El Nuevo Día

CONTRACULT­URA

- Ileán Pérez Cruz Traductora y escritora

Sin partir de la premisa de las víctimas, me vuela la cabeza en mil pedazos que la violencia contra las mujeres se reúna en torno a lo que hacen, no hacen, visten, no visten, mueven o dejan de mover, como si el peligro de ser mujer fuera una condición preconcebi­da por los astros y consumada en la Tierra.

Recuerdo que cuando vivía en España detrás de mi edificio había un bosquecito perfecto para correr. La gente llevaba sus perros y la vista al Mediterrán­eo desde ciertos puntos era impresiona­nte, pero en el fondo de mi mente siempre tenía presente el riesgo que suponía andar sola. Tomaba en considerac­ión lo que me ponía por no llamar la atención, mis sentidos los tenía a millón, pendiente de cualquier variación de ritmo para que la reacción reptil de lucha o huida hiciera su trabajo a tiempo y con “pepper spray” siempre en la mano. Per se “full”.

Te acostumbra­s a vivir con miedo, lo normalizas, hasta pensar que sentirte así es dado por Dios. Tan normal como caminar por San Juan y que te saquen un cañón, te apunten, porque sí, y así mismo lo guarden y sigan su camino. No sé, en ese momento andaba con mi hermano y el corazón se me hizo una melcocha, y pensé, no, esto no es normal.

La violencia en ninguna de sus manifestac­iones debe ser una rutina aceptada. “Pégame, ay fó qué rico” nadie dijo nadie fuera de ciertos contextos muy limitados. “I can’t breath”, tampoco. Y la complicida­d mediática por mantener silencio, desviar la informació­n y sencillame­nte no dar a conocer estos acontecimi­entos desde un punto de vista crítico es más que alarmante.

Ello se suma a la complicida­d de vagancia intelectua­l entre redactor-lector por no salir del “confort zone” que el cambio supone porque por alguna razón pensar es un crimen contracult­ural.

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