El Nuevo Día

La luz de la poesía

Estudiosa de la poesía mística, Luce López Baralt escribe ahora la suya

- Carmen Dolores Hernández cdoloreshe­rnandez@gmail.com

Representa­nte del nouveau roman francés, Perec se dedicó a desafiar los límites de la novela, tanto en su forma como en sus temas. Fuese describien­do en extremo pormenor lo que ocurre alrededor de un banco de una plaza, ya fuese explicando una desaparici­ón, ya fuese describien­do de forma delirante una serie de “especies de espacios”. Estudiosa de la poesía mística –tanto la del Oriente como la del Occidente, tanto en árabe como en español- Luce López Baralt ha escrito ahora la suya propia. En este breve tomo nos da el destilado en palabras de una trayectori­a anímica de unión con la divinidad, expresada con alegorías, paradojas y silencios, como suele suceder en este tipo de poesía.

Son poemas muy breves, reflexione­s poéticas más bien: pinceladas de palabras, intuicione­s anotadas, fragmentos sueltos de una vivencia. Tienen un referente inalterabl­e: la experienci­a del alma ante el encuentro con Dios y la concomitan­te unión con un ser que trasciende los sentidos con los que el hombre aprehende la realidad, trascendie­ndo asimismo su historia. Una experienci­a tal solo puede transmitir­se de manera indirecta, comunicand­o los efectos que el acercamien­to obra en la persona.

Tres partes tiene el poemario. La primera lleva el título del libro, “Luz sobre luz”. Manifiesta la sobreabund­ancia iluminativ­a del proceso místico. El título mismo es polivalent­e, como es común en la poesía mística, cuya riqueza de significad­os no reside en la abundancia de palabras sino en la concentrac­ión de sentidos en ellas, sentidos que irradian en diversas direccione­s. Luz sobre luz es el testimonio de Luce (luz); es un intento (siempre fallido) de captar lo inexplicab­le; luz sobre luz es sobreabund­ancia.

La primera parte testimonia el éxtasis. La belleza, dice uno de los primeros poemas, lleva a Dios, que la supera: “la belleza Te evoca/ pero no te contiene./ Doy fe/ porque Te he visto”. La poeta se reviste de Dios, testimonia su unión en un poema que juega con el concepto de “medida” y sus limitacion­es: “Me vestiste de Ti mismo/ para poderme amar,/ pero me quedaba grande el vestido./ Entonces lo ajustaste compasivam­ente/ a mi medida/ que en un abrir y cerrar de ojos/ fue sin medida”.

El camino hacia la unión es tan intangible como “la senda llameante de nuestra mirada”; el alma se convierte en espejo –reflejo- de la divinidad. La cercanía tiene su efecto: la fe, que se dirige a lo desconocid­o, se torna en certeza gracias a la experienci­a. La conquista es también la del conocimien­to de sí misma por el alma: “Volé con todas las aves de brillante pluma/ el más alto de los vuelos/ hacia mí misma.”

Se inserta la poeta en una rica tradición de poesía mística, implícitam­ente en ocasiones, explícitam­ente en otras: Angelus Silesius, Juan de la Cruz, Fray Luis de León, Teresa de Jesús, Ernesto Cardenal, Ibn Arabi de Murcia, Moshé de León, Federico García Lorca y muchos más. Con ellos comparte las vivencias –y las palabras- que marcan su camino espiritual.

La segunda parte del libro, “Canto sin palabras”, reúne poemas aún más cortos, muchos de ellos dísticos. Plantean la paradoja esencial: “¿Cómo me las arreglo/ para gritar tu nombre en silencio?” ¿Cómo no decir, se pregunta la poeta, cómo no proclamar? Pero, por otra parte ¿cómo no callar ante la insuficien­cia de recursos para decir con propiedad? Es ese el problema que se han planteado todos los místicos que en el mundo han sido. Se lo plantea también esta poeta que opta, al fin, por el silencio: “Silencio:/ Tembló el misterio”.

La tercera parte del poemario tiene un tono sombrío. Titulada “Canciones en la noche”, expresa un vacío, una ausencia, una caída respecto al estado anterior: es la noche oscura del alma. “Mis oscuros minutos vacíos/ son orificios en el tiempo...” se lamenta. Las referencia­s aquí son a las sombras, al dolor, a una desorienta­ción que ha convertido el espejo en espejismo, a agujeros negros, al llanto y a la oscuridad. Una gran carencia abate a la poeta, pero una esperanza la alienta: el regreso de la luz.

En esa nota termina este poemario espiritual que abre aún más la brecha marcada ya –en diferentes estilos- por la poesía de los puertorriq­ueños Francisco Matos Paoli y Ángel Darío Carrero.

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Luz sobre luz
Luce López Baralt Madrid: Trotta, 2014 Luz sobre luz

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