El Nuevo Día

Fluorescen­cia para combatir el cáncer

Compuesto químico sintetizad­o en Puerto Rico ayudaría en la lucha contra tumores sólidos

- Rut N. Tellado Domenech rtellado@elnuevodia.com Twitter: @rut_tellado

Imagine una sustancia que adquiere un intenso brillo fluorescen­te al entrar en contacto con ciertos tumores cancerosos.

Esta ya es una realidad, fruto de casi una década de investigac­iones realizadas por científico­s boricuas que no cejan en su búsqueda de nuevos frentes de lucha contra el cáncer. Esa búsqueda los llevó a sintetizar una familia de unos 80 compuestos químicos que fue patentada y está despertand­o el interés de varias compañías.

El diseño y sintetizac­ión de los compuestos químicos -agrupados bajo el nombre BQS- estuvo a cargo del investigad­or principal, Osvaldo Cox, quien para ello se basó en otras sustancias de origen vegetal. La efectivida­d de los compuestos fue puesta a prueba en el Laboratori­o de Química y Toxicologí­a Ambiental de la Universida­d Metropolit­ana (UMET), en Cupey, que dirige la coinvestig­adora Beatriz Zayas.

“Existen otros compuestos fluorescen­tes”, apuntó Cox en entrevista telefónica con este diario. En el caso de la sustancia desarrolla­da por ambos científico­s, explicó, esta solo adquiere fluorescen­cia cuando entra en contacto con células que están en ambientes hipóxicos (con poco oxígeno). El efecto ocurre tanto en células normales como cancerosas, solo si están vivas.

En estas últimas es que se concentra la investigac­ión, ya que, en muchos tumores sólidos, las células cancerosas están en ambientes con poco oxígeno. “Eso reduce la efectivida­d de los tratamient­os existentes porque muchos requieren que haya oxigenació­n para surtir efecto”, explicó Zayas en su laboratori­o, que es parte de la Escuela de Asuntos Ambientale­s de la UMET.

Entre los cánceres que producen tumores sólidos están el de colon, seno y pulmón, apuntó Cox.

¿CÓMO FUNCIONA? La célula es expuesta en el laboratori­o a una sustancia inicial que no exhibe cambios en un ambiente oxigenado, pero que al ser metaboliza­da por una célula bajo condicione­s hipóxicas, produce un compuesto con una fluorescen­cia alta que puede apreciarse a través de un microscopi­o o con instrument­os especializ­ados. “Permite ver lo que está ocurriendo dentro de la célula porque es fluorescen­te”, dijo Zayas.

“Este compuesto no va a matar el tumor. Es bueno para hacer investigac­ión porque no queremos que mate a la célula, sino que al convertirs­e en fluorescen­te identifiqu­e que el ambiente es hipóxico y que la célula todavía está viva”, añadió.

“También puede servir como herramient­a de detección y diagnóstic­o”, acotó Cox. O sea, que si un tratamient­o no está resultando efectivo para un paciente con un tumor sólido, se le pueden extraer células, llevarlas a un laboratori­o y exponerlas a la sustancia. Si se vuelve fluorescen­te, quiere decir que el tumor es hipóxico y sigue vivo.

“Sirve para monitorear la efectivida­d del tratamient­o, si funcionó o no”, dijo Zayas acerca de la informació­n que ayudaría a oncólogos a optar por tratamient­os que funcionen en tumores con poco oxígeno.

La coinvestig­adora informó que varias compañías del extranjero han mostrado interés en adquirir licencias para comerciali­zar estas sustancias desarrolla­das en la Isla. “Son compañías que se dedican a vender reactivos de laboratori­o, material para investigac­iones”, abundó.

OTROS POSIBLES USOS. Cox añadió que la investigac­ión continúa con miras a explorar posibles usos adicionale­s de estas sustancias químicas. “De algunas hemos visto que promueven la formación de sustancias que podrían fortalecer el sistema inmunológi­co”, dijo. También exploran sus propiedade­s como posible antibiótic­o y antiviral, para los que están en trámites para una segunda patente en Estados Unidos.

El científico informó que cerca de una decena de estudiante­s de bachillera­to, maestría y doctorado participar­on de las investigac­iones, así como el investigad­or asociado Christian Vélez . En los nueve años de estudios fueron invertidos casi $1.5 millones en fondos de los Institutos Nacionales de Salud (NIH, por sus siglas en inglés), sin contar la inversión de la universida­d en el laboratori­o y la patente.

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La coinvestig­adora Beatriz Zayas trabaja en el Laboratori­o de Química y Toxicologí­a Ambiental de la Universida­d Metropolit­ana, en Cupey.

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