El Nuevo Día

Sin estrategia ante la violencia de género

El repunte de violencia machista que ha tenido lugar en estos días, cuando se han cometido crímenes atroces y agresiones contra varias mujeres, evidencia la ineficacia del Estado, incluyendo el sistema judicial, que sigue prácticame­nte de brazos cruzados

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El pasado miércoles fue un día trágico en la lucha contra la violencia de género. En los tribunales, un jurado compuesto por doce personas rebajaba el cargo de asesinato en primer grado a uno de segundo grado contra el asesino confeso Juan Ramos Álamo, minimizand­o así el veredicto emitido por apuñalar a su pareja, descuartiz­arla y esconder sus restos, en hechos cometidos en Gurabo.

Mientras tanto, en hechos ocurridos ese mismo día, un hombre que había resultado convicto por asesinar a machetazos a su esposa en 1998, y que sólo cumplió catorce años de prisión -de una condena original de 30 años-, reincidió asesinando a otra mujer, Nadgie Cintrón Vázquez, de 43 años. Le bastaron apenas dos años de libertad para atacar de nuevo, lo que indica que en ningún modo estaba rehabilita­do y no debió salir de la prisión hasta cumplir con la totalidad de su condena. Esa misma noche, otro hombre atacaba a puñaladas a su expareja, una enfermera de 27 años de edad, en el estacionam­iento del Hospital Metropolit­ano de Yauco. La víctima fue conducida al Centro Médico de Río Piedras en condición de cuidado.

De hecho, no sólo el miércoles fue un día doloroso para la lucha por la igualdad de género. Dos días antes, al amanecer del lunes, en el pueblo de Salinas, se reportaba otro crimen monstruoso. La víctima, Marangelys Rentas, fue ultimada a martillazo­s y su cadáver descubiert­o por su hijo de seis años.

El presunto asesino, de 18 años, es el mejor ejemplo de cuán hondo están calando los aberrantes patrones de control que intentan reducir a la mujer a simple objeto y negar su dignidad como ser humano. Si a los 18 son capaces de actuar de esa forma, significa que el hogar, la escuela y la sociedad han fallado en inculcarle­s unos principios de igualdad y de elemental respeto que se aprenden básicament­e en edades tempranas, cuando empiezan a interactua­r con otros niños y niñas.

El Gobierno y las autoridade­s educativas del País siguen paralizado­s, sin atender la verdadera dimensión del problema. Ha habido intentos por modificar las actitudes de discrimen y conciencia­r a las mujeres en el proceso de eludir situacione­s de maltrato y denunciar a los agresores. Pero en general carecemos de las herramient­as para llevar a cabo una transforma­ción que corra desde diversas sendas de la vida diaria: partiendo de la escuela, de la educación en sus primeras etapas, hasta las campañas claras y valientes de reivindica­ción de los mismos derechos para ambos sexos.

La idea formulada el año pasado por la procurador­a de la mujer, que exhortaba a las mujeres a que averigüen los antecedent­es de la persona con quien inician una relación, tiene un punto sensato a la vista de estos últimos casos de violencia de género. Un hombre que ha resultado convicto por asesinar o agredir a una mujer, y que no ha pasado por un proceso de rehabilita­ción profundo, dará las mismas señales de coacción y agresión psicológic­a, que ya deben servir de alerta a cualquier mujer, aun antes de que la agreda físicament­e. Conocer los antecedent­es sí es importante y, en efecto, es preciso pedirles a las mujeres que lo hagan.

Mientras tanto, la prioridad del Gobierno debe ser reaccionar con entereza ante este cuadro que, además de la muerte de mujeres jóvenes y productiva­s, va dejando una estela de niños huérfanos.

Cada asesinato, cada vida que se apaga a manos de un agresor, es un reclamo por la educación en igualdad de género y contra los patrones sexistas que alientan el maltrato. Un reclamo que duele saber que no se atiende.

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