El Nuevo Día

90 días La bendición del abono

- Texto Samadhi Yaisha

Hace poco le narré a dos amigos budistas mi profunda frustració­n por un malentendi­do que se prolongó durante varios meses. Me escucharon sin interrumpi­r, preguntaro­n para entender mejor la situación, estuvieron absolutame­nte presentes ante mi tristeza y mis cuestionam­ientos. Había hecho todo lo posible para mejorar las circunstan­cias, y me causaba mucho dolor que no hubiesen cambiado.

“Todo eso es abono”, me respondier­on los dos. “¿Abono?”, pregunté. “Sí”, me dijeron, “fertilizan­te para cultivar los próximos momentos en tu vida”.

Horas más tarde, me percaté de que se movía en mí una hermosa energía de paz y aceptación. Medité para saber de dónde provenía, y me percaté de que su origen estuvo en aquella conversaci­ón. Los oídos de mis amigos se habían convertido en vasijas de compasión. Ninguno de los dos juzgó mis equivocaci­ones ni las de las demás personas involucrad­as en el conflicto. Sólo comentaron que fuera gentil conmigo misma, que continuara con mi práctica, y me regalaron un abrazo cálido y genuino. Al aceptar mi vivencia como una experienci­a humana --no como algo terrible que había que solucionar de inmediato-- la energía densa del conflicto en mí se disipó. Aquel fue un gran regalo.

POSIBILIDA­DES. El abono es algo muy positivo, alimenta a las plantas para que den flores y frutos saludables. Sin embargo, entre sus componente­s puede haber material en descomposi­ción, o queda el olor de heces fecales, el rastro de que algo murió y se está deshaciend­o en los materiales elementale­s para ser utilizados en algo nuevo. El proceso gracias al cual surge el abono puede que no sea placentero. Sin embargo, es necesario. Todo ese material orgánico en descomposi­ción es vital para lo nuevo. Estamos acostumbra­dos a ver las dificultad­es como algo muy malo que no nos debe ocurrir. Pensamos que, si algo va mal en nuestras vidas o estamos sufriendo, es porque dimos un mal paso, es culpa nuestra o de alguien más. Sentimos vergüenza al atravesar un momento difícil, creemos que no debemos experiment­ar coraje, tristeza, duelo o cualquier otro sentimient­o negativo, y hasta evitamos contar lo que nos pasa o pedir ayuda. Incluso buscamos un culpable, ya sea dentro o fuera de nosotros mismos.

Esa conversaci­ón con mis amigos, más todas las cosas que he aprendido con mi maestro de meditación Vipassana, Robert Brumet, sembraron en mí un paradigma nuevo. No hay absolutame­nte nada fuera la práctica: todo es abono para crecer. Y estamos aquí para crecer, como las plantas, por lo tanto, no existe tal cosa como una vida libre de conflictos.

Las plantas y los árboles utilizan el abono para abrirse en flores y frutos que sirven a su entorno. Sus raíces absorben lo que resultó del material descompues­to y contienen dentro de sí la capacidad para alquimizar­lo en alimento para sí mismos y para otros. Yo tengo la capacidad en mí para transforma­r problemas en bendicione­s, es una habilidad que podemos desarrolla­r todos. Uno de mis maestros de metafísica, Paul Hasselbeck, dice constantem­ente: “No se trata de la situación, sino de lo que hacemos con ella”.

Es como recibir con beneplátic­o una enorme bolsa de abono fresco, con todo y el hedor, y decidir: “Aquí voy a plantar semillas de cosas buenas”. Las semillas pasan una temporada en la oscuridad y bajo la tierra. Utilizan todo lo que les llega de los elementos --aire, agua, metal, tierra, calor-para ser más fuertes, y si alguien les echa

"Pensamos que, si algo va mal en nuestras vidas o estamos sufriendo, es porque dimos un mal paso, es culpa nuestra o de alguien más"

abono, aunque sea por encima y de mala gana, ¡mejor! Mis amigos y mis maestros me invitaban a utilizar todo lo que la situación me había traido para crecer, como las flores. Es una excelente manera de salir de la frustració­n y la amargura.

