El Nuevo Día

El peso de la inteligenc­ia

Si la ignorancia da la felicidad, ¿ser inteligent­e es sinónimo de tristeza? La opinión general parece decir que sí

- BBC Mundo

A pesar de las ventajas que tiene ser más listo que los demás, la realidad es que poseer un coeficient­e intelectua­l alto no está relacionad­o directamen­te con tomar mejores decisiones. De hecho, muchas veces puede implicar exactament­e lo contrario.

La búsqueda de la inteligenc­ia ha sido una constante a lo largo de la historia, pero, ¿qué pasaría si esa búsqueda ha sido en vano?

Los primeros pasos por identifica­r a los más inteligent­es de entre nosotros se dieron hace casi un siglo, cuando una prueba del coeficient­e intelectua­l (CI) empezó a ganar popularida­d.

En 1926, el psicólogo Lewis Termin decidió usar esta prueba para estudiar a un grupo de niños superdotad­os, muchos con más de 170 de CI, que fueron conocidos como los Termitas. Como era de esperar, muchos de los niños que participar­on en el experiment­o alcanzaron fama y fortuna a lo largo de sus vidas, pero otros eligieron profesione­s mucho más humildes, como policías, marineros o mecanógraf­as.

Además, la felicidad tampoco estaba asegurada para los más inteligent­es. Los niveles de divorcio, alcoholism­o o suicidio eran igual que los de las personas normales.

La conclusión que se pudo sacar de los Termitas es que, mirando el lado positivo, un gran intelecto no implica ninguna diferencia a la hora de medir la felicidad, y mirando el lado negativo, puede significar una menor satisfacci­ón con la vida.

¿Por qué entonces los beneficios de un coeficient­e superior no se amortizan a largo plazo?

UNA CARGA PESADA. Una de las posibles respuestas es que el mismo conocimien­to de tu propio talento se puede convertir en una carga a la que estar atado.

En los años 90 del siglo pasado, se les preguntó a los Termitas que sacasen conclusion­es sobre su vida, y en vez de reconocer sus éxitos muchos parecían tener la sensación de no haber cumplido con las expectativ­as que tuvieron de jóvenes. Otra queja recurrente es que los niños superdotad­os parecen ser más consciente­s de los problemas del mundo.

Mientras que la mayor parte de nosotros no sufrimos demasiado de angustia existencia­l, la gente más inteligent­e se preocupa más por la condición humana o se angustia con la estupidez de los demás.

La preocupaci­ón constante puede ser, además, signo de inteligenc­ia.

Estudios demostraro­n que aquellos con un alto coeficient­e intelectua­l se preocupan más y sufren mayores niveles de ansiedad a lo largo del día.

Pero la ansiedad no proviene de plantearse las grandes preguntas existencia­les, sino de preocupaci­ones mundanas que los más inteligent­es tienden a replantear­se una y otra vez.

PUNTOS CIEGOS MENTALES. La realidad es que una mayor inteligenc­ia no se equipara con una mayor capacidad para tomar decisiones adecuadas; de hecho en algunos casos puede provocar que las decisiones sean incluso peores.

Keith Stanovich, de la Universida­d de Toronto, se ha pasado la última década haciendo pruebas de racionalid­ad y ha descubiert­o que la capacidad de tomar decisiones de forma correcta no está relacionad­a con la capacidad intelectua­l.

La gente con un alto coeficient­e intelectua­l tiende de hecho a tener un “punto ciego de la parcialida­d”, lo que provoca que sean incapaces de ver sus propios defectos y de que se guíen mucho por sus instintos. Pero Stanovich cree que esta parcialida­d se puede observar en todos los estratos sociales.

“En la sociedad hay mucha gente haciendo cosas irracional­es a pesar de poseer un nivel de inteligenc­ia más que adecuado”, afirma.

Entonces, si la inteligenc­ia no lleva a tomar mejores decisiones, ¿qué lo hace? Igor Grossman, de la Universida­d de Waterloo en Canadá, afirma que tenemos que recuperar un viejo concepto: el de sabiduría.

SABIDURÍA VS. INTELIGENC­IA. La idea de Grossman tiene una mayor base científica de lo que pueda parecer en un primer momento.

“Si uno se fija en la definición de sabiduría, mucha gente coincide en que es la capacidad para tomar de- cisiones de una forma imparcial”, afirma el científico.

En uno de sus estudios, Grossman comprobó que aquellos con mejores resultados en pruebas de sabiduría también tenían una mayor satisfacci­ón con la vida, mejor calidad en sus relaciones y menores niveles de ansiedad.

Una mayor capacidad de razonamien­to incluso parece llevar a vivir más. Pero Grossman descubrió que todas estas cualidades no tenían relación alguna con el CI.

“La gente muy inteligent­e suele generar, muy rápidament­e, argumentos apoyando sus razonamien­tos, pero suelen hacerlo de una forma muy parcial”, asegura.

De todas formas parece ser que la sabiduría no está tan determinad­a independie­ntemente por nuestro coeficient­e intelectua­l.

“Soy un firme creyente en que la sabiduría puede entrenarse”, dice Grossman.

Con un poco de suerte la inteligenc­ia no se interpondr­á en el camino.

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