Muere el novelista Emilio Díaz Valcárcel
El escritor falleció ayer en su residencia en San Juan, tras un largo padecimiento de salud, a los 86 años Último sobreviviente de la Generación del 45, fue periodista y cultivó con genialidad y rigor el cuento, la novela y el guión de cine
“Nos habrá dejado, pero permanece su obra, y la semilla que plantó en la literatura puertorriqueña. Como escritor, admiro la manera en que confeccionaba cada relato además de su dedicación por el oficio. Hoy estamos de luto con el único consuelo de las letras que nos regaló”
JOSÉ BORGES
Escritor
“Pertenece a una generación cuando los escritores eran escritores. Su partida deja una laguna enorme en nuestra letras”
FRANCISCO VÁZQUEZ
Escritor
Con la muerte de Emilio Díaz Valcárcel se cierra definitivamente un ciclo de la literatura puertorriqueña. Era el último sobreviviente de un grupo de escritores que cambió el sesgo de nuestras letras durante los años cuarenta, cincuenta y sesenta del pasado siglo. Entre los narradores que fueron sus contemporáneos en esa renovación estuvieron René Marqués, José Luis González y Pedro Juan Soto.
Resulta difícil calibrar hoy el impacto que tuvieron quienes abandonaron los parámetros de una literatura apegada aún a los cánones estéticos de un hispanismo admirado que forjaba mundos literarios ideales. Los escritores de la llamada generación del 45, grupo al que pertenecía Díaz Valcárcel, reflejaron la variedad de actitudes del puertorriqueño y la gran diversidad de sus vidas. No fueron, en su mayoría, académicos ni pertenecían a la “aristocracia de la pluma” de quienes la usaban como adorno que acarreaba prestigio social. Para ellos la escritura era una dedicación y un oficio; eran escritores “de a pie”. Obedeciendo a la democratización de los tiempos, experimentaron en sus vidas los avatares que en aquellas décadas vivieron los puertorriqueños. A él, en particular, le tocó participar en la primera de la serie de guerras absurdas emprendidas por los Estados Unidos en Asia, la de Corea. Fue reclutado como soldado en el 1951, antes de terminar sus estudios universitarios. En una entrevista que le hice en el año 2002, me dijo: “Fue una experiencia tremenda. Le teníamos miedo a la muerte. Recuerdo los morterazos: el fuego indirecto de artillería, que uno no sabía de dónde venía ni dónde iba a caer el proyectil...”.
La guerra, sin embargo, fue un acicate para su escritura. Su temprano periodismo incluyó varias crónicas sobre ella para la revista Presente del novelista peruano Ciro Alegría. Algunos de sus primeros cuentos reflejaron la frustración en torno a un conflicto mal entendido por los boricuas que participaban en él. Más adelante, su escritura también reflejaría otro conflicto -el de Vietnam- que, en cierta manera, guardaba semejanzas con aquel. Su libro de cuentos de 1971 se titula, justamente,
Napalm . Uno de los pocos escritores boricuas que hasta ese momento había incorporado la experiencia militar a sus escritos, Díaz Valcárcel valoraba el impacto de la vida en la escritura. “Lo que pasa es que cuando uno tiene conciencia de escritor, debe tratar de hurgar en todo lo que le ocurre y buscar ahí temas, no esperar a que le caigan los temas de arriba”.
No hubo circunstancia que afectara a los puertorriqueños comunes y corrientes que no entrara en su escritura. Tanto en los cuentos que caracterizaron sus primeros pasos como escritor como en las novelas que le siguieron reflejó el cambio de talante del país, una modernización que transformó los valores tradicionales al adentrarse en el mundo de la industrialización y el consumo. Una de sus primeras ficciones fue una novela corta titulada El hombre que
trabajó el lunes (1966). Su protagonista era un oficinista cuya vida trabajosa, rutinaria y vacía llevaba a la más profunda desilusión vital.