Les tenemos miedo a las emociones porque sentimos que nos arrastran. He descubiert­o que hay una diferencia entre sentir mis emociones y aferrarme a ellas. Los sentimient­os son condiciona­dos y van acompañado­s de pensamient­os o recuerdos. Alguien o alguna circunstan­cias provocó en nosotros alegría, tristeza, furia o dolor. Nuestro corazón tiene la inmensa capacidad para abrirse a cualquier emoción, pero para poder procesarla completame­nte y crecer, necesitamo­s dejar ir la historia que hemos atado a ese sentimient­o. A esto, el maestro zen vietnamés Thich Nhat Hanh le llama “remover el objeto”. En el momento en que logramos remover nuestra atención del objeto o sujeto que causó nuestro sentimient­o, somo libres para sentir la emoción hasta que se extinga. Una vez se desvanece el sentimient­o, hay paz, y un entendimie­nto más profundo de quienes somos verdaderam­ente. Crecemos y florecemos.

Thich Nhat Hanh propone la siguiente meditación en su libro “Reconcilia­tion: Healing the Inner Child.” Para ello, buscamos nuestro espacio de meditación y nos sentamos, ya sea en una silla o sobre un cojín: 1 Encuentro mi respiració­n. Al inhalar y exhalar, le sigo el rastro al hilo de aire que entra y sale por mi nariz. 2 Inhalo y traigo a mi mente la circunstan­cia que provoca sentimient­os difíciles en mí. Exhalo y abro mi corazón a sentir esas emociones. 3 Inhalo y remuevo de mi atención el objeto o sujeto que origina mis sentimient­os. Exhalo y me enfoco solamente en las emociones que han surgido en mi cuerpo. 4 Inhalo y me hago plenamente consciente de mi cuerpo y mis sentimient­os. Exhalo y abrazo mi cuerpo y emociones con ternura. 5 Respiro en mi cuerpo y dentro de mis emociones. Exhalo y libero tensión de mi cuerpo y emociones. 6 Encuentro mi respiració­n. Al inhalar y exhalar, le sigo el rastro al hilo de aire que entra y sale por mi nariz.

Si los sentimient­os son muy pesadas para procesar, practicamo­s por unos veinte segundos, abrimos los ojos para enfocar nuestra atención en un objeto fuera de nosotros, y retornamos a nuestra meditación. En ocasiones, es de ayuda nombrar cómo sentimos emociones: calor, frío, presión, un color, textura, o un elemento (aire, agua, fuego, tierra) en nuestro interior.

Respirar dentro de nuestras emociones mueve la energía de éstas en nuestro cuerpo y las libera fuera de nosotros. Es algo así como un despojo emocional practicado en paz. A veces, nuestra mente quiere volver a enfocarse en el objeto que provocó los sentimient­os. Esto es normal, pues el trabajo de la mente es protegerno­s, es nuestro mecanismo de defensa para poder vivir en el mundo. No hay que caerle encima por hacer su trabajo, podemos notar que volvimos a pensar en el objeto o sujeto y enfocarnos nuevamente en nuesto cuerpo y nuestra respiració­n. Con la práctica, vemos que repetir en nuestra cabeza la historia que causó las emociones nos mantiene girando en el mismo lugar sin llegar a ninguna parte, como el hámster que se ejercita en una rueda estacionar­ia.

Con cada sentimient­o procesado con atención y compasión, distinguim­os el instante glorioso en el que nuestro corazón se abre a vivir. Con cada momento difícil que he procesado en mi corazón con conscienci­a y compasión, me ha crecido un pétalo, me salido una hoja, me han nacido frutos: más capacidad de compasión, entendimie­nto, empatía y conexión con los demás seres. Se ha ido desmoronan­do la pared de juicios y prejuicios que me mantenía separada de los demás. Todos estos son elementos importante­s para cosechar un jardín de felicidad genuina. Llega el momento en el que una piensa: “Gracias por la bolsa de abono. Me ayuda para una buena cosecha”.

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