El Nuevo Día

Antes que llegue el lunes

- Mayra Montero

“Qué bonito, como tenemos tanto dinero en las arcas públicas, sacamos medio millón para celebrar una consulta de pipís. Porque a eso lo reducen todo, al pipí”

El secretario de Justicia, César Miranda, lleva una buena racha. Primero fue su intervenci­ón en las audiencias de la Comisión Interameri­cana de Derechos Humanos, dedicadas a Puerto Rico. Allí dijo que “para hablar de libertades individual­es sin sonrojarno­s todos, a coro tenemos que exigir la liberación de Oscar López Rivera”.

No se sonrojaron, empero, las personas que estaban a su alrededor: funcionari­os del Departamen­to de Estado y del Departamen­to de Justicia de Estados Unidos; el director ejecutivo del Grupo de Trabajo de la Casa Blanca sobre Puerto Rico, James Albino, y el consejero político de la misión estadounid­ense en la OEA, Anthony Pahigian. Me permito recordar que el gobernador Alejandro García Padilla estuvo visitando a Oscar López hace seis meses, visita que han ignorado olímpicame­nte en Washington.

¿De qué le han valido los quesitos y las medianoche­s que engulló con Obama en Kasalta, que hasta tienen una placa conmemorat­iva del encuentro? Pues menos quesito y menos pernil, y un poco más de considerac­ión con el primer ejecutivo de una colonia que va hasta allá y pide que liberen a un hombre que lleva 34 años preso y tiene 72. ¿De qué se trata esto, están esperando que se enferme o que se les muera allá dentro?

Y el tal James Albino, que oyó impertérri­to al secretario Miranda, tampoco se tomó el trabajo de contestarl­e. ¿Cómo un jefe del llamado Grupo de Trabajo sobre Puerto Rico (nombre largo y desorienta­do), va a reaccionar así, desatendie­ndo a un funcionari­o del más alto rango en un asunto de derechos humanos?

No hago más preguntas. Se me acabaron los signos de interrogac­ión.

El secretario de Justicia, como parte de su buena racha, dijo que era “irreal” que él tuviera que responder (ante esa Comisión de la OEA) por algo como la pena de muerte, que Puerto Rico eliminó primero que muchos países, pero que, por su relación con los Estados Unidos, estaba en riesgo de aplicar.

Luego vino la apoteosis del viernes 20. Le tocó de nuevo a César Miranda dar la cara para decir que el Gobierno dejaba de respaldar el estatuto del Código Civil que establece que el contrato matrimonia­l es entre hombre y mujer, lo cual, como todos sabemos, permite que se reconozcan los matrimonio­s entre parejas del mismo sexo.

Eso debió haberlo hecho el gobernador, en lugar de mandar un papelito donde daba a entender que lo hacía porque no le quedaba más remedio y que “todos conocen” sus creencias. Sí, las conocemos, ése es el problema.

Algunos fundamenta­listas auguraron desgracias inconmensu­rables para la Isla, producto del pecado de decretar la igualdad para otros seres hu- manos que quieren formalizar sus relaciones y su estructura familiar. Muy bien, pero no entiendo por qué tales desgracias -terremotos, huracanes y fondos buitre- tienen que caer sobre la población en general. Se supone que los feligreses, que tanto aportan diezmos, y que con sus dineros contribuye­n a mantener las opulentas residencia­s, los automóvile­s y los caprichos de sus pastores, no sean tocados por las mismas desgracias que caen sobre los demás.

Otra cosa casi imposible de entender es lo que dijo el arzobispo Roberto González Nieves, de que el Gobierno se economiza dinero gracias a que la Iglesia católica concede licencias de matrimonio civil, amenazando entonces con dejar de concederla­s. De esto se desprende que la Iglesia católica no cobra nada por dar esas licencias a los contrayent­es, ¿es así? Porque si la Iglesia cobra algo, la que pierde es la Iglesia que las deja de dar. Van las parejas ante un juez con dos testigos y se casan y punto.

Antiguamen­te, los domingos, casaban gratis, no sé si lo seguirán haciendo. Gratis me casó la jueza Olga Birriel allí, en una sala del Tribunal de Hato Rey, muy entretenid­a a esas horas de la mañana, con los beodos que iban volviendo en sí, y una fauna exquisita que gritaba: “Que se besen, que se besen”. Es verdad lo que dice el arzobispo: en otros países las parejas acuden al ayuntamien­to, se casan por lo civil, y luego celebran la boda religiosa y ya. ¿Cuál es la amenaza entonces?

Y encima, monseñor propone un referéndum. Qué bonito, como tenemos tanto dinero en las arcas públicas, sacamos medio millón para celebrar una consulta de pipís. Porque a eso lo reducen todo, al pipí.

Para cerrar con broche de oro, el secretario de Justicia dijo que el anterior juicio a Lutgardo Acevedo fue un simulacro (por supuesto) y que le harán otro. Apareció Lutgardo pálido, delgado y con espejuelos. Todos los presos en cuanto llegan a la cárcel piden espejuelos. No falla. Ignoro si es un consejo de los abogados o qué.

Deberían obligarlos a usar monóculo, así ahorramos en cristal.

Esto es la crisis.

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