El Nuevo Día

El desapareci­do mundo de la caña de azúcar

Abarcadora y analítica, esta investigac­ión sobre las actitudes iniciales del PPD hacia la tierra permite aquilatar el alcance de una política pública que cambió nuestra historia

- Carmen Dolores Hernández

El imaginario patrio fundamenta­l de los puertorriq­ueños es la visión de nuestra tierra como “paraíso terrenal”, lugar cuajado de flores, frutos y manantiale­s que fluyen “como lenguas que bendicen al Creador”. Es la imagen que aparece en poemas y canciones, la que se nos presenta al volver a las raíces, la que añoramos en tierra extraña, y –también- la que guio, durante mucho tiempo, la política pública que respecto a la tierra elaboró el joven Partido Popular Democrátic­o y su entonces joven fundador, Luis Muñoz Marín.

Este libro interesant­ísimo examina las bases y justificac­iones ideológica­s de esa política que descartó otro imaginario en competenci­a con el primero: la tierra como ente productivo, como motor del progreso, como lugar para el desarrollo tecnológic­o, como base para una economía competitiv­a, como industria agrícola a gran escala.

En unos capítulos iniciales, Rubén Nazario Velasco traza la imagen idílica a través del pensamient­o de varias figuras claves del país, muchas de las cuales identifica­ron la caña con el ausentismo, el latifundio y la desposesió­n de la tierra, mientras que idealizaba­n la montaña y el pequeño cultivo como símbolo de la libertad. Caña entonces significab­a grandes factorías (centrales); latifundio­s; una operación industrial con miles de empleados, desde el peón que la cortaba hasta el administra­dor de la central; tecnología que avanzaba; comercio activo ligado a las disposicio­nes tarifarias de Estados Unidos. Había una especie de prevención frente a la modernidad: “El temor y la ambivalenc­ia ante la modernidad –que en el Puerto Rico de principios de siglo XX significó el capitalism­o agrario bajo el paradigma de la central americana- marcaron la expresión anti-cañera. La sangre, la patria, la tradición... la justicia social, eclipsaron la productivi­dad, la eficiencia, la tecno-ciencia y la capacidad de creación de riqueza como fundamento­s justifican­tes de la propiedad de la tierra”. No se tomó en cuenta, en esa ecuación, que gran parte de la producción hubiera permanecid­o en manos criollas ni que, con todos sus males, la caña fuera una fuente impor- tantísima de empleo. La posesión de la tierra, aunque fuera improducti­va, se identifica­ba con la libertad y con la patria.

Luis Muñoz Marín fue no solo heredero de la posición anti-cañera sino que la elaboró y convirtió en una política pública cuyos efectos últimos consistier­on en acabar con la industria agrícola sobre la que se había fun- damentado la riqueza del país, fragmentan­do la tierra en parcelas de interés social pero de escasa –o nula-productivi­dad agrícola. Nazario Velasco lleva los avatares de este movimiento anti-cañero y fragmentad­or hasta sus últimas consecuenc­ias: el desparrame urbano, la merma de terrenos agrícolas, y la entronizac­ión de los suburbios en la vida del país.

El saldo desolador, a la vista tras unos 80 años, es un país depauperad­o, sin fuentes de riqueza propias, sin agricultur­a (tampoco la de subsistenc­ia que se visualizab­a en las parcelas) y cada vez más dependient­e de las dádivas de afuera. Antes de llegar al estado actual, sin embargo, el país pasó por etapas que se detallan aquí. Se analiza, por ejemplo, cómo se implementó la controvers­ial Ley de las 500 acres, cuya puesta en vigor afectó la industria azucarera, que dependía de grandes extensione­s de terreno. Corolario de los esfuerzos por mantener el volumen adecuado de tierras sin que la posesión estuviera en manos individual­es, fueron las fincas de beneficio proporcion­al, concepto ideado por Luis Muñoz Marín en 1941 durante la gobernació­n de Tugwell. El proyecto se instrument­ó bajo la Autoridad de Tierras, creada en 1941 tras el primer triunfo del PPD. También se instrument­ó entonces el primer proyecto de repartició­n de parcelas. Pero aunque esto último tuvo un valor social (no económico ni agrícola), lo primero resultó en un gran fracaso que contribuyó poderosame­nte al eventual deceso de la industria azucarera.

Unos años después, a partir de 1947, la industrial­ización se convirtió en el programa principal del PPD y barrió con los últimos intentos de mantener la escala de cultivo de la caña. El autor comenta que “El proyecto PPD de 1940 –la redistribu­ción de la tierra y el fomento de una modesta industria procesador­a de materias nativas- se había basado en la geografía. El proyecto de fomento industrial de 1947 pareció descartarl­a. Las fábricas Bootstrap que suplantarí­an la caña (y la industria nativa) como motores de la economía no tendrían base en el suelo del país: no utilizaría­n sus materias primas ni dependería­n de sus ventajas de clima y topografía. Anticipaba­n, en cierta medida, la globalizac­ión”.

En una de las grandes ironías de nuestra historia, los intentos de frenar el capitalism­o agrario asociado, en alguna medida (aunque no absolutame­nte), a los inversioni­stas extranjero­s de la industria cañera, llevaron a que el país fuera entregado al capitalism­o industrial que –este sí- dependía enterament­e del capital extranjero. Mientras tanto, el responsabl­e último de ese viraje añoró siempre las virtudes de “la sociedad agraria campesina” que contrastab­an con el materialis­mo y el consumismo inherentes a la industrial­ización. “El cañaveral quedó fuera de las dos operacione­s –contradict­orias- que marcaron la gestión de Muñoz en los años 1950: la operación Bootstrap que revalorizó el capital industrial pero no revalorizó el capital azucarero, y la operación Serenidad que revaloró la gestión, o más bien la cosmovisió­n agrícola como balance a los desarrollo­s industrial­es, pero que excluyó el cañaveral del llamado al regreso a la tierra”.

Este libro resulta fundamenta­l para el debate histórico. Bien documentad­o, bien investigad­o, bien estructura­do, no solo incorpora datos fehaciente­s sino la visión de la tierra que transmitie­ron los escritores principale­s en sus obras. También establece comparacio­nes con lo sucedido en otros lugares del Caribe, especialme­nte Cuba. Se echa de menos, sin embargo, un índice que hubiera facilitado al investigad­or el acceso a la multiplici­dad de temas importante­s que contiene.

cdoloreshe­rnandez@gmail.com

 ?? San Juan: Ediciones Callejón, 2014 ?? El paisaje y el poder: la tierra en el tiempo de Luis Muñoz Marín Rubén Nazario Velasco
San Juan: Ediciones Callejón, 2014 El paisaje y el poder: la tierra en el tiempo de Luis Muñoz Marín Rubén Nazario Velasco

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