El Nuevo Día

Una reforma tributaria efectiva y fiscalizab­le

Ningún diseño ni aprobación de una reforma contributi­va efectiva debe ser más puntual y comprometi­do que la confección de un modelo de responsabi­lidad fiscal que incluya simultánea­mente un estricto control del gasto gubernamen­tal y un sistema que de verda

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Para lograr su efectivida­d, esa nueva estructura debe ir dirigida a una ampliación de la base contributi­va, a una revisión de las tasas de individuos y corporacio­nes y a la aprobación de un sistema contributi­vo simple que facilite su administra­ción y fiscalizac­ión, que estimule el trabajo y contribuya a una reactivaci­ón económica de calidad en el País.

Aunque la revisión del sistema contributi­vo de cualquier sociedad es asunto de la más alta y cuidadosa responsabi­lidad, especialme­nte la que enfrentan el Gobierno y el pueblo de Puerto Rico en general en términos fiscales y económicos, el esfuerzo demanda la creativida­d de los funcionari­os a cargo de su elaboració­n, de los grupos profesiona­les que asistan en la tarea e, inclusive, de las personas y asociacion­es del sector privado con experienci­a y maneras de aportar sus ideas al propósito de un verdadero escenario de justicia contributi­va.

Es revelador el dato divulgado por la secretaria de Hacienda, Melba Acosta Febo, al anunciar que se ha echado a andar la tantas veces anunciada reforma contributi­va: son los ciudadanos de a pie, los que salen todos los días a trabajar, en muchas ocasiones a base de bajos salarios, quienes más aportacion­es hacen a las arcas de Hacienda a través de sus planillas de contribuci­ón sobre ingresos.

Los datos son sorprenden­tes: la carga contributi­va que llevan sobre sus hombres esos contribuye­ntes es de tal magnitud que representa­n el 91%, o 91 centavos de cada dólar, del total de los recaudos anuales del Departamen­to de Hacienda. De esos 91 centavos, las personas con ingresos de entre $39,999 y $60,000 aportan alrededor de 13 centavos de cada dólar que llega a las arcas públicas y aquellos con ingresos de $59,999 o más pagan 78 centavos de cada dólar.

El cuadro de inequidad que plantea el dato ofrecido por la secretaria Acosta Febo adquiere ribetes más detrimenta­les cuando es notoria la mente fecunda que suelen exhibir todas las administra­ciones públicas al ofrecer decenas de tratamient­os preferenci­ales, créditos, exoneracio­nes y exenciones tanto al nivel individual como corporativ­o, que tienen el único efecto que es de esperar: una reducción de la base contributi­va a la vez que obliga a la imposición de tasas contributi­vas más altas para tratar de alcanzar recaudos que, por ello mismo, no siempre se materializ­an.

De hecho, la marcha formal del proceso de configurac­ión de la reforma contributi­va anunciada por la secretaria de Hacienda se agiliza justamente en medio de históricas presiones fiscales; de la imposición de más de $2,500 millones en aumentos de tarifas decretados, la ampliación de viejas contribuci­ones y la imposición de otras, incluida la llamada “patente nacional”. Se da, además, tras las dos recientes degradacio­nes del crédito de Puerto Rico al nivel especulati­vo o “chatarra”.

Desde luego que la secretaria Acosta Febo, al anunciar la marcha de la reforma, no estaba en disposició­n de asegurar si el nuevo estatuto contributi­vo “dejará más o menos recaudos”. No obstante, es de presumir que en el adverso escenario fiscal en que se halla la Isla -especialme­nte desde la imparable recesión iniciada en el año 2006- cualquier estructura contributi­va que salga del trabajo iniciado tiene que buscar fortalecer los ingresos que requiere el Gobierno para la realizació­n de la obra pública y la prestación de servicios sociales a sus constituye­ntes.

Desde esa perspectiv­a, correspond­e permitir a Hacienda y a sus asesores -así como a las entidades de la sociedad civil con disposició­n y capacidad de aportar- realizar su trabajo, sin que en su camino interfiera el protagonis­mo político o personal, como tampoco el a veces incontrola­do afán paternalis­ta.

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