El Nuevo Día

La Gran Entrevista

El milagro de encontrar a un nieto perdido por décadas

- Yaritza Santiago Caraballo ysantiago1@elnuevodia.com Twitter: @yaritzas1

Su historia estremece. Es una mujer que enfrentó el secuestro y asesinato de su hija de 23 años, la desaparici­ón de su nieto recién nacido, la tarea de buscarlo por largos años y su primer encuentro cara a cara con ese nieto hecho un hombre. Esta es Estela Barnes de Carlotto, presidenta de la asociación argentina Abuelas de Plaza de Mayo. De Carlotto, de 84 años de edad, lleva 26 años presidiend­o esta organizaci­ón de derechos humanos que se fundó en 1977 para localizar y reunir con sus legítimas familias a todos los niños que fueron secuestrad­os y desapareci­dos por la dictadura militar de esa república durante 1976 y 1983. Esta organizaci­ón crea estrategia­s para evitar que estos crímenes se repitan. De Carlotto, una mujer de hablar pausado, está de visita en Puerto Rico llevando un mensaje de respeto a los derechos humanos a través de su historia, la que el año pasado tuvo un final feliz. Y es que luego de 35 años buscando a su nieto, De Carlotto encontró en agosto pasado a su descendien­te Ignacio Guido Montoya Carlotto. Este hombre de 36 años, fue robado en 1978, cuando era un recién nacido, por militares que secuestrar­on a su mamá Laura. La joven militaba en la Juventud Universita­ria Peronista y tenía tres meses de embarazo cuando fue secuestrad­a en noviembre de 1977. Luego de dar a luz, el 25 de agosto de 1978, fue asesinada y su bebé fue dado a otra familia que lo inscribió como Ignacio Hurban. Él es uno de los 116 nietos que Abuelas de Plaza de Mayo ha logrado recuperar, según contó De Carlotto cuando recibió a El Nuevo Día en un restaurant­e en Hato Rey. Ataviada con un vestido rojo que resaltaba el color blanco de su pelo y sus ojos azules, esta mujer hizo una pausa en su cargada agenda del día para esta entrevista. Lucía cansada, pero no hizo pausa para contar su historia de transforma­ción. La historia de cómo maestra de escuela que nunca fue militante, se transformó en una leona buscando a la hija que un día no volvió. Una abuela que hizo esfuerzos impensados para encontrar a su nieto, y que continúa luchando por recuperar más de 300 nietos de otras abuelas argentinas que viven su mismo dolor. ¿Esta es su segunda visita a la Isla? —Sí. Fui invitada por un grupo de mujeres maravillos­as que conforman el grupo Redes en Defensa de los Derechos Humanos de la Mujer, que tiene los objetivos que comparto. Con motivo de la tarea que desempeño en Argentina, pareció interesant­e compartir mi experienci­a. ¿Cuál ha sido su mensaje en la Isla? —He charlado con estudiante­s, profesiona­les, universida­des y mujeres de diversos temas, pero han querido que intercambi­ara mi experienci­a como Abuela de Plaza de Mayo. Cómo una tarea impensada se transformó en una tarea para siempre y cómo tomó conciencia internacio­nal el tema de la desaparici­ón forzada de niños, un delito que tiene el carácter de deshumanid­ad por el cual estamos trabajando hace 38 años.

¿Cuántas mujeres conforman la asociación? —El primer grupo fue de 12 abuelas. Con el tiempo llegaron más abuelas con el mismo dolor, con la misma búsqueda. Creo que la reunión más grande numéricame­nte hablando fue hace unos años con 60 abuelas, pero ese número ya no existe porque muchas han fallecido porque somos personas mayores. En la comisión directiva hemos incorporad­o a nuestros nietos. La asociación tiene alcance internacio­nal. —En estos 38 años de actividad, hemos buscado dos generacion­es: los hijos y los nietos. Se buscan en los cementerio­s, en lugares donde pueden estar enterrados. Los nietos son desapareci­dos con vida. Son hoy hombres y mujeres que segurament­e están casados, tienen hijos, y nos han hecho bisabuelas. Hablamos mucho con personas que fueron liberadas y desde 1977, a un año de la dictadura, empezamos a recorrer el mundo, y seguimos viajando, abriendo caminos pensando qué más podemos hacer. En este caminar hemos abierto espacios nuevos, por eso nos llaman las “abuelas abridoras de caminos”. En materia de genética logramos crear un banco nacional de datos genéticos que es único en el mundo. Ahí está nuestra sangre, propiedad de la línea materna y paterna del nieto que estamos buscando. Y, cuando encontramo­s a ese nieto, una comparació­n sanguínea, una pequeña muestra de sangre del presunto nieto comparada con nuestra sangre, dice la verdad. ¿Quién es Estela? —Una mujer argentina, maestra de alma porque desde chiquita quise ser maestra. Una mujer común. Me eduqué con mi mamá, mi papá y dos hermanos. Fui feliz en mi matrimonio con mi único novio que ya no está físicament­e conmigo. Tuve cuatro hijos soñados: Laura, Claudia, Guido y Remo.

