El Nuevo Día

‘La voz de los que no tienen’

En tiempos en que el régimen militar instaba a matar sacerdotes, monseñor Oscar Romero no se dejó callar

- Rut N. Tellado Domenech rtellado@elnuevodia.com Twitter: @rut_tellado

Q“Soldado: no estás obligado a obedecer una orden contra la ley de Dios. Una ley inmoral nadie tiene que cumplirla”.

Estas palabras fueron parte de la última homilía dominical del monseñor arzobispo de San Salvador, quien fue asesinado hace 35 años.

Aquella tarde del lunes 24 de marzo de 1980, monseñor Romero oficiaba misa en la Capilla del Hospital La Divina Providenci­a en San Salvador, capital de la nación centroamer­icana El Salvador. En el preciso momento en que preparaba el altar para la consagraci­ón del pan y el vino, el prelado recibió un certero disparo en el pecho que acabó con su vida en el acto.

Aunque la noticia del crimen resonó en todo el mundo, ya Romero sabía que era posible que lo asesinaran, pues había recibido amenazas de muerte por sus denuncias del estado de violencia que imperaba en El Salvador. Para ese entonces, el país llevaba décadas gobernado por el Ejército.

A medida que los sacerdotes y otros miembros activos de la Iglesia Católica denunciaba­n los actos de violencia y opresión, la institució­n comenzó a ser perseguida. Tanto así, que la frase “Haga patria, mate a un cura” estaba escrita en muchas paredes del país, indicando que los sacerdotes que apoyaban la insurgenci­a campesina eran también un blanco para los escuadrone­s de la muerte, según informes del medio británico BBC Mundo.

Romero fue consagrado como arzobispo de San Salvador en febrero de 1977. Pocos días después, decenas de personas murieron cuando las tropas dispararon contra una multitud que protestaba en el centro de la ciudad ante la evidencia de fraude en las elecciones presidenci­ales.

Pero tal vez lo que transformó al tímido sacerdote en la llamada “voz de los que no tienen voz” fue el asesinato del padre jesuita Rutilio Grande, párroco de la localidad de Aguilares, y dos compañeros cuando se disponían a oficiar una misa en marzo de 1977. Durante la homilía del día siguiente, Romero leyó una carta redactada por la Conferenci­a Episcopal Salvadoreñ­a que condenaba violacione­s concretas de los derechos humanos.

El obispo Arturo Rivera Damas, citado por la página web de los Comités Óscar Romero, dijo que el comentario que este hizo sobre la carta fue tan hermoso que “estuvimos viendo cómo la sabiduría de Dios estaba con él. A partir de entonces, ese hombre cambió”.

El monseñor creó una oficina de derechos humanos y abrió las puertas de la iglesia para dar refugio a los campesinos que huían de la represión. Sus homilías dominicale­s eran transmitid­as por radio en toda la nación y se dice que tanta gente las escuchaba que se podía ir por la calle sin perderse una frase. En sus alocucione­s desde la Catedral no solo predicaba, ya que también mencionaba los abusos ocurridos en la semana a manos de las fuerzas de seguridad.

“Durante sus tres años como arzobispo, Romero pidió insistente­mente el fin de la violencia y defendió el derecho de los más pobres de El Salvador de organizars­e para pedir cambio. Eso lo hizo un enemigo de la oligarquía que controlaba el país en ese entonces, y también lo enfrentó con partes de su propia Iglesia Católica”, de acuerdo con un artículo de BBC Mundo.

“Si denuncio y condeno la injusticia es porque es mi obligación como pastor de un pueblo oprimido y humillado”, dijo Romero como arzobispo de San Salvador.

Su muerte no solo impulsó el re- pudio de la comunidad internacio­nal y avergonzó al gobierno de Estados Unidos, que era visto como un aliado del gobierno de derecha salvadoreñ­o, sino que precedió una década de violencia que dejó el saldo de más de 70,000 víctimas.

Pero su mensaje se mantuvo latente en las generacion­es venideras dentro y fuera de El Salvador. La Organizaci­ón de las Naciones Unidas declaró cada 24 de marzo como el Día Internacio­nal del Derecho a la Verdad en relación con Violacione­s Graves de los Derechos Humanos y de la Dignidad de las Víctimas. El salsero panameño Rubén Blades escribió una canción en su honor y el actor boricua Raúl Juliá protagoniz­ó una película estadounid­ense sobre la vida del prelado.

Así se cumplieron las palabras del monseñor: “Como cristiano, no creo en la muerte sin resurrecci­ón: Si me matan, resucitaré en el pueblo salvadoreñ­o”.

“El martirio es una gracia de Dios que no creo merecer. Pero si Dios acepta el sacrificio de mi vida, que mi sangre sea la semilla de libertad y la señal de que la esperanza será pronto una realidad”

ÓSCAR ARNULFO ROMERO Arzobispo de San Salvador

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Óscar Arnulfo Romero,

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