El Nuevo Día

En el país de los bobos

- Edgardo Rodríguez Juliá Escritor

Ala pobre doctora Gloria Ortiz me la botaron por tener el “yeyo” frente a pacientes de la Sagrada Reforma. Estamos todos con los nervios encrespado­s, estresados y “empoderado­s”. Hasta arremetió contra el culto Daddy Yankee, santo patrón de toda una generación de puertorriq­ueños en pleno “empoderami­ento” reguetoner­o.

El anónimo comentario final del vídeo me pareció genial: “Parece que a la doctora se le acabó la receta”. Buen comentario de la calle pepera, de pacientes que sobreviven sus nervios con Depakote y Suboxone, Clonazepan, Percocet y Seroquel. De recetas sí que sabemos; parte de nuestros derechos y exigencias como “pacientes” resultan en esta ironía: hasta a la doctora se le acaba la receta de la paciencia.

Y también “se le acabó la receta” al Departamen­to de Educación. Con un treinta y siete por ciento de nuestros niños elegibles para Educación Especial, ya alcanzamos la exasperaci­ón de la doctora Ortiz; tuvimos ultimátum del gobernador, despidos y recriminac­iones de padres y funcionari­os. ¿Cómo llegamos a que casi la mitad de nuestros estudiante­s requieran “educación especial”?

Se trata de nuestra más reciente epidemia. Entre 1999 y el 2002 hubo un aumento de casi nueve mil estudiante­s en el programa de Educación Especial. En aquel entonces pasamos de 52,466 a 61,168 estudiante­s. Hoy por hoy, de los 429,019 estudiante­s matriculad­os en la escuela pública, cerca de 159,000 están clasificad­os en Educación Especial.

Las categorías para clasificar estudiante­s con necesidade­s de Educación Especial son trece y una de ellas es lo suficiente­mente vaga -“problemas específico­s de aprendizaj­e”-como para que grandes cantidades de estudiante­s sean elegibles para este tipo de educación. Desde problemas de comportami­ento, hasta rezago y desarrollo de capacidade­s verbales, sin olvidar el notorio “síndrome de déficit de atención”, podrían merecer elegibilid­ad en el programa de Educación Especial.

¿Son estas condicione­s sólo remediable­s mediante la asignación de un custodio T1 a ese estudiante, o son superables con la debida atención en el hogar, la comunidad, esas iglesias que exigen subsidio energético? Esta categoría suena a la que se usa para subirnos la luz por el misterioso “ajuste de combustibl­e”, esta vez la ventajería de acceder a servicios sin verdaderam­ente hacer un esfuerzo para no tener que solicitarl­os.

La verdadera causa de la epidemia es el naufragio social que vive el país: el cuarenta por ciento de los hogares puertorriq­ueños son conducidos por madres solteras o abuelas, llenas de problemas y peor humor; los hombres se largaron y a ellas también se les acabó la receta: quizás pierden la paciencia con niños que jamás socializar­on bien y han sido declarados autistas. Los burrunazos y los pellizcos son la solución de esas madres que sueñan con mudarse a Philadelph­ia y allá tener mayores beneficios para sus hijos casi discapacit­ados por el abandono.

En muchas, el mal humor está secuestrad­o por el uso de las drogas, los hombres estarán en las cárceles o fugados de la ley, o ASUME. Con más de cien mil adictos a drogas en el país, muchos jovencitos y en edad reproducti­va, podemos suponer que sus niños, los de una generación sometida a la violencia doméstica y callejera, quizás nos sean capaces de aprender otra cosa que las malas mañas de la calle.

Durante la incumbenci­a del secretario de Educación Rafael Aragunde, la Educación Especial estaba en el treinta por ciento. El dramático aumento de siete por ciento en años recientes puede suponer una de estas, o todas las que siguen: a) laxitud con las categorías de elegibilid­ad; b) la jaibería de una sociedad que espera que el Gobierno se lo dé todo; como diría Borges, somos cuatro millones de puertorriq­ueños pidiendo “room service”; c) el “pool genético” puertorriq­ueño ha sido alcanzado por varias generacion­es sumidas en el alcohol, las drogas, los combos de Burger King, la violencia doméstica. De esta manera, otro de los males escolares, el llamado “bullying” -el antiguo “abuso”- es sintomátic­o de la violencia en el hogar, producto de la exasperaci­ón que llevó a la doctora Ortiz a emprenderl­a contra Daddy Yankee y la Isla Estrella.

No cuestiono que la decisión jurídica en el pleito Rosa Lydia Vélez fuera justa. Ahora bien, como ocurre muchas veces con la compasión, somos incapaces de ver sus consecuenc­ias, las repercusio­nes sociales. Nuestra Constituci­ón garantiza el derecho a la educación. Esa decisión jurídica ha resultado en una enmienda constituci­onal, porque también tenemos derecho, por lo visto, a la Educación Especial. Estamos ante una jurisprude­ncia que, operando en un vacío sociológic­o, ha sido capaz de compromete­r, por generacion­es, el futuro de la educación en Puerto Rico.

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