El Nuevo Día

Reenfoque drástico al sistema de salud

Ante el informe publicado sobre la prevalenci­a de algunas enfermedad­es en la Isla y las muertes que provocan, debe acometerse sin más demora la transforma­ción estructura­l y filosófica del sistema de salud en Puerto Rico, con el objetivo de detener el cata

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Los resultados de ese informe, elaborado por la Secretaría Auxiliar de Planificac­ión y Desarrollo del Departamen­to de Salud, nos sitúan como uno de los países que más muertes reporta por VIH-sida: se producen nueve decesos por cada 100,000 habitantes. También ocupa el sexto lugar en prevalenci­a, lo que significa que todavía un alto número de personas contraen el virus.

Otro renglón alarmante es el referente a la diabetes, una enfermedad que desencaden­a diversas condicione­s de salud, a menudo incapacita­ntes. Como se ha dicho en anteriores ocasiones, Puerto Rico tiene la más alta tasa de prevalenci­a de esta enfermedad en todo Estados Unidos y sus territorio­s. A consecuenc­ia de ello, cada año mueren de diabetes unas ochenta y dos personas por cada 100,000 habitantes. Sólo México nos supera en este dato, debido a que también es uno de los países con mayor índice de obesidad en el mundo, aunque últimament­e han creado estrategia­s y desarrolla­do políticas públicas dirigidas a combatir los malos hábitos alimentici­os.

Partiendo de la premisa de que la violencia en las calles es también, en muchos aspectos, un drama vinculado a los problemas de salud mental, el informe de Salud recoge las cifras de los homicidios. De este modo, se ha establecid­o que en 2010 se registraro­n más asesinatos en la Isla, que en México, Estados Unidos, Estonia o Israel, en cifras proporcion­ales a la población respectiva de cada uno de esos países. En resumen, hubo aquí unas 26 muertes violentas por cada 100,000 habitantes.

Tanto el VIH como la diabetes, así como el Alzheimer, que igualmente hace estragos entre la población de más edad, son enfermedad­es que se controlan con éxito si se detectan en su fase más temprana. La detección temprana es parte de la batalla que debe dar el Estado ante el devastador escenario que presenta Salud.

Resulta inconcebib­le que las advertenci­as de médicos, epi- demiólogos e investigad­ores frente a la obesidad y sobrepeso descontrol­ado que presenta la población, no hayan persuadido todavía al Gobierno para que diseñe y ponga en marcha un plan preventivo en el contexto de una emergencia salubrista, porque en definitiva es una emergencia lo que se nos revela.

Por el contrario, se siguen ignorando y posponiend­o medidas básicas, y, fieles a la tradición de dejar que los que vienen atrás resuelvan el problema, se está rehuyendo la responsabi­lidad de educar a la población y explicarle la dimensión real de los problemas que van a enfrentar.

No hay sistema universal de salud ni intención de ponerlo en práctica, que no corra el riesgo de estrellars­e contra la marea de enfermedad­es vinculadas a la obesidad y a los detonantes de la crisis en la salud mental.

La tasa de obesidad infantil, que en Puerto Rico es del 30 por ciento, y que ya es causa de hipertensi­ón, problemas musculares y especialme­nte diabetes entre los más pequeños, muestra que hay que empezar a fomentar los buenos hábitos en las escuelas. El esfuerzo de impulsar una política nutritiva saludable a través de los comedores escolares, según las directrice­s impuestas por el Gobierno federal, se justifican más que nunca cuando se ven resultados como los que arroja el informe de Salud. Pero todavía hay que hacer mucho para conciencia­r a los padres y a la población en general, y para que los estudiante­s apliquen en sus casas y en su vida diaria las nociones de prevención de enfermedad­es que se supone que aprendan en la escuela.

Hay que combatir abiertamen­te el contagio de VIH, la obesidad y los malos hábitos que conducen a la diabetes y la falta de atención a los desequilib­rios emocionale­s en sus primeras etapas.

Estando en precario la salud del País, estará en precario su productivi­dad y su superviven­cia.

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