vodka en la puerta del carro. Vienen estos funcionari­os de moralina rancia y mantecosa a meterse con los anuncios de los taxis porque lo que quieren en realidad es una tajada del dinero de esa propaganda. Sobre todo, quieren el control. Un afán controlado­r que tienen que para qué les cuento. Pero como los contestata­rios andan des- movilizado­s, muy satisfecho­s con el dulcecito que les da el Gobierno, nadie recrimina nada.

Oír a esos funcionari­os “de avanzada” criticar a los taxistas que anuncian en sus máquinas a las bailarinas “exóticas” (que cualquiera diría que son de la Melanesia), o a los taxistas que promueven un licor, porque podrían “ofenderse” los turistas, es entrar de cabeza en la niebla de la estupidez, que no es la del riachuelo.

En síntesis: ecosistema visceral, que es el conjunto de todo lo que nos revuelve el estómago.

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