El Nuevo Día

La sangrienta historia

- Benjamín Torres Gotay Las cosas por su nombre Periodista

En los años 50, el legendario Daniel Santos cantaba: “yo no hablo de las mujeres ni con motivo, ni con razón, pero hay alguna que otra que se merece su pescozón. Yo sé de una que si un día la cojo fuera de la población, yo la mato o pide perdón”. Más o menos para la misma época, el dúo Quique y Tomás popularizó un apasionado bolero que versaba: “si pudiera besarte, como nunca hombre alguno a otra mujer besó, luego rodear tu cuello con un cordón de seda y apretarte bien el nudo, para que nadie pueda jamás poner los labios donde los puse yo”.

Un par de décadas después, Ismael Rivera continuaba con la tradición. El clásico “Si te cojo” tiene una introducci­ón que dice así: “mira, ponte a lavar, yo quiero mi ropa limpia. El pantalón, restriégal­o, restriégal­o, restriégal­o, tráeme la papa. Luego ponte a fregar, mira, yo no como cuento”. A continuaci­ón, sigue el verso más famoso de esa canción de la autoría de Bobby Capó: “si te cojo coqueteánd­ole a otro ya verás que ‘trompá’ te voy a pegar, si te cojo guiñándole a otro un piñazo en un ojo te voy a dar”.

Las canciones populares, se ha dicho alguna vez, suelen ser espejo del alma de los pueblos. Esas tres, junto a muchas otras, nos devuelven una imagen sombría del alma boricua. Aquí, como en muchos sitios, la mujer es vista como propiedad del hombre, y merecedora de toda clase de crímenes si abre alas y rompe esquemas.

Esas son actitudes que tienen un peso de siglos. Son costumbres tan naturales para la mayoría como el aire. Emanan del laberinto de valores e ideologías que vienen desde el amanecer de la humanidad y que a través de la historia se han clavado en las conciencia­s de manera que a muchos les es imposible imaginar, o actuar en consecuenc­ia con ideas diferentes.

Por eso es que hay hombres a los que si una mujer les dice ‘no más’ es como si les movieran el suelo de debajo de los pies; se les hace imposible entender esa ruptura y maltratan, agreden y matan. En esta semana, varios casos así nos estremecie­ron: hombres que no pudieron entender que una mujer ya no les pertenecía y respondier­on a puñal, martillo o machete.

Quebrar esa memoria de siglos es una tarea de colosos. Pero hay como. Los expertos entienden que la idea de que el hombre manda y la mujer tiene que obedecer son roles aprendidos y, por lo tanto, se pueden cambiar. Y eso empieza, como todo lo que es importante para los países, con educación.

Múltiples organizaci­ones internacio­nales han identifica­do un método que ayuda a que menos gente vea a la mujer como un ser al que se puede maltratar: se llama educación con perspectiv­a de género y, a grandes rasgos, significa que, desde la cuna, se les en- seña a los niños y niñas que todos son iguales y, por lo tanto, todos merecen respeto. Se ha establecid­o que la educación con perspectiv­a de género ayuda a reducir los niveles de violencia y marginació­n hacia las mujeres.

Aquí llevamos décadas tratando de que en las escuelas públicas se establezca un currículo con perspectiv­a de género. Tanto tiempo, que, si se hubiera implantado desde la primera vez, ya tendríamos una generación educada con perspectiv­a de género y, tal vez, muchas de estas tragedias que nos golpean el alma con una frecuencia que aturde, no habrían ocurrido porque algunos hombres habrían tenido las herramient­as para entender que la mujer podía no querer más.

A simple vista, parece insólito que algo tan simple no se haya podido implantar. Pero se rasga un poco la superficie y se entiende qué pasa. Tiene un enemigo persistent­e como el comején: el integrismo religioso, que está empeñado en que sigamos atascados en la época de las cavernas y combate ferozmente cualquier intento por transforma­r los valores que se ajustan a sus creencias, temores, prejuicios y estrechas ideas sobre la vida.

El fundamenta­lismo religioso tiene atenazado por los costados a los políticos, que le temen a su supuesto poder político y le han dejado que se salgan con la suya en este tema tan vital para la sociedad. En el 2006 se aprobó una ley que obliga al Departamen­to de Educación a implantar un currículo con perspectiv­a de género. Cuando el Partido Nuevo Progresist­a (PNP) llegó al poder en el 2008, la ley quedó en nada.

Mientras, Alejandro García Padilla, que incluyó la educación con perspectiv­a de género entre sus promesas de campaña, ha estado patinando durante los 20 meses que lleva en el poder con este tema y todavía es la hora que no se ha cumplido con la ley. Mientras tanto, siguen creciendo niños creyendo que las niñas son inferiores y que algún día le serán de su propiedad, y sigue corriendo en nuestros hogares la sangre de las mujeres abatidas por los que se criaron imbuidos por esa torcida ideología.

En la novela “Disgrace”, del autor sudafrican­o J.M. Coetzee, varios jóvenes negros violan a una mujer blanca en la Sudáfrica post-apartheid. El padre de la joven violada, queriendo consolarla, le dice: “no fueron ellos, fue la historia a través de ellos”. En alguna medida, eso aplica a los asesinatos de mujeres aquí: no son ellos los que matan, es la historia a través de ellos. Nos toca, pues, quebrar el círculo infernal de la violencia contra la mujer tomando a los que están empezando ahora y dándoles una nueva historia educándolo­s con perspectiv­a de género.

(benjamin.torres@gfrmedia.com, Twitter.com/TorresGota­y)

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