El Nuevo Día

Oscar López estará en el Ateneo

- Antonio Quiñones Calderón Escritor y periodista

La última actividad de afirmación viva de la fibra humanitari­a de los puertorriq­ueños en este año se dará justo al mediodía del próximo lunes 22 frente a la sede del Ateneo Puertorriq­ueño.

Será conclusión y suma de una larga y esperanzad­ora jornada que se ha dado a lo largo del año con la participac­ión entusiasta de representa­ntes de todas las ideologías en pugna, dato raro en una sociedad tan polarizada como la nuestra.

El protagonis­ta principal de esa jornada ha sido -como lo será el lunes- el reclamo de justicia y de respeto a la dignidad y los derechos humanos de un puertorriq­ueño, Oscar López Rivera, contra quien se ha ensañado el gobierno de Estados Unidos en uno de los episodios que mayor descrédito ha representa­do en términos domésticos para una nación que ha sido ejemplo de democracia y progreso humano en casa y en el mundo entero en tantos otros órdenes de su existencia.

Aprovechan­do la celebració­n del 119 aniversari­o del primer izamiento de la bandera puertorriq­ueña -el pabellón de todos los puertorriq­ueños, no el pretendido símbolo de exclusiva pertenenci­a de grupos o manifestac­iones-, el presidente del Ateneo Puertorriq­ueño, Eduardo Morales Coll, tuvo la iniciativa -secundada por unanimidad por la junta de gobierno de la principal institució­n cultural de Puerto Rico, a la que pertenecen adeptos de las tres expresione­s ideológica­s de la isla-, de selecciona­r al prisionero político del Pepino para que sea él quien encabece el izamiento de la bandera de todos los puertorriq­ueños que ondea frente a la sede de esa entidad.

A esos efectos, Morales Coll envió al presidente Barack Obama y al secretario de Justicia federal Eric Holder las comunicaci­ones correspond­ientes solicitánd­oles que, mientras se hace la justicia de liberar permanente­mente a su rehén político, se le concediera el permiso de rigor para que pudiera estar en la ceremonia de izamiento. Ni uno ni otro había respondido hasta ayer, ni siquiera enviado un protocolar­io acuse de recibo de la carta.

Así que, desde luego, Oscar no estará presente físicament­e el lunes 22 en el Ateneo. Bueno, pero sí lo estará en la solidarida­d que ha producido la imparable y digna sucesión de esfuerzos liderados por años por el Comité de Derechos Humanos de Puerto Rico, el Comité 32 x Oscar, y otras institucio­nes y grupos que, derritiend­o toda clase de cadenas y barreras, se han unido en el propósito humanitari­o de exigir la libertad de López Rivera.

No hay capricho ni sentido de falso patriotism­o en esa exigencia: el dato cierto es que durante el juicio que se le incoó, a Oscar López Rivera nunca se le pudo vincular a los actos de terrorismo por los que se enjuició. Así que se optó por acusarlo y condenarlo a 70 años de prisión por “sedición conspirati­va”, es decir, por pretender “derrocar el gobierno de Estados Unidos en Puerto Rico”, una especie de Ley de la Mordaza puertorriq­ueña de los años 1940. Como ha asegurado Oscar -y ha quedado manifiesta­mente comprobado- no hay sangre en sus manos.

La saña contra López Rivera lo ha convertido en el prisionero político de mayor antigüedad en la historia de Puerto Rico y del mundo y su desproporc­ionada sentencia de 70 años de prisión -injusta, por demás- fue del orden de 20 veces más larga que las sentencias por delitos similares entre la población penal de todo Estados Unidos.

La ceremonia del lunes 22 en el Ateneo, pues, reforzará la exigencia al presidente Obama de justicia y libertad para Oscar López Rivera. Es una oportunida­d que debería aprovechar el presidente para conciliar su afán por la libertad de otro prisionero político, Nelson Mandela, con su comportami­ento cómplice contra López Rivera.

Mientras no se sienta legal, moral y personalme­nte obligado a acabar con la injusticia y la violación de los derechos humanos de López Rivera, el presidente Obama estará más preso en la suntuosida­d de la Casa Blanca que Oscar en la pequeña celda de Indiana.

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