METALEROS EN LA ISLA
Mañana estrena el documental “Puerto Rico: The Distorted Island”, sobre la escena de heavy metal en el país
Tomar una guagua a los 14 años de edad de San Juan a Las Piedras para comprar un disco de heavy metal. Esconder debajo de la cama discos de este género, como si se trataran de revistas pornográficas, por miedo a ser descubierto.
Dejarse el pelo largo, ponerse pantallas y hacerse tatuajes, con la certeza de los insultos. Viajar al área metropolitana, al oeste, al centro de la Isla, a donde fuera, para deleitarse con el sonido de guitarras fuertes y distorsionadas, con una batería acelerada, un bajo profundo y con voces agudas y guturales.
Acostumbrarse a ser catalogado como satánico. Sentirse en paz en medio de un mosh pit, sentirse parte de una comunidad.
Ser metalero en Puerto Rico en la década del 80 conllevaba riesgos y mucha valentía. En ese entonces comenzaba a formarse una escena local de seguidores de este género que se las tenían que ingeniar para tener acceso a una contracultura que se alejaba de aquella onda hippie de paz y amor, para hacerle una oda a la furia y el coraje como respuestas a diversas formas de opresión.
Así lo recordó Erico Morales, uno de los veteranos can- tantes de heavy metal en Puerto Rico y director de la banda metalera Dantesco, durante el panel Heavy metal en Puerto Rico, que se celebró a finales de noviembre en la Facultad de Estudios Generales de la Universidad de Puerto Rico (UPR), Recinto de Río Piedras.
“En aquel momento había esa lucha de que el heavy metal nos hacía daño y nos llevaba a un extremo que no era beneficioso para nuestra salud ni vida social, pero en ese mismo momento, la música popular en Puerto Rico daba pena. La salsa gorda se convirtió en aquella salsa romántica de Eddie Santiago, Frankie Ruiz y Lalo Rodríguez, que se metieron por esa línea de la infidelidad, cantando cosas como dónde voy a agarrarte para que tu esposo no nos vea, y eso sí era aplaudido”, rememoró Morales.
“Salió Yolandita y Ednita con esas canciones que parecían corta venas, pero que en realidad eran como una revista Luz con música. Pero, como yo tenía un disco con un chivo o con una estrella, y cantaba algo que no estaba en la radio en ese momento, pues era algo malo”, agregó el también dueño de la tienda Odin’s Court, sobre algunos de los prejuicios que enfrentaron y que todavía enfrentan los seguidores y músicos de este género.
Tanto era el estigma con el que cargaban los metaleros en ese entonces, que Morales contó que su madre, en su lecho de muerte, le decía que jamás perdonaría al artista británico Ozzy Osbourne por lo que había hecho con su vida.
“Yo le decía, ‘pero mami, si yo nunca he estado preso ni usado drogas en mi vida, si yo terminé la universidad’… Pero como no iba a la iglesia los domingos y escuchaba metal, lo demás no importaba”, relató entre risas.
Aunque ya han pasado 30 años desde que el heavy metal arrancó con fuerza en la Isla, son muchos los mitos que siguen rondando esta escena musical que se ha desarrollado desde la periferia y totalmente independiente, porque si de música se trata, no hay nada más underground en este país que ser metalero. ESCENA SOCIAL Y POLÍTICA. El profesor Nelson Varas, director del Centro de Investigaciones Sociales de la UPR y coautor del documental Puerto Rico: The Distorted Island, que explora el surgimiento y mantenimiento de la escena metalera en el país, comenzó hace tres años un estudio sobre esta comunidad musical en la Isla.
Parte de la investigación arrojó que Puerto Rico cuenta con una escena con su propia idiosincrasia, donde la mujer tiene una participación activa, donde se abordan diversos temas que van desde lo social hasta lo político, en la que se ha integrado instrumentación autóctona, como el cuatro, y donde existe un gran sentido de comunidad y solidaridad. Además, es una escena que, contrario a lo que se pueda pensar, está atada a las iglesias protestantes del país, principalmente por su instrumentación.
“Estas cosas son importantes porque dentro de un país que no ve esto como parte de su legado cultural y su legado musical, la reconstrucción de la historia de estas personas que han sido marginadas aunque sea por una parte, coge importancia porque la gente le da validez”, manifestó Varas en torno a la investigación en la que participaron activamente los metaleros puertorriqueños.
El profesor destacó que para dar a conocer todos los resultados de este trabajo, optó por realizar un documental, siguiendo los consejos de diversos miembros de esta escena musical.
Puerto Rico: The Distorted Island estrenará mañana 18 de diciembre, a las 6:00 p.m., en el Museo de Arte de Puerto Rico, ubicado en Santurce. En esta película colaboraron Osvaldo González Sepúlveda, Eliut Rivera Segarra y Sigrid Mendoza.
“Queríamos resaltar la diversidad musical que ha caracterizado a Puerto Rico por años, y de la cual el rock y el metal forman parte. Lamentablemente, se le ha prestado poca atención a este importante género musical y nuestro objetivo ha sido arrojar un poco de luz sobre sus logros locales e internacionales”, informó Varas.
El catedrático de la UPR espera que este trabajo sirva para desarrollar estudios del heavy metal en Puerto Rico, como se ha hecho en diversos países, sobre todo de Europa, donde se dictan cursos específicos sobre este género musical.
Y es que el heavy metal, como bien resaltó Carlos Maldonado, bajista de la banda Alas Negras, no es rebeldía, es un estilo de vida en comunidad.
“El metal me hizo ser quien soy hoy en día, me ayudó en mi sensibilidad cultural y en mi autoestima”, destacó.
Este sentimiento lo comparte también Erico Morales, quien aseguró que se si se queda sordo o mudo, se quedará escuchando metal, así sea leyendo labios.