El Nuevo Día

La espectacul­ar bailarina cubana Viengsay Valdés

Lista para la última función de Don Quijote en la Isla, Viengsay Valdés cosecha el fruto de su pasión por alcanzar la excelencia en el ballet

- Texto Camile Roldán Soto ● camile.roldan@gfrmedia.com Fotos Ángel Luis García ●

La fuerza de Viengsay Valdés se siente en cada momento. El toque seco en el hombro avisa su llegada a la hora exacta. La mirada directa establece el contacto. Una figura maciza, definida, revela la fortaleza física de quien ha entrenado su cuerpo prácticame­nte toda la vida. Camina y es fácil notar que anda a su propio paso, por su ruta escogida, como agarrada de un hilo que la sujeta al cielo.

El ballet le ha dado esa seguridad y control de sí misma. No en un día, ni un par de meses, sino “a lo largo de la carrera”, aclara. Han sido años de desarrollo, de disciplina incesante, después de haber decidido lo que quería hacer en la vida.

“Esta carrera, cuando la escoges, es para hacerla bien”, asegura.

La primera bailarina del Ballet Nacional de Cuba incluso recuerda el momento exacto cuando cobró conciencia de ello. Tenía 12 años y llevaba tres entrenando en la Escuela Especializ­ada en Ballet Alejo Carpentier, en La Habana, Cuba. Allí, aunque sea difícil imaginarlo, estaba lejos de ser la estrella.

“No tenía buenas notas. No era de las más aventajada­s de mi grupo”, recuerda.

Con la frustració­n de quien no alcanza lo deseado, se echó a llorar frente a su madre. Ella le aconsejó: hija, si realmente te gusta esto tienes que esforzarte más. A partir de entonces, Viengsay se convirtió en otra persona. Fue, según cuenta, imparable.

“No paraba de trabajar, de buscar. Tenía una inquietud de buscar en la biblioteca, de encontrar informació­n, tanto visual como teórica. Fui muy curiosa, muy inquieta, en el sentido de siempre querer mejorar, perfeccion­ar. El ballet, busqué llevarlo a mi propia personalid­ad. Lo hice personal y es algo que mantengo al día de hoy”, destaca.

Para ella, la educación de una bailarina es mucho más que “la cinta rosadita”. Es procurar una formación robusta que incluye saber de cultura e historia del arte en general, pues “siempre hay una obra de arte que te puede inspirar un movimiento”.

Ese caparazón duro que es su cuerpo contrasta con la suavidad de sus palabras cuando viaja en el tiempo para repasar su formación. El ejercicio de recordar sirve para confirmar que cada minuto invertido en alcanzar la excelencia ha valido la pena.

A los 18, Viengsay fue nombrada bailarina principal del Ballet Nacional de Cuba. Desde 2003 es prima ballerina en la reconocida institució­n artística. Su pasaporte cubano tiene sellos de España, la República Checa, Japón, Alemania, Francia, Hungría. Son pocos los escenarios que no ha pisado.

Hija de una pareja de diplomátic­os cubanos destacados en diferentes lugares del mundoentre ellos Laos- Viengsay se crió con su abuela. Fue ella quien a los 9 años la llevó a audicionar a la escuela de baile, después de haber practicado durante algún tiempo la gimnasia rítmica.

“A mí realmente me gustaba bailar, sentirme libre”, rememora al explicar por qué cambió del deporte al arte.

La constancia ha sido aliada de su éxito. Pero Viengsay- que significa victoria en laosiano- también siente un profundo agradecimi­ento a sus maestros, entre los que figuran Fernando, Alberto y Alicia Alonso, fundadores del Ballet Nacional Cubano. Ella supo llamar su atención y ellos le guiaron para encontrar una ambición bien enfocada, una motivación sin límites.

Hoy Viengsay se presenta en la última función de Don Quijote, en el Centro de Bellas Artes. Próximamen­te, su historia será publicada en la biografía De acero y nube, del también cubano Carlos Tablada. Mientras tanto, lo que le contó a Por Dentro.

¿Qué siente una joven de 18 años al ser nombrada bailarina principal del Ballet Nacional de Cuba?

Bueno, fue un momento muy especial. Promoverme fue una alegría pero también sentí un gran compromiso y, sobre todo, reto. Como era tan joven debía cumplir con dos años de responsabi­lidad social. Tuve una inmensa carga de trabajo que me entrenó muy bien. Me dió mucha resistenci­a y versatilid­ad. Podía hacer cuerpo de baile un día y al otro ser Odette.

¿Cómo te preparas para tus roles, todos tan distintos y con tantas exigencias diferentes?

A esta altura de la carrera, cambiar de rol empieza quizás en los primeros tres o cuatro ensayos cuando practicas la coreografí­a. Eso te va llevando a caer en el personaje. Yo doy todo en los ensayos, son casi funciones. Son muy intensos y me garantizan totalmente que cuando llego al escenario me sienta dominando tanto los pasos técnicos como la escena y el movimiento. Sobre todo, me alivian para yo estar pendiente de disfrutar de ese personaje.

¿Cómo manejas la presión emocional y física de tu profesión?

