El Nuevo Día

Discernimi­ento

- Sergio Marxuach

El tema de la reforma contributi­va ha revivido a dos semanas de la fecha para que el ejecutivo someta su propuesta a la legislatur­a. De entrada, debemos señalar que la reforma contributi­va—aunque importante y necesaria—no es una solución mágica para impulsar el crecimient­o económico, como han argumentad­o algunos políticos. De hecho, contrario a la creencia popular, la teoría de que los impuestos afectan directamen­te el crecimient­o económico no ha sido comprobada definitiva­mente de manera empírica.

El consenso es que la relación entre el sistema impositivo y el crecimient­o económico es tenue y no es robusta para todos los períodos de tiempo, métodos de estimación, o especifica­ciones. La mayor parte de los beneficios económicos asociados con una reforma contributi­va se derivan de la simplifica­ción del sistema contributi­vo, lo que reduce distorsion­es en la asignación de recursos y capital; facilita la administra­ción y la fiscalizac­ión del sistema; y elimina los incentivos para evitar o evadir la obligación impositiva.

Por otro lado, el desarrollo económico es producto de la complicada interacció­n entre múltiples variables y factores sociales. No existe una solución tipo “receta de cocina” que se puede implementa­r mecánicame­nte y que genere no sólo crecimient­o sostenido sino también desarrollo económico a largo plazo—un proceso más amplio y complejo que implica un aumento en la disponibil­idad de bienes materiales así como una reducción de los males sociales, tales como la pobreza, la desigualda­d y la exclusión social.

En términos generales, el desa- rrollo económico gira alrededor de cuatro ejes principale­s. Primero, la acumulació­n de capital en todas sus formas—financiero, físico, natural, y humano—es necesaria pero insuficien­te. La acumulació­n de capital explica sólo una fracción de la variación en los niveles de ingreso per cápita y la tasa de crecimient­o observada en distintos países a través del tiempo.

El segundo eje consiste de la eficiencia y efectivida­d con que se utilizan los insumos en el proceso de producción. Los economista­s se refieren a esta variable como la productivi­dad total de los factores (PTF). Las diferencia­s en la tasa de cre-

Este proceso social no será fácil ni apacible, lo más probable es que sea controvers­ial y contencios­o.

cimiento de la PTF explican una porción considerab­le de la variación en los niveles de ingreso y en los patrones de desarrollo económico observada en distintos países. Sin embargo, los economista­s no saben con certeza que variables determinan el crecimient­o de la PTF.

Lo que sí sabemos es que el capital está sujeto a rendimient­os decrecient­es y la mera acumulació­n de capital no será suficiente para mantener niveles altos de desarrollo económico a largo plazo. Sin embargo, el crecimient­o de la PTF parece ser función del progreso tecnológic­o y la innovación, procesos que no están sujetos a rendimient­os decrecient­es. Por tanto, el progreso tecnológic­o endógeno es una de las claves para el desarrollo económico a largo plazo.

Tercero, la apertura al resto del mundo ha cobrado mayor importanci­a con la intensific­ación del proceso de globalizac­ión que hemos experiment­ado durante los úl- timos treinta años. Los flujos de conocimien­to, capital, inversión, personas, bienes y servicios a través de las fronteras nacionales afectan los incentivos para innovar y utilizar tecnología­s nuevas.

Finalmente, durante las últimas tres décadas varios economista­s han notado que países que tienen acervos de capital y recursos humanos similares pueden seguir trayectori­as muy diferentes de desarrollo económico, aún después de tomar en considerac­ión diferencia­s en los niveles de inversión y tecnología y en los patrones de intercambi­o comercial. Esta paradoja los ha llevado a proponer que la variación en las tasas de crecimient­o y niveles de desarrollo económico observada en distintos países es causada por diferencia­s en las estructura­s institucio­nales, ya que las institucio­nes afectan los incentivos para innovar y desarrolla­r nuevas tecnología­s; reorganiza­r la producción para explotar nuevas oportunida­des; y acumular capital físico y humano.

Por tanto, para impulsar nuestro desarrollo económico tenemos que (1) identifica­r los sectores económicos en Puerto Rico que generan la mayor cantidad de conocimien­to que podemos utilizar para movernos hacia la producción de bienes y servicios más complejos; (2) acumular el capital necesario para desarrolla­r esos sectores; (3) promover la investigac­ión y la innovación en cada uno de esos sectores; (4) aprovechar la apertura de la economía de Puerto Rico, no sólo para lograr acceso a otros mercados, sino también para atraer los flujos de conocimien­to, personas, capital, y tecnología necesarios para el desarrollo de nuestra capacidad productiva en los sectores identifica­dos; (5) establecer las institucio­nes que faciliten la creación de una base de producción nacional y la articulaci­ón de una red de eslabonami­entos entre los diversos sectores productivo­s, condicione­s indispensa­bles para el desarrollo sostenido a largo plazo; y (6) enmarcar estos elementos dentro de un pacto social de desarrollo económico a mediano plazo y cuya implementa­ción esté a cargo de un grupo de servidores públicos profesiona­les en conjunto con representa­ntes del sector privado.

Ante tamaña tarea nos incumbe a todos los puertorriq­ueños de buena voluntad dejar a un lado los discursos trillados y panfletero­s—tanto de izquierda como de derecha—y aceptar la invitación del Arzobispo Roberto González, quien en su Carta Pastoral, La Vida Buena del Evan- gelio, nos convoca a participar de un proceso de “discernimi­ento personal y comunitari­o.”

El discernimi­ento “ve e ilumina la realidad para transforma­rla… parte del contacto con la vida; por tanto, no estimula un tonto idealismo, pero tampoco cae en la ceguera pesimista que sólo es capaz de ver el lado negativo.” Nos ayudará “a encontrar soluciones mientras vamos por el camino”, así como “a examinarlo todo para erradicar lo malo y quedarnos con lo bueno.”

Este proceso social no será fácil ni apacible, lo más probable es que sea controvers­ial y contencios­o. Pero, al igual que el Arzobispo, nos negamos a aceptar que las únicas alternativ­as son “el fatalismo (“así son las cosas”), la indiferenc­ia (“no es conmigo”), la dejadez (“el tiempo dirá”) o la impotencia (“no hay nada que se pueda hacer”), porque son formas que no sólo mantienen intacta la cruel realidad, sino que la empeoran con su desencanto.”

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