Diario de una muerte no anunciada
El centenario del nacimiento de Thomas Merton (1915-1968) mueve a la relectura de sus últimos escritos en el diario que llevó de septiembre a diciembre de 1968 durante un viaje al Lejano Oriente. Allí murió electrocutado accidentalmente el 10 de diciembre.
Una de las figuras religiosas más relevantes del pasado siglo, Merton nació en Prades, pueblo de los Pirineos franceses, de padre neozelandés y madre estadounidense. Se crio en Francia, Estados Unidos e Inglaterra y se educó en Cambridge y en la Universidad de Columbia en NY. Se profesó ateo en la adolescencia, a pesar de ser anglicano su padre y cuáquera su madre.
Siendo estudiante de literatura inglesa en Columbia, se interesó por la filosofía medieval. Dos profesores, Dan Walsh y Mark Van Doren, fueron instrumentales para su conversión al catolicismo en 1938 y para su ingreso a la orden trapense en 1941 (la Orden Cisterciense de la Estricta Observancia, cuyas reglas enfatizan la soledad y el silencio; la oración y el trabajo).
Desde el monasterio de Gethsemani en Kentucky, sin embargo, Thomas Merton siguió dialogando con el mundo como autor de medio centenar de libros de espiritualidad. Su autobiografía, Seven Storey Moun
tain (1948), se convirtió en un “best seller”, comparándosele con “Las confesiones de san Agustín”.
Con permiso de su abad, Merton emprendió un viaje a Bangkok en septiembre de 1968 para participar en diciembre en un encuentro de líderes monásticos asiáticos en Bangkok, donde hablaría sobre “Marxismo y monasticismo”. Antes participaría también en una conferencia interreligiosa de “The Temple of Understanding” en la India.
Su diario de viajes da cuenta de sus reacciones al Oriente, de sus tres encuentros con el Dalai Lama y los que tuvo con estudiosos orientales de la religión para discutir prácticas de oración y de meditación. También da cuenta de su aprecio al monasterio de Gethsemani, donde, escribió, “Supongo que eventualmente terminaré mi vida”.
Esta lectura sobrecoge a quienes sabemos que Merton encontró su muerte en Bangkok. El 10 de diciembre, hora y media después de su conferencia y tras almorzar con varios monjes, Merton se retiró a su habitación. Allí, aparentemente, tocó un abanico cuyo alambrado estaba defectuoso y se electrocutó. Su cadáver regresó a Gethsemani para ser enterrado. Sus últimas palabras en la conferencia fueron: “...como está previsto que las preguntas sean esta tarde... me desapareceré ahora.”
Leer –o releer- este diario, a casi 50 años de la muerte de Merton, es renovar el contacto con una personalidad recia, inquisitiva, comprometida con su fe y con una vida de sacrificio y oración. El monje seguía buscando perfeccionar –en esta vida- su unión con Dios. Su muerte durante el viaje fue, en cierto sentido, el cumplimiento de su deseo. (CDH)