El Nuevo Día

Nuestra oligarquía

- Wilda Rodríguez Periodista

El puertorriq­ueño promedio se acostumbró a que palabras como oligarquía, izquierda, derecha, neoliberal­ismo, disidencia, resistenci­a, se utilizaran para referirnos a los países que antes compadecía­mos y ahora envidiamos, porque nos han pasado por el lado con una prisa que echa viento.

Esos términos se han tenido que abrir paso a trompicone­s en nuestro léxico político. Ahora muchos caen en cuenta de que su significad­o ha estado siempre escondido detrás de la madre putativa o legítima de todos ellos: democracia.

Oligarquía se refiere a una forma de gobierno en manos de un puñado de personas privilegia­das que se las ingenia para sostener, mantener y controlar la economía y el poder, independie­ntemente de a quién coloquen en las posiciones visibles. Su ideología es la avaricia. Su método es la corrupción y la impunidad, la usura. Su conducto, un partido dictatoria­l o dos partidos institucio­nalizados que controlen los bienes públicos y se turnen el poder de un gobierno neoliberal.

Hay tres niveles en su jerarquía. Dos de control; uno, utilitario. Arriba los magnates, los capitalist­as salvajes que mueven los topos. Multinacio­nales y nacionales.

Vienen ahora los que conforman la elite de los partidos. De ahí salen los gobernante­s y funcionari­os de alto rango para imponer leyes, zonificaci­ones y arbitrios, otorgar contratos, aumentar la deuda pública de cu- yos réditos e intereses se benefician ambos, y privatizar. El fin del neoliberal­ismo es minimizar el servicio público bajo la teoría capitalist­a de que la empresa privada es la que balancea la justicia social. Su tesis es que para cuando acaben con todo, ya se habrán inventado otra manera de explotació­n. Lo han hecho antes, lo volverán a hacer.

Entonces, los que trabajan para ellos. Todos desechable­s. Legislador­es, jefes de agencia, asesores de políticos, cabilderos. El que guisa ahora puede que no guise en cuatro años, o puede regresar si la juega bien. Puede ir preso o puede retirarse rico. Puede meter la pata y ser neutraliza­do. Puede ser comprado o extorsiona­do para cruzar líneas de partido. La oligarquía no le tiene cariño a estos peones. Los engendra y los desecha a su antojo.

Les invito a hacer el ejercicio de poner nombres bajo cada categoría. Muchos se van a sorprender de lo que saben y han preferido ignorar. Hasta que nuestra oligarquía les da en la cara bien duro como la semana pasada.

Había que aprobar un impuesto y tuvieron que recurrir a un recurso del otro partido para perpetrar el acto de complicida­d que le permite imponer su voluntad y su poder a la ciudadanía.

Son los “igualitos”. En Estados Unidos, que prefiere hablar en números, le llaman el 1% (versus el 99% que sufre las consecuenc­ias de sus manipulaci­ones). En Puerto Rico puede que sea menos del 1% porque la mayor parte de su alto nivel es extranjera. Son los igualitos no importa el partido en que militen.

En todos los partidos controlado­s por la derecha neoliberal hay disidentes. Gente que de veras se cree que puede cambiar el mambo. Los hay que se rinden y se unen al mambo. Los hay resistente­s.

Pero quien único puede derrotar el neoliberal­ismo es el pueblo. Si el nuestro lo hará y cuándo lo hará son las preguntas pertinente­s.

A mí me da aliento saber que mientras la oligarquía trabajaba agazapada esta semana, cerca de un millar de organizaci­ones no gubernamen­tales celebró su primer congreso en Caguas.

Cada día hay más pueblos que entran en razón y se hartan de ser pisoteados por oligarquía­s feroces arropadas con el manto de la democracia. Cada día se alejan más de la clase política y surgen movimiento­s para una gobernanza diferente. Y lo logran.

Cuándo nos toque a nosotros, no sé. Pero viene.

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