La emigración puertorriqueña a los Estados Unidos -particularmente a Nueva York- fue el tema de su novela Harlem todos los días (1978). Su impacto sigue vigente, sobre todo por el uso de los diferentes niveles lingüísticos propiciados por el contacto cercano del español boricua con diferentes tipos del inglés americano. Podría decirse que se trató de la respuesta boricua a la “novela del lenguaje”. “Es una novela oral”, me dijo en aquella entrevista. “La elaboré con juegos de palabras y personajes extrañísimos”.
Su sensibilidad hacia las nuevas y diferentes formas de vida que iban surgiendo en el País -la caricaturesca imitación de todo lo que procede del Norte, el mundillo autónomo de la publicidad- produjo novelas como
Mi mamá me ama (1981) y Laguna y asociados (1996). Su obra más conocida, sin embargo, fue Figuraciones
en el mes de marzo (1972), finalista en 1971 del premio Biblioteca Breve de la editorial barcelonesa Seix Barral. Con ello ingresó Díaz Valcárcel -y la literatura puertorriqueña- en los circuitos internacionales que marcaron la difusión del “Boom” latinoamericano a través de iniciativas editoriales como ese premio. En la novela, que gira en torno a un puertorriqueño autoexiliado en España, se aprecia un impulso renovador de la forma, que aquí es abierta. Se trata de un discurso fragmentado que incorpora todo tipo de textos extraliterarios.
La obra literaria de Díaz Valcárcel fue vasta y diversa. “La literatura no puede encasillarse en un solo tema. La realidad es múltiple; hay muchas experiencias”, me dijo.
Un aspecto interesante de su creatividad fue su trabajo como guionista con la Divedco (División de Educación de la Comunidad), entidad fundada en 1949 por el gobierno de Luis Muñoz Marín. A través de las películas que produjo y los libros que editó inauguró una nueva manera de educar a las comunidades rurales en los valores de la convivencia. De ese momento me contó lo siguiente: “Aquello fue como un taller; se cultivaba todo tipo de creatividad. Estaban René Marqués, Pedro Juan Soto, Lorenzo Homar, Rafael Tufiño, Tony Maldonado y Eduardo Vera Cortés, que era pintor. Cuando salíamos de la oficina, nos metíamos en el Café Seda una o dos veces en semana. Planteábamos un tema cualquiera; hablábamos, por ejemplo, de Kandinsky, de los fauvistas, de cualquier tema de cine, de arte o de literatura”.
Escribió unos 20 guiones para la Divedco, de los cuales se filmaron 8. A su juicio, la mejor película hecha con un guión suyo fue Chela. “Hice algunos experimentos”, me dijo, “in- tenté variar un poco el estilo de los filmes. Una vez llevé un libreto a lo Antonioni –a quien yo admiraba- en donde aparentemente no pasaba nada, pero que estaba lleno de sutilezas. No pasó, sin embargo, porque había que seguir las reglas. A todos nos interesaba el cine desde el punto de vista profesional. Llevábamos grandes películas -empezando por Griffith y siguiendo con los rusos: Pudovkin, Eisenstein- y las discutíamos”. Las referencias ilustran la amplitud de miras -y de influencias- de aquella generación de escritores.
El escritor fundó en 1976 y dirigió el Taller de Narrativa del Instituto de Cultura Puertorriqueña (cuyo saldo extraordinario fue el surgimiento de por lo menos dos escritores de gran valía, Mayra Montero y Edgardo Sanabria Santaliz). Fundó asimismo la revista Cupey de la Universidad Metropolitana. Sus últimas novelas fueron El dulce fruto, publicada en 2008, y El tiempo airado, en el 2014.
Escritor de vocación y de profesión, Emilio Díaz Valcárcel estuvo siempre consciente de cuán estrechos son los lazos entre el creador y la sociedad en la que vive. De él podría decirse, parafraseando lo escrito por Terencio: “Puertorriqueño fue y nada de lo boricua le fue ajeno”.