El precio del petróleo y los alimentos
la dramática reducción en los precios del petróleo a nivel mundial, nos preguntan insistentemente si los alimentos no deberían correr similar suerte. Después de todo, los alimentos, y en algunos casos los medicamentos, son los únicos bienes de consumo que no son discrecionales y por tanto, representan la principal preocupación de todo consumidor. Pero la respuesta a esta interrogante es muy compleja por diversas razones. De una parte, cuando hablamos de alimentos hacemos referencia a miles de productos que tienen comportamientos de precios y factores de costos muy particulares, lo que hace arriesgado generalizar. Un supermercado bien surtido puede contar con aproximadamente 30,000 sku’s (Stock Keeping Unit) que es el número que identifica un producto en particular, precio y manufacturero. El comportamiento de los precios de la carne fresca tiene poca relación con el comportamiento de los precios del arroz, o de las frutas enlatadas. De hecho, el Índice de Precios del Consumidor, que no mide la totalidad de los productos, tiene varias
sub-categorías dentro del área de alimentos que se comportan de manera distinta de mes a mes. Por ejemplo, el año pasado se registró una sequía en California lo que provocó que ciertos productos agrícolas de esa región se encarecieran, pero no necesariamente los de Costa Rica. Recientemente, el ajo subió considerablemente de precio debido a un endurecimiento regulatorio de Aduanas federal en cuanto a las importaciones provenientes de China. Así pues, el precio de cada producto se comporta de manera muy diferente por sus propias circunstancias.
Aún así, la reducción en la bomba de gasolina es tan dramática que muchos sienten que debería ocurrir lo mismo en otros renglones comerciales. Esta expectativa hay que matizarla diferenciando las gasolineras del resto de los comercios y más específicamente de los supermercados. En el caso de las gasolineras, aunque puedan tener una tiendita de conveniencia, su producto principal y por el cual son juzgados ante los consumidores es uno sólo, la gasolina. Ese producto es un “commodity” internacional, con muy poca diferenciación entre las marcas, muy poco valor añadido y muy pocos suplidores. Es un producto bastante homogéneo, lo que permite que el gobierno pueda regular los márgenes de ganancia y todo eso provoca a su vez que las reducciones en el mercado internacional se reflejen con mayor rapidez y de manera directa en el precio de ese producto a nivel del consumidor.
Esta realidad es muy distinta a la de los supermercados. Primero, porque los productos que venden los supermercados no se han beneficiado aún de una reducción directa en precios, sino que la expectativa de reducción está basada en un posible efecto indirecto en la medida en que el costo del petróleo afecte la producción, la transportación o el almacenaje. Ciertamente nosotros esperamos una reducción y ya vemos algunos indicios, pero de manera distinta en cada producto, a mucha menor magnitud que la gasolina y con la condición de que efectivamente esas reducciones le lle-
“Para mantener bajos los precios de los alimentos hay que velar por la cadena de suplido con el el establecimiento de una política alimentaria”
guen a los comercios detallistas lo cual no necesariamente está ocurriendo.
En cuanto al impacto del petróleo en la transportación, tenemos nuevamente que poner en perspectiva la proporción en que el costo de transportación incide en los precios de los alimentos. Según nuestra encuesta mensual a socios el costo promedio de transportación es menos del 8% del precio del producto. Pero ese 8% no es petróleo, sino transportación. Por ende, incluye los costos operativos de los transportistas que no tienen que ver con el petróleo, como los costos de capital, mano de obra, su ganancia, etc. Entonces, el petróleo es sólo una fracción de ese 8% lo cual limita el impacto de una reducción a esa fracción. Esto no pretende minimizar la importancia del costo del petróleo en la transportación, sino proveer una perspectiva que permita diferenciar el impacto directo en la bomba versus en este caso los alimentos.
Habiendo establecido una proporción realista, nos corresponde evaluar si en efecto ha ocurrido una reducción en la transportación a consecuencia del petróleo y aunque parecería lógico, la realidad es otra. Por un lado, al cierre del 2014 los transportistas nos informaban que el costo terrestre en EEUU había estado incrementando por una gran escasez de camioneros. Por otro lado, la inmensa mayoría de nuestros productos vienen por barco y los costos de transportación marítima están aumentando por regulaciones ambientales y por el cierre de una de las principales líneas marítimas lo que ha limitado la oferta, al menos de manera temporera. Finalmente, la transportación terrestre en la Isla está regulada por la Comisión de Servicio Público, aunque existen excepciones.
El costo energético es el otro factor de costos importante en el caso de los alimentos, que también varía entre los productos que requieren refrigeración y aquellos que no. En todo caso, tanto los consumidores como los comerciantes hemos visto alguna reducción, pero en el caso de los comercios de una magnitud menor y que no guarda proporción a la reducción del petróleo. Aquí también hay que considerar que este ha sido un costo con mucha volatilidad histórica por lo que un comercio sólo podría considerar reflejarlo en sus precios en la medida en que se estabilice por un período razonable.
Por tanto, a pesar de la realidad innegable de reducción en los precios del petróleo, hasta el momento, ni los costos de transportación ni los costos de energía han creado las circunstancias necesarias para una reducción dramática, generalizada e inmediata \ Sin embargo, los datos del Índice de Precios al Consumidor (IPC) para el último mes disponible, noviembre, reflejan que a pesar de lo anterior, los precios de los alimentos se están estabilizando y en algunas partidas hubo reducciones de octubre a noviembre. Este comportamiento es similar al del IPC en los EEUU donde también se ha reducido dramáticamente el petróleo, pero no así los alimentos. Este dato de EEUU valida que la relación entre el petróleo y los precios de los alimentos no es proporcional ni automática.
Ante este escenario, cuya complejidad es mucho mayor a la que permite este espacio, debemos hacer énfasis en que la mayor garantía para el consumidor en cuanto a precios es la competencia. El sector de supermercados es de los más competidos en nuestra economía y los comercios hacen lo imposible por mantener precios bajos si las circunstancias se los permiten. Vemos los “shoppers” con una guerra de precios constante para atraer al consumidor, lo que debe proveer tranquilidad a nuestros consu- midores. Los supermercados están haciendo su parte, competir agresivamente.
De parte del gobierno, las oportunidades para mantener bajos los precios de los alimentos están en velar por la eficiencia de la cadena de suplido mediante el establecimiento de una política alimentaria, como hemos reclamado consistentemente por años, que reconozca la importancia de estos bienes de primera necesidad frente a cualquier otro bien de consumo. Debe además, evaluarse con urgencia el impacto del cierre de Horizon Lines en los abastos de alimentos, la tarifa de energía eléctrica para los comercios de alimentos, el costo de la transportación terrestre, la regulación contributiva a los inventarios de alimentos, la intención de imponer un IVA a los alimentos, las protecciones necesarias para garantizar la competencia, entre otros asuntos, de manera que podamos crear un escenario de estabilidad en los precios del principal bien de consumo de todo ciudadano, los alimentos.