El desaparecido mundo de la caña de azúcar
Abarcadora y analítica, esta investigación sobre las actitudes iniciales del PPD hacia la tierra permite aquilatar el alcance de una política pública que cambió nuestra historia
El imaginario patrio fundamental de los puertorriqueños es la visión de nuestra tierra como “paraíso terrenal”, lugar cuajado de flores, frutos y manantiales que fluyen “como lenguas que bendicen al Creador”. Es la imagen que aparece en poemas y canciones, la que se nos presenta al volver a las raíces, la que añoramos en tierra extraña, y –también- la que guio, durante mucho tiempo, la política pública que respecto a la tierra elaboró el joven Partido Popular Democrático y su entonces joven fundador, Luis Muñoz Marín.
Este libro interesantísimo examina las bases y justificaciones ideológicas de esa política que descartó otro imaginario en competencia con el primero: la tierra como ente productivo, como motor del progreso, como lugar para el desarrollo tecnológico, como base para una economía competitiva, como industria agrícola a gran escala.
En unos capítulos iniciales, Rubén Nazario Velasco traza la imagen idílica a través del pensamiento de varias figuras claves del país, muchas de las cuales identificaron la caña con el ausentismo, el latifundio y la desposesión de la tierra, mientras que idealizaban la montaña y el pequeño cultivo como símbolo de la libertad. Caña entonces significaba grandes factorías (centrales); latifundios; una operación industrial con miles de empleados, desde el peón que la cortaba hasta el administrador de la central; tecnología que avanzaba; comercio activo ligado a las disposiciones tarifarias de Estados Unidos. Había una especie de prevención frente a la modernidad: “El temor y la ambivalencia ante la modernidad –que en el Puerto Rico de principios de siglo XX significó el capitalismo agrario bajo el paradigma de la central americana- marcaron la expresión anti-cañera. La sangre, la patria, la tradición... la justicia social, eclipsaron la productividad, la eficiencia, la tecno-ciencia y la capacidad de creación de riqueza como fundamentos justificantes de la propiedad de la tierra”. No se tomó en cuenta, en esa ecuación, que gran parte de la producción hubiera permanecido en manos criollas ni que, con todos sus males, la caña fuera una fuente impor- tantísima de empleo. La posesión de la tierra, aunque fuera improductiva, se identificaba con la libertad y con la patria.
Luis Muñoz Marín fue no solo heredero de la posición anti-cañera sino que la elaboró y convirtió en una política pública cuyos efectos últimos consistieron en acabar con la industria agrícola sobre la que se había fun- damentado la riqueza del país, fragmentando la tierra en parcelas de interés social pero de escasa –o nula-productividad agrícola. Nazario Velasco lleva los avatares de este movimiento anti-cañero y fragmentador hasta sus últimas consecuencias: el desparrame urbano, la merma de terrenos agrícolas, y la entronización de los suburbios en la vida del país.
El saldo desolador, a la vista tras unos 80 años, es un país depauperado, sin fuentes de riqueza propias, sin agricultura (tampoco la de subsistencia que se visualizaba en las parcelas) y cada vez más dependiente de las dádivas de afuera. Antes de llegar al estado actual, sin embargo, el país pasó por etapas que se detallan aquí. Se analiza, por ejemplo, cómo se implementó la controversial Ley de las 500 acres, cuya puesta en vigor afectó la industria azucarera, que dependía de grandes extensiones de terreno. Corolario de los esfuerzos por mantener el volumen adecuado de tierras sin que la posesión estuviera en manos individuales, fueron las fincas de beneficio proporcional, concepto ideado por Luis Muñoz Marín en 1941 durante la gobernación de Tugwell. El proyecto se instrumentó bajo la Autoridad de Tierras, creada en 1941 tras el primer triunfo del PPD. También se instrumentó entonces el primer proyecto de repartición de parcelas. Pero aunque esto último tuvo un valor social (no económico ni agrícola), lo primero resultó en un gran fracaso que contribuyó poderosamente al eventual deceso de la industria azucarera.
Unos años después, a partir de 1947, la industrialización se convirtió en el programa principal del PPD y barrió con los últimos intentos de mantener la escala de cultivo de la caña. El autor comenta que “El proyecto PPD de 1940 –la redistribución de la tierra y el fomento de una modesta industria procesadora de materias nativas- se había basado en la geografía. El proyecto de fomento industrial de 1947 pareció descartarla. Las fábricas Bootstrap que suplantarían la caña (y la industria nativa) como motores de la economía no tendrían base en el suelo del país: no utilizarían sus materias primas ni dependerían de sus ventajas de clima y topografía. Anticipaban, en cierta medida, la globalización”.
En una de las grandes ironías de nuestra historia, los intentos de frenar el capitalismo agrario asociado, en alguna medida (aunque no absolutamente), a los inversionistas extranjeros de la industria cañera, llevaron a que el país fuera entregado al capitalismo industrial que –este sí- dependía enteramente del capital extranjero. Mientras tanto, el responsable último de ese viraje añoró siempre las virtudes de “la sociedad agraria campesina” que contrastaban con el materialismo y el consumismo inherentes a la industrialización. “El cañaveral quedó fuera de las dos operaciones –contradictorias- que marcaron la gestión de Muñoz en los años 1950: la operación Bootstrap que revalorizó el capital industrial pero no revalorizó el capital azucarero, y la operación Serenidad que revaloró la gestión, o más bien la cosmovisión agrícola como balance a los desarrollos industriales, pero que excluyó el cañaveral del llamado al regreso a la tierra”.
Este libro resulta fundamental para el debate histórico. Bien documentado, bien investigado, bien estructurado, no solo incorpora datos fehacientes sino la visión de la tierra que transmitieron los escritores principales en sus obras. También establece comparaciones con lo sucedido en otros lugares del Caribe, especialmente Cuba. Se echa de menos, sin embargo, un índice que hubiera facilitado al investigador el acceso a la multiplicidad de temas importantes que contiene.
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