¿Cuáles eran sus aspiracion­es? —Ejercer la docencia, cuidar bien a mis hijos, verlos felices, ser abuela y ser bisabuela como soy. Soñaba estar en mi casa tranquila con toda mi familia. Pero una dictadura me transformó. De una mujer que nunca fue más que hablar tiernament­e, ser maestra y buena mamá, me transformó en una leona buscando a mi hija mayor, Laura. Ahí comienza mi segunda vida. ¿A Laura la secuestrar­on? —Ella no estaba en la ciudad de La Plata donde vivía y vivíamos, sino que se había tenido que ir porque era perseguida por los militares. No nos veíamos, pero estábamos programand­o vernos. Ella me llamaba por teléfono cada semana a la escuela donde yo era directora. Me mandaba cartas y en una me escribió que estaba más gorda pero no me dice por qué. Pensé que estaba comiendo mejor. Nos íbamos a encontrar en el verano en la playa para charlar.

Ese encuentro con su hija no llegó.

—No, porque fue secuestrad­a en noviembre de

1977. La encontraro­n (los militares). ¿Cómo supo del secuestro? —Al no tener noticias de ella. Yo dejé pasar 10 días, así que dije: algo pasó, la han secuestrad­o. Ella era muy perseguida. ¿Qué hizo al no saber de ella? —Empecé a buscarla sola sin saber qué hacer, aunque yo había aprendido a buscar a mi marido, que había desapareci­do por 25 días y luego fue liberado. ¿Cómo supo de su embarazo? —En 1978, una persona que fue liberada del lugar donde mi hija estaba detenida, que no me supo decir dónde era porque las encapuchab­an, me dijo que había estado con Laura y que Laura le pidió que fuera a ver su papá en su fábrica de pintura para que le dijera que estaba embarazada de seis meses y que su bebé iba a nacer en junio. Le dijo además que yo, su mamá, lo buscara en la casa cuna (hogares para niños), y que si era varón le pusiera de nombre “Guido” como su papá, mi esposo. ¿Cómo fue saber que iba a ser abuela? —La alegría fue enorme por dos razones: porque mi hija estaba viva y estaba esperando un bebé. No se mata a un niño, no se mata a una mamá, así que pensé que ella iba a volver. Yo preparé el espacio para esperar a mi nieto y criarlo. Me integré con un grupo de señoras que eran abuelas como yo. Nos comprendía­mos. Teníamos reuniones, estrategia­s de trabajo. Hicimos los primeros días en Europa para ver si nos ayudaban desde los parlamento­s europeos. Mandábamos cartas para pedir que nuestros hijos volvieran a casa. ¿Tenía esperanzas de volver a ver a Laura o sabía que su destino era fatal? —Como mi esposo había sido secuestrad­o por 25 días, salió contando horrores. Contaba el ingreso de los prisionero­s, las torturas que les hacían y la muerte a los dos días. Hablaba de una inyección que les ponían en la espalda que caían como muertos. En diciembre de 1977 (un mes después del secuestro) fui a ver a un alto jefe militar para pedir por la vida de Laura. Ahí, yo no sabía que ella estaba esperando un bebé. ¿De qué manera supo que su hija fue asesinada? —Nos mandaron un aviso de la subcomisar­ía de Isidro Casanova de que los progenitor­es de Laura Estela Carlotto tenían que presentars­e urgentemen­te. No dijeron por qué. Fuimos pensando si estaría viva, si estaría con el niño, o si el niño estaría solo. Cuando llegamos nos dimos cuenta que algo malo había pasado. El subcomisar­io nos mostró un documento de Laura y nos preguntó si la conocíamos. Sí, esa es nuestra hija. Bueno, lamentamos informarle­s que ha fallecido. Yo me doblé y les dije canallas, cobardes, asesinos, la mataron. Les pregunté dónde está

mi nieto y me dijeron que no había ninguno. Nos entregaron el cuerpo de mi hija. ¿Cómo murió Laura? —Recibió dos balazos. Uno de los tiros fue en la cabeza a corta distancia. Antes de morir parece que se resistió por la ruptura de un brazo. Durante esta entrevista, De Carlotto contó que supo de la existencia de su nieto en 1980 cuando una de las personas que fue liberada de los centros clandestin­os le contó que conoció a una mujer llamada Rita, porque así le decían a Laura, que había tenido un niño. ¿Sabía que los militares habían robado y regalado al niño? —No sabíamos nada. Cuando mi marido y otros sobrevivie­ntes contaban que tiraban los cuerpos en cualquier lugar pensamos que había que buscarlo en el fondo del río, en cementerio­s. ¿Qué hizo para buscar a su nieto? —Cuando me entero que Laura tiene un niño, mi consuegra me dijo que me juntara con otras señoras que estaban buscando a sus nietecitos. Íbamos a los juzgados de menores, a la casa cuna, que son hogares de niños abandonado­s. Qué no hicimos. ¿Perdió las esperanzas de encontrarl­o? —Nunca. Yo soñaba con verlo. Lo imaginaba parecido a Laura en el andar. Le escribía cartas. Le hablaba de que le iba a gustar la música porque a su abuelo le gustaba la ópera y a mí también. Decía que el jazz le iba a gustar como a su mamá. Era lo que yo pensaba. Cuando cumplí 80 años y no lo había encontrado dije no me quiero morir sin abrazarlo. Ese era mi pedido a Dios. Hasta que el milagro sucedió.

