Arte y caballos al rescate de jóvenes especiales
Estudiantes de educación especial disfrutan de los beneficios de un programa que usa arteterapia y equinoterapia
Montan a caballo, pintan y, de paso, desarrollan importantes destrezas mientras al mismo tiempo disfrutan, tal como lo reflejaban sus felices rostros luego de acabar la sesión matutina del programa Transición a la Vida Adulta a través de Equinoterapia y Arte, un programa dirigido a estudiantes de educación especial en las instalaciones del Bosque Ecuestre la Sebastiana, en el Parque Julio Enrique Monagas.
“Esto está bien gufia’o”, exclamó uno de los participantes, de 19 años, cuando le preguntamos cómo se sentía tras montar a caballo.
“Me gustan los caballos. Me siento bien. Uno lo que hace es aprender. Ya les limpiamos el camino, los pasillos. Ya quiero bañarlo. Quiero seguir participando”, continuó el joven con una gran sonrisa.
“Me gusta venir, me gustan los ca- ballos, me siento bien”, exclamó otro joven de 16 años que señaló al “caballito blanco” como el que más le gustaba.
“Me gusta que vengan otros muchachos. Siempre gozamos en la guagua. Pero hoy estaba fría, y estábamos locos por bajarnos”, añadió el estudiante de 19 años. “Pero no queremos que se acabe (el programa). Queremos que vengan más muchachos”.
Según explicó Marta Jaraíz, directora de la Fundación Carrusel, a través del arte y la interacción con los caballos, y con diversos ejercicios, los jóvenes desarrollan destrezas motoras, de equilibrio, postura, así como de poner atención.
Actualmente participan del programa 42 estudiantes de entre 14 a 21 años de cuatro escuelas de educación especial del Bayamón, municipio que colabora con la iniciativa. Seis de ellos, además, participan de un programa para graduarse de mozos de cuadra en colaboración con el hipódromo.
Desde el 2011 este programa ha impactado a más de 500 niños de educación especial, con muchísimas historias de éxito y superación.
“Tenemos un chico que llegó acá serio, con los ojos cerrados, que no hablaba casi nada. A los dos meses ya se reía, hacía bromas, te guiñaba el ojo”, relató Jaraíz. tamento de Educación, el de Salud, el del Trabajo y la Administración de Rehabilitación Vocacional.
“El costo per cápita no es tan alto. Es una cantidad mínima por estudiante. Podrían ayudar a mantener este proyecto. Tú ves los rostros de estos niños, la emoción al acercarse al animal, poder tocarlo, peinarlo. Es algo bien innovador”, añadió Pimentel.
“Mi sueño es que esto se pueda extender a muchas más escuelas, y que pueda ser algo establecido, fijo, que no tenga que estar todos los años buscando y pidiendo”, sentenció Jaraíz.
“Me gustan los caballos. Me siento bien. Uno lo que hace es aprender... Ya quiero bañarlo”
JOVEN ESTUDIANTTE
Participante del programa
“Hay otra niña que casi no hablaba en el salón de clases, le daba vergüenza hablar, escondía la cabeza, pero poco a poco, con las terapias, ganó confianza hasta que un día le dijo a la maestra que quería hablar, y subió a la tarima y empezó a hablar sobre los caballos”, recordó.
Pero a pesar de esos logros, y del respaldo de entidades como la Universidad de Puerto Rico y la Fundación Carvajal, así como el apoyo de individuos, muchos de los cuales ofrecen su labor de forma voluntaria, mantener un financiamiento constante del programa es “la tarea más dura” que enfrentan sus organizadores.
De momento, explicó Jaraíz, una parte considerable del programa se financia con el aporte del Consejo Estatal sobre Deficiencias en el Desarrollo, entidad que se nutre de fondos federales.
José Pimentel, miembro del Consejo, aclaró que aunque la entidad tiene como fin “subvencionar proyectos que a largo plazo se conviertan en autosustentables”, su aporte tiene un límite de $150,000, y otro límite de tres años.
“Este proyecto grita porque otras agencias que también reciben fondos federales para atender a esta población se involucren”, dijo Pimentel, mencionando entre otros al Depar-