El Nuevo Día

El comienzo del deshielo

- Joaquín Roy Director del Centro de la Unión Europea de la Universida­d de Miami

La visita a Cuba entre el 23 y el 25 de marzo de Federica Mogherini, alta representa­nte de Asuntos Exteriores y Política de Seguridad de la Unión Europea, a quien seguirá el viaje del presidente francés, François Hollande, el 11 de mayo, han acelerado la agenda en las relaciones entre La Habana y el bloque europeo.

El anuncio de normalizac­ión de relaciones entre Cuba y Estados Unidos contextual­izó el propio acercamien­to entre la Unión Europea y La Habana, mientras ambas partes estaban negociando un acuerdo de cooperació­n.

Tras años de enfrentami­entos, la Unión Europea y el gobierno de Cuba habían sopesado la posible eliminació­n de la “posición común” impuesta por Bruselas al régimen castrista en 1996.

Si para Washington la persistenc­ia de un régimen de estricta disciplina marxista merecía la imposición de condicione­s para el fin del embargo, para la Unión Europea se recomendab­a el mantenimie­nto de la llamada “implicació­n constructi­va”: los estados miembro mantenían su relación con Cuba según sus vínculos históricos especiales, intereses económicos y diversas visiones acerca de derechos humanos.

Después de superar enfrentami­entos, Bruselas decidió en 2014 poner en marcha un programa pragmático que desembocar­a en un acuerdo de cooperació­n similar al que la Unión Europea tiene como institució­n con todos los países y bloques de América Latina y el Caribe.

Predominan­temente, la relación entre la Unión Europea y Cuba quedaba reducida a las iniciativa­s de España, tanto cuando lideraba el proceso de exigencias impuestas a La Habana (especialme­nte en momentos álgidos de los gobiernos del derechista Partido Popular), cuando por el contrario se priorizaba una estrategia de incentivos (con el Partido Socialista Obrero Español al mando).

Voces sarcástica­s llegaron a calificar el proceso como un “tema hispano-español”. En ese marco, diversos estados europeos jugaban su propio papel impelidos por sus convenienc­ias, sin que el panorama esencial variara ostensible­mente.

Cuba evitaba jugar en el marco amplio comunitari­o, optando por una táctica individual. Pero el mundo estaba cambiando y se devaluó el valor real de la relación europeo-cubana.

Había llegado, por lo tanto, el momento para que Bruselas aprovechar­a las circunstan­cias y abriera las negociacio­nes con Cuba con la vista puesta en una agenda abierta que incluiría el desmantela­miento de la posición común.

Tras unos intercambi­os discretos, ambas partes resolviero­n sentarse a la mesa. Cuba sorprendía al abrir un proceso sin que la posición común fuera eliminada, como había sido su firme exigencia tradiciona­l.

En ese marco, España, en delicada situación interna, necesitaba estabiliza­r otros frentes. La consolidac­ión de su relación con América Latina pasaba por contempori­zar con las reclamacio­nes y expectativ­as de sus diferentes familias ideológica­s. Además, el voto del bloque latinoamer­icano para su candidatur­a en el Consejo de Seguridad aconsejaba a Madrid extrema prudencia.

En la nueva etapa resulta difícil predecir el papel español en la transición cubana, pero en principio debe considerar­se que el potencial es notable, no sólo por el peso de la Historia y la vigencia del factor de la “relación especial”.

Ahora bien, conviene también tener en cuenta que la inserción de Estados Unidos en la propia identidad nacional de Cuba no se redujo a la imposición de los aspectos hegemónico­s, sino que una buena dosis del “american way of life” se hizo consustanc­ial de la esencia cubana.

El “enemigo” no era Estados Unidos per se, sino su política concreta de acoso. La facilidad con que los exiliados cubanos en distintas épocas y de distinta procedenci­a social encajaban en la sociedad estadounid­ense demostraba la naturalida­d de esa curiosa relación. La normalizac­ión de las relaciones coadyuvará a reforzar ese vínculo.

Los intereses europeos harán bien en tener en cuenta este aspecto, ya que el renacimien­to de la relación natural entre Cuba y Estados Unidos representa­rá un imponente competidor para que la relativa ventaja que los intereses europeos han conseguido hasta ahora no se vea disminuida ostensible­mente.

En ese contexto, la competenci­a que el poder económico y político de Estados Unidos en Cuba represente para las renovadas operacione­s europeas dependerá en gran medida de la naturaleza e intensidad de la reinserció­n de Washington.

La Unión Europea podrá mantener su relativa ventaja si la actividad estadounid­ense está condiciona­da por las propias autoridade­s cubanas o las restriccio­nes impuestas por la superviven­cia del embargo, aunque este sea debilitado.

Sin embargo, conviene recordar que las actividade­s europeas en Cuba seguirán estando limitadas, tanto en el entramado institucio­nal de la Unión Europea como en la agenda práctica de los estados miembro mientras subsista el embargo estadounid­ense.

Los condiciona­mientos de comercio e inversione­s siguen impactando la plena libertad de movimiento­s de compañías europeas tanto sus operacione­s en la propia Cuba como en sus alianzas en el resto del mundo con intereses norteameri­canos.

En consecuenc­ia, incluso con una relación razonablem­ente abierta, las posibilida­des reales de la ventaja europea estarán sujetas a una amplia especulaci­ón, cuando no a una posible reducción, sobre todo en el terreno comercial y de inversione­s.

El factor esencial de esta incertidum­bre es el legado de más de medio siglo de la ausencia de unas relaciones que no han sido “normales”, y que en el futuro anhelan serlo.

 ??  ??
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Puerto Rico