De Carlotto dijo que su nieto es profesor de escuela de música y tiene su banda musical. ¿Cómo fue ese milagro? —Me llamó una jueza con urgencia y me dice: tengo que darte una buena noticia, encontramo­s a Guido. Yo que soy tranquila di unos saltos, gritos, le avisé a mis hijos, se armó un alboroto. La jueza me explicó quién era, cómo era, de dónde era. Mi hija le dio la noticia a él (su nieto) por su función en el gobierno en la Conadi (Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad). Al día siguiente él vino. Lo pude conocer el 6 de agosto de 2014. Cuente cómo fue ese primer encuentro. —Imagina, fue un abrazo contenido durante tantos años. Aparte de decirle cosas muy dulces, él me puso límites. Me dijo cariñosame­nte: “Despacito”. Me di cuenta que yo estaba ansiosa. Él estaba asombrado con su novedad, ni lo imaginó. Pero ese mismo día, luego de horas de charlas en la casa de mi hija Claudia, de brindis y comida, cuando él se despidió me dijo: “Chao, abu”. Me nombró abuela. Allí dije: “Me gané el cielo con esto”. ¿Cómo es la relación entre ambos? —La relación es seguida. Es un muchacho buenísimo. Él viene a La Plata en Buenos Aires, nosotros vamos a donde él vive en Olavarría (Buenos Aires). Pasamos juntos fiestas de cumpleaños, y fechas. En Semana Santa estará con nosotros. También hacemos algunas salidas al mundo exterior. Hemos ido juntos a Galápagos en Ecuador, al Vaticano donde en noviembre pasado nos recibió el papa Francisco. Estamos conociéndo­nos, compartien­do todo lo que podemos. No es mucho como yo quisiera porque él vive un poco lejos y tiene su profesión. Es profesor de escuela de música y tiene su banda musical. Fue muy lindo saber que le gusta la música como yo le decía. ¿Su nieto se parece a su hija Laura? —Físicament­e no. Es más parecido a su papá (Walmir Oscar Montoya). Pero intelectua­lmente, dialéctica­mente se parece a Laura porque es muy extroverti­do.

¿Tiene usted bisnietos de Guido?

—No tiene hijos todavía. ¿Qué sabe de los padres adoptivos? -Que son peones de campo. Gente muy ignorante a quienes el patrono les llevó este niño, y les dijo: “Ténganlo porque ustedes no tienen hijos, pero nunca digan que no son los padres”. ¿Usted ya los conoció? —No, no me correspond­e. No voy a conocer a quienes me impidieron estar con mi nieto por tantos años. Nunca hicieron nada, no sé si fue por su ignorancia, pero no tengo por qué conocerlos. ¿Cree que criaron bien a su nieto? —Guido trae lo de papá y mamá. Su genética la trae fuera criado por quien fuera. Él es una buena persona pero no es solo por la crianza, es porque es hijo de Laura. ¿Usted le ha hablado sobre su hija? —Le hablo lo que él quiere saber y para eso hablan sus tíos que son más generacion­ales. Yo soy la abuelita que lo quiere y lo mima. ¿Cómo recuerda a Laura? —Era una chica muy especial porque vivió apurada, como sabiendo que no iba a durar mucho en la vida. Se casó a los 18 años. En su primer matrimonio perdió dos embarazos, por eso en este tercer embarazo (con otra pareja) yo no sabía qué iba a pasar. Dice que Laura la conocía mejor que a usted misma. —En su cautiverio, según me cuentan sus compañeras que fueron liberadas, Laura le dijo a ellos (los militares): “Mi mama no les va a perdonar lo que me están haciendo y los va a perseguir”. ¿Sigue buscando a nietos desapareci­dos? —Mi deseo es seguir buscando los que faltan y hablar por el mundo de este tema que concierne a la humanidad. Usted se identifica con el preso político Oscar López, que tiene a una nieta lejos. —Cualquier gestión para su liberación es buena y algo vamos a hacer. ¿Cerró el proceso de duelo de su hija? —El dolor de perder una hija no se va nunca, pero al tener a su hijo cerca siento que la tengo más cerca de mí, así que eso me sienta bien. Hace poco, el 21 de febrero, hubiera cumplido sus 60 años. La extraño todos los días.

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