Detective siempre
Kurt Wallander, el detective que ha protagonizado 12 novelas del sueco Henning Mankell, se ha retirado –lo retiró su creador- de la literatura. Ya no volverá a resolver crímenes con su acostumbrada pericia este hombre astuto pero tranquilo, observador y un poco cínico, con problemas de soledad y de bebida.
A pesar de su reciente publicación y de que su tono cuadra bien con el final de carrera de Wallander, esta novela se escribió hace poco más de diez años. Aquí el detective aparece avejentado, melancólico. Rememora el pasado y no logra entenderse del todo con Linda, su hija, policía como él, con quien comparte un apartamento en Estocolmo. El clima que permea el texto es de decrepitud, incluso en términos del crimen y el criminal.
La trama tiene que ver con el deseo de Wallander de encontrar una casa a las afueras de la ciudad adonde pasar su retiro. Mientras examina una propiedad que está a la venta, se tropieza en el jardín con un extraño rastrillo medio enterrado, que resultan ser los huesos de los dedos de una mano humana Al escarbar, encuentra un esqueleto.
Se trata de un crimen ya antiguo, del que nunca se tuvo noticia. A pesar de ello, el policía que hay en Wallander lo investiga y –eventualmente- encuentra al asesino, tan viejo, por supuesto, como el crimen.
Lo que llama la atención en esta novela no es la trama. Esta es más o menos previsible, aunque siempre tiene ángulos novedosos. Lo interesante es el paso lento, el regodeo en la nostalgia, las descripciones frecuentes de momentos del pasado que Wallander revive en su pensamiento.
Esta novela no tiene la fascinación ni el agarre de las anteriores protagonizadas por Wallender, aunque será, para sus fanáticos, interesante al permitirles ver cómo envejecen los detectives literarios. (CDH)