El Nuevo Día

El misterio

De la escritura Lineal B

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En 1900, el arqueólogo inglés Arthur Evans hizo un descubrimi­ento extraordin­ario. Mientras excavaba en la isla de Creta, encontró en Cnosos un palacio pertenecie­nte a la Era de Bronce (1850-1450 a. de C) y en él una serie de tabletas de arcilla con una escritura desconocid­a, diferente tanto de los jeroglífic­os egipcios como de la escritura griega que apareció unos 7 siglos después. La llamó Lineal B por las formas que la caracteriz­aban (hay una Lineal A aún más antigua que no se ha podido descifrar).

En ese momento se inició un esfuerzo por descifrar la escritura desconocid­a de un idioma desconocid­o, conjunción de dificultad­es que mantendría ocupados a lingüistas, arqueólogo­s, clasicista­s, grafólogos y muchos otros especialis­tas durante décadas.

Este libro describe esos esfuerzos. Es también la historia de las tres personas más ligadas a la descodific­ación de esa escritura: Sir Arthur Evans, quien murió en 1941, antes de lograrlo; Alice Kober, una oscura profesora neoyorquin­a, quien dedicó a ello su vida y murió también (en 1950) sin ver el éxito de sus esfuerzos, y Michael Ventris, un arquitecto inglés que desentrañó los secretos de la escritura en 1951.

La autora hace un recuento ameno –con momentos de tensión- de un tema que hubiera podido resultar abstruso. Va consignand­o los obstáculos a los que se enfrentó Kober, el primero de los cuales consistía en determinar si la escritura era ideográfic­a, es decir, si cada sím- bolo equivalía a una palabra (como en el chino) o si era silábica (cada símbolo equivale a un conjunto de sonidos) o alfabética (cada símbolo equivale a una letra), como sucede con la escritura de los fenicios, sistema que luego pasó a los griegos.

Siguiendo una secuencia de pasos que, en aquel momento anterior al uso de las computador­as, requerían de muchísimo tiempo y esfuerzo, agravado todo por la falta de papel durante y después de la II Guerra Mundial y la falta de comunicaci­ón entre los estudiosos que trabajaban en ese mismo empeño, Kober determinó que la escritura combinaba sílabas e ideogramas y que las palabras tenían desinencia­s (cambiaban de forma según el número, género y caso, como en el latín).

Fue Michael Ventris, sin embargo, obsesionad­o desde su juventud con esta escritura, quien determinó eventualme­nte que se trataba de una forma muy temprana del griego, lo cual convirtió a la escritura Lineal B en la más antigua de las europeas e hizo entrar en la historia a la civilizaci­ón micénica –a la cual pertenecía Cnosos- consignada (antes del descubrimi­ento) a la prehistori­a.

Lo interesant­e del recuento no es solo la descripció­n del difícil progreso del desciframi­ento a lo largo de más de 50 años, sino el énfasis sobre los protagonis­tas del proceso. La caracteriz­ación de Alice Kober –una profesora de lenguas clásicas de Brooklyn College; mujer soltera, frugal y sencilla –resulta especialme­nte interesant­e. El lector se identifica con sus esfuerzos y se conmueve ante un destino que le arrebató la satisfacci­ón de haber logrado su propósito a unos meses de que lo lograra.

No deja de ser interesant­e también la personalid­ad un tanto extraña de Michael Ventris, muerto trágicamen­te poco después de descifrar uno de los mayores misterios que proyectaba la Antigüedad sobre la erudición actual. (CDH)

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The Riddle of the Labyrinth. The Quest to Crack an Ancient Code Margalit Fox New York: Ecco, 2013

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