El Nuevo Día

Brillante ejecución de un concierto magistral

La interpreta­ción del clarinetis­ta Eli Eban del concierto de Mozart enardeció al público

- Luis Hernández Mergal Especial El Nuevo Día

El Concierto en la mayor para clarinete y orquesta, K. 622 es la última obra instrument­al de Mozart, en que el compositor logra una incomparab­le combinació­n de elegancia, sencillez, lirismo gentil y un toque de melancolía. Esta obra maestra encabezó el último concierto de la primera mitad de la temporada 2014-15 de la Orquesta Sinfónica de Puerto Rico (OSPR), bajo la dirección de Maximiano Valdés, con la participac­ión del clarinetis­ta Eli Eban, el pasado sábado en la Sala Sinfónica del Centro de Bellas Artes de Santurce.

Después de la exposición clara y precisa de la orquesta en el Allegro, la entrada del clarinete, con un sonido cálido y bien formado, auguraba una interpreta­ción de excelencia. Eban no defraudó las expectativ­as. Sus cualidades musicales le hicieron honor a uno de los más hermosos conciertos de todos los tiempos. En el Allegro, Eban logró una articulaci­ón impecable con cambios de color muy sensibles a la partitura, dominando los difíciles cambios de registro. El Adagio fue una maravilla de expresión lírica, mostrando que Mozart no puede ser rígido ni mecánico; al contrario, Eban supo encontrar el delicado balance entre la pulsación regular y la flexibilid­ad que requiere una interpreta­ción de altura. Eban manejó los intrincado­s pasajes técnicos del Rondo: Allegro con virtuosism­o, pero siempre con un suave y aterciopel­ado sonido. Los aplausos del público exigieron un bis de la última sección del Adagio.

La Sinfonía núm. 4 en sol mayor de Gustav Mahler se considera una de las más accesibles, quizá por su carácter “liviano”. Detrás de la livian- dad, sin embargo, hay una profundida­d que sólo el conocimien­to del pensamient­o filosófico mahleriano permite comprender. Sobre esta sinfonía, dijo Mahler que en los prime- ros tres movimiento­s reina la serenidad de un ámbito más elevado, un reino que nos es extraño, temible, hasta terrible, quizá representa­do en ciertos giros de frases, ciertas texturas, sobre todo en los movimiento­s segundo (como el concertino en scordatura, con sus sonoridade­s grotescas) y tercero, con los desgarrado­res saltos en el segundo tema. La interpreta­ción de Valdés, sin embargo, siempre fue controlada, quizá demasiado elegante, aunque no sin pasión. La OSPR hizo una digna labor. La ejecución de la soprano Larisa Matínez en el cuarto movimiento, una canción de Des Knaben Wunderhorn (cuya traducción faltó en el programa), supo darle el toque de inocencia que requiere el texto, a pesar de un timbre de voz un poco oscuro para la parte. Notables fueron los versos finales de las primeras tres estrofas, imitando sonoridade­s de himnos, y la delicadeza orquestal al final.

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Eli Eban tuvo que repetir parte de la pieza a petición de la audiencia.

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