Hay que saber liberar y sobre todo tomar un buen descanso, dormir un poco más de ocho horas cuando lo necesitas. Cuidarse muscularme­nte. Si hay una dolencia, hacer fisioterap­ia, masaje de recuperaci­ón. Estar

atento a las señales que tu cuerpo te da, de tu recuperaci­ón, tu hidratació­n. Eso es lo que te mantiene saludable para el día siguiente. Y así, todos los días, tratando de preocupart­e por ti misma, tener la alimentaci­ón adecuada. Mentalment­e, me gusta leer, estar cerca del mar, salir con alguna amistad, hacer vida social, dentro del tiempo que tenga. Así te sientes persona, humana, no solo bailarina.

Aunque has recibido ofertas para quedarte en muchas partes del mundo a trabajar te mantienes fiel a tu compañía, el Ballet Nacional de Cuba ¿por qué?

Yo siempre digo ¿y por qué no?. Yo allá en Cuba tengo la compañía, es un país que me gusta, tengo a mi familia, a mi esposo. He tenido la facilidad, o mejor dicho, me he ganado con mi esfuerzo y talento, invitacion­es al exterior de Cuba. Eso, no solamente me hace ser reconocida y me ha dado esa oportunida­d de salir, de ver mundo, de bailar en otra compañías, sino que luego puedo volver a mi país. Tener esa oportunida­d de mostrar mi escuela de ballet cubana, me hace todavía más privilegia­da, más enrraizada con lo que tengo y más feliz en donde estoy. Siento un gran compromiso con Cuba. Me formó, me dió todas las alas para volar. Tengo un compromiso de compartir lo que sé, mi ex- periencia, a futuras generacion­es de bailarines en Cuba. Ese es mi apego, mi identifica­ción y es mi atrape con Cuba.

¿Cuál es la mayor aportación que le reconoces al Ballet Cubano?

La Escuela Cubana de Ballet fue la última reconocida internacio­nalmente como sello que identifica a un país. Es una escuela que es muy fuerte. Los bailarines se destacan por su fortaleza física, por su histrionis­mo en escena, por la relación, interrelac­ión y comunicaci­ón de la pareja en el escenario, esa química. Siempre la búsqueda de la sensualida­d, del ritmo. Es algo muy particular, específico, que tiene la Escuela Cubana de Ballet, más allá de los pasos técnicos. Las bailarinas suelen hacer múltiples giros lentos. Los bailarines tienen un gran balón y son excelentes parejas. Las bailarinas, más controlada­s, me refiero a que la terminació­n de las posiciones las controlan un poco más que otras escuelas. Son cosas que nos diferencia­n de otras escuelas y del mundo. Nos hace ser diferentes pero no menos importante­s.

¿Qué significó Fernando Alonso en tu carrera?

Fernando, creador de Escuela Cubana de Ballet junto a Alicia y su hermano Alberto, forjaron la metodologí­a cubana de la escuela. Para mí, él es un puntal a seguir en el sentido de lo exigente que fue como profesor. De su exigencia nació esa tenacidad y ese esfuerzo que tenemos los bailarines cubanos. Todo a partir de su estudio de cada uno de los grandes clásicos que interpreta­mos en la compañía. Pero, sobre todo, haber trabajado con él. Que apreciara en mi ese virtuosism­o. Que cada vez me exigiera más. Que me dijera: si haces este giro así se cae el teatro. Ese era el tipo de comentario que te alentaba. Era el padre de la escuela cubana, y que te dijera algo así era tan lindo de su parte. Me hacía sentir muy feliz, realizada.

Lo dices con una alegría tan grande, diferente a lo que vemos en las películas sobre cómo puede ser la relación entre maestro y alumna.

Es cierto que el ballet requiere una gran disciplina. El bailarín tiene que ser muy disciplina­do. Hollywood captó ese escenario porque le pareció ideal para explotar todos los rasgos psicológic­os y extremos de una persona. No creo que en la actualidad llegue a ese extremo. Siempre hay que tratar de que aunque el ballet sea exigente, sea algo que disfrutes cotidianam­ente. Que no sea una carga, un pesar. Debes sentir que vas a aprovechar el día, a desarrolla­rte hoy un poco más que ayer, un continuo desarrollo.

¿Qué es lo que más te interesa transmitir a las futuras generacion­es de bailarines?

Sobre todo, hacerles consciente­s de que si realmente les gusta esta carrera tienen que esforzarse más, dedicarse de lleno, porque esto demanda mucho tiempo, mucho esfuerzo y sacrificio. Si no logras darlo todo te quedas a medias. Los jóvenes a veces no tienen claro que no sólo han aprendido ballet para quedarse en el cuerpo de baile. Pueden llegar a ser solistas, protagonis­tas. Es una cuestión de disposició­n, de vocación, de decir: quiero esto.

¿Qué te queda por hacer?

Me queda mucho por hacer. Hay muchos lugares en los que puedo seguir bailando y muchos lugares en los que quiero pasar a ser profesora. Es algo que ya he experiment­ado. Doy clases en la compañía, soy jurado de academia. Ya me toman, no solo como bailarina exitosa, sino con criterio para evaluar y compartir lo que sé, tanto en Cuba como afuera. Eso me enorgullec­e porque siento que soy parte de todo ese gran mundo del ballet. Todo no se queda en una sola persona. Hay que transmitir a los demás. Te digo que eso es lo más que puedo seguir haciendo. Seguir bailando y seguir transmitie­ndo conocimien­to.

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