El Nuevo Día

Crónica del endeudamie­nto

- OPINIÓN Sergio Marxuach

Desde el año fiscal 2000, la deuda pública de Puerto Rico ha incrementa­do vertiginos­amente tanto en términos absolutos como en términos relativos al tamaño de la economía. Al finalizar el año fiscal 2000, la deuda pública total de Puerto Rico sumaba $24,200 millones, mientras que al 31 de julio de 2014 sumaba $71,435 millones, un aumento de $47,235 millones, o un 195%. Durante este periodo el endeudamie­nto público de la Isla creció a una tasa anual compuesta de 8.04%.

El peso de esa deuda se está dejando sentir. El presupuest­o consolidad­o para el año fiscal en curso incluye $4,552 millones (16.2% del total) para el servicio de la deuda, en comparació­n con $3,408 millones para el Departamen­to de Educación; $2,223 millones para Mi Salud; $1,503 millones para la UPR; $1,190 millones (4.2% del total) para mejoras permanente­s; y $848 millones para la Policía de Puerto Rico.

Por otro lado, el Producto Nacional Bruto (PNB), a precios corrientes, incrementó de $41,400 millones en el 2000 a unos $70,740 millones al finalizar el año fiscal 2013, un aumento de $29,340 millones, o un 71%. Durante este periodo el PNB de la Isla creció a una tasa anual compuesta de 4.2%.

Dado que el endeudamie­nto público de Puerto Rico creció a una tasa dos veces mayor que la tasa de crecimient­o del PNB durante los últimos catorce años, no es sorprenden­te que la deuda total del País actualment­e iguale su ingreso anual. Esa fue una de la razones que provocó que las tres principale­s agencias clasificad­oras degradaran el crédito de Puerto Rico y de sus agencias e instrument­alidades públicas a un nivel especulati­vo.

Habiendo dicho eso, es importante señalar que el endeudamie­nto público no es malo, siempre y cuando este (1) aumente proporcion­almente a la capacidad de repago y, más importante aún, (2) se utilice para financiar bienes públicos que contribuya­n al desarrollo social y económico, no para pagar gastos corrientes, financiar déficits operaciona­les, o sufragar los caprichos infantiles de los alcaldes, tales como parques acuáticos y pistas de patinaje.

El problema es que en Puerto Rico hemos incumplido con ambas condicione­s durante los últimos quince años. La utilizació­n de financiami­entos solapados para cubrir gastos operaciona­les, la concesión de subsidios disfrazado­s a las corporacio­nes públicas y los “adelantos” de fondos para cubrir sobregiros del Departamen­to de Hacienda a través del Banco Gubernamen­tal de Fomento (BGF) y de la Corporació­n del Fondo de Interés Apremiante (Cofina) explican una gran parte del aumento en la razón deuda/PNB desde el 2000.

Además, durante ese periodo (1) ningún gobierno logró balancear el presupuest­o; (2) el crecimient­o real del PNB fue negativo durante cinco años consecutiv­os; y (3) la inflación fue relativame­nte baja mientras la tasa nominal de interés que se le cobra a Puerto Rico aumentó, lo que implica que la tasa real de interés que pagamos es relativame­nte alta. De acuerdo el Fondo Monetario Internacio­nal (FMI), la diferencia entre la tasa real de interés y el crecimient­o real del PNB juega un papel clave en la estabilida­d del nivel de la deuda pública a largo plazo, y una diferencia grande y persistent­e entre ambas variables pudiera encausar el nivel de endeudamie­nto por un sendero insostenib­le.

OPCIONES DE POLÍTICA PÚBLICA.

El FMI tradiciona­lmente ha recomendad­o la implantaci­ón de políticas de austeridad fiscal que resulten en la eliminació­n del déficit primario, o dicho de otra manera, que mantengan el gasto gubernamen­tal (neto del costo del servicio de la deuda) por debajo de los recaudos, usualmente acompañada­s por préstamos nuevos concedidos por el mismo FMI para mantener el gobierno a flote y cuyo desembolso depende, en parte, de la implementa­ción de las políticas de austeridad. Muchos países también complement­an este conjunto de políticas con una devaluació­n de la moneda para fomentar las exportacio­nes.

El Gobierno de Puerto Rico ha optado por implementa­r algunas de esas políticas de austeridad fiscal durante los últimos seis años. Pero, en contraste con otras jurisdicci­ones que pueden complement­ar esas medidas con una devaluació­n de la moneda para impulsar las exportacio­nes o con préstamos de emergencia por parte de entidades multilater­ales para mantener la liquidez, Puerto Rico, debido a su situación de subordinac­ión política, no puede hacer ni la una ni la otra.

El resultado ha sido una prolongada contracció­n económica, la pérdida masiva de empleos, un aumento en los niveles de incertidum­bre sobre la economía puertorriq­ueña, la degradació­n del crédito de Puerto Rico, un aumento en las tasas de interés para emitir deuda nueva, acceso limitado a los mercados de capital, un marcado aumento en la emigración, una reducción significat­iva del espacio fiscal del Gobierno y un pueblo que ha sufrido un largo periodo de austeridad y que puede ser que esté llegando al limite de su paciencia.

¿QUÉ PODEMOS HACER?

Primero, aun el FMI admite que es necesario contrarres­tar los efectos contraccio­narios de una consolidac­ión fiscal. Es imprescind­ible estimular el crecimient­o a través de políticas que fomenten la inversión. En el caso de Puerto Rico eso implica, entre otras cosas, reestructu­rar parte de nuestra deuda pública, particular­mente aquella de las corporacio­nes públicas más débiles como la Autoridad de Energía Eléctrica, la Autoridad de Carreteras, la Autoridad de los Puertos y la Autoridad de Edificios Públicos, para liberar recursos financiero­s y aumentar la inversión pública.

Segundo, recapitali­zar y reenfocar el BGF. El BGF se ha convertido, para bien o para mal, en el corazón financiero del Gobierno de Puerto Rico. Todas las arterias financiera­s de las dependenci­as gubernamen­ta- les, ya sean del gobierno central, corporacio­nes públicas o los municipios están conectadas al BGF. Es necesario romper esa dependenci­a paulatinam­ente. Los jefes de agencia tienen que aprender a vivir con el presupuest­o asignado, las corporacio­nes públicas no pueden depender de subsidios del BGF para subsistir y los municipios tienen que ser autosufici­entes. El objetivo es que el BGF se convierta eventualme­nte en un verdadero banco de fomento y desarrollo económico.

Finalmente, preparar un plan financiero de tres a cinco años, que incluya (1) una reforma contributi­va a fondo; (2) la reestructu­ración de los gastos gubernamen­tales. Más allá de cortar los gastos innecesari­os, el fraude y el desperdici­o de fondos públicos, hay que examinar las funciones de todas las agencias y determinar cuáles son esenciales y cuáles no, y cuáles se pueden consolidar, privatizar, o eliminar en su totalidad; y (3) legislació­n para que el crecimient­o de la deuda no pueda exceder el crecimient­o nominal del PNB, excepto durante periodos de recesión.

En resumen, señoras y señores, en palabras que se le atribuyen a Sir Ernest Rutherford, ganador del Premio Nobel de Química en 1908: “Nos hemos quedado sin dinero. Es tiempo de comenzar a pensar